Un libro que, cuando cayó en mis manos, me impresionó mucho fue Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe. No es para cualquiera, pues no a todos los lectores les atrae su prosa torrencial y su barullo mental, pero creo que pocas veces se ha reflejado mejor el bullir efervescente de sentimientos confusos y de ansias de felicidad, propio de los años jóvenes.
Un párrafo: «Los que dicen que no leen más que lo mejor no son, como algunos los llaman, snobs. Son tontos. La batalla del espíritu no consiste en leer y conocer lo mejor, sino en descubrirlo. Anhelo los tesoros que se me antoja yacen en enterrados en un millón de libros olvidados; y sin embargo mi sentido común me dice que el tesoro oculto allí es tan pequeño que no merece la pena desenterrarlo. No siempre he estado de acuerdo en que todos los libros llamados grandes sean grandes, pero casi todos los libros que me lo han parecido pertenecían a aquel grupo».
Otro: «Ocurre tantas veces, cuando creemos haber ensanchado nuestra visión de la vida, haber roto muchas ataduras» (que) «en verdad no hemos hecho nada más que cambiar una nueva superstición por una vieja, olvidar un mito hermoso para sumergirnos en otro desprovisto de belleza».