Después de haber hablado extensamente sobre Napoleón, un «forjador de yugos», Chateaubriand hace un comentario muy ajustado al valor de tantas famas que vemos crecer alrededor: «Si he conseguido expresar lo que sentía, lo que quedará de mi retrato será una de las primeras figuras de la historia; pero no he admitido nada de esa criatura fantástica que es un compuesto de mentiras; mentiras que he visto nacer, que, tomadas primero por lo que eran, han pasado con el tiempo a la condición de verdad por la infatuación y la estúpida credulidad humanas. No quiero ser un pazguato ni caerme de espaldas de admiración. Lo que yo me propongo es describir a los personajes en conciencia, sin quitarles lo que les es propio, pero tampoco atribuyéndoles lo que no son. Si el éxito fuera considerado inocencia; si, corrompiéndola hasta la posteridad, la cargase con sus cadenas; si, futura esclava, engendrada por un pasado esclavo, esta posteridad sobornada se convirtiera en cómplice de quien hubiera triunfado, ¿dónde estaría el derecho, dónde el valor de los sacrificios? Al no ser el bien y el mal sino relativos, toda moralidad desaparecería de las acciones humanas».
François-René de Chateaubriand. Memorias de ultratumba (Mémories d’outre tombe, 1848). Barcelona: El Acantilado, 2004; dos volúmenes, 2723 pp.; presentación de Marc Fumaroli, prólogo de Jean-Claude Berchet, trad. de José Monreal Salvador, ISBN 10: 84-96136-85-X y 84-96136-86-8.