Hay relatos en los que se habla de la primera vez en que un niño descubre la injusticia o el engaño. Un ejemplo, muy bien contado, está en las memorias de Janet Frame:
«La visita al odontólogo señaló el final de mi infancia y mi introducción en el mundo amenazador de las contradicciones, en el que las palabras dichas y escritas conquistaron un poder especial. (…) Me llevaron al dentista, donde pateé y me debatí, convencida de que me sucedería algo horrendo. El facultativo, en lo recio de mi resistencia, hizo una seña a la enfermera, que se acercó con una linda toalla de color rosa.
—Huele esta toalla tan bonita —me pidió con amabilidad.
Me incliné a olerla con toda la inocencia, y comprendí muy tarde, al notar que me dormía, que me habían embaucado. Jamás he olvidado aquel engaño, ni mi asombrada incredulidad de que me hubiesen traicionado de aquella forma, de que la frase “Huele esta toalla tan bonita”, sin asomo de algo malo, hubiese servido para meterme en una especie de emboscada, de que ellos no hubieran significado realmente “Huele esta toalla tan bonita” sino “Te haré dormir mientras te arranco el diente”. ¿Cómo fue? ¿Cómo unas cuántas palabras amables pudieron hacer tanto daño?».
Janet Frame. Un ángel en mi mesa (An Angel at my Table, 1989; edición que reúne tres libros anteriores: To the Is-Land, 1982; An Angel at my Table, 1984; The Envoy from Mirror City, 1985). Barcelona: Seix Barral, 2009; 475 pp.; col. Biblioteca Formentor; trad. de Juan Antonio Gutiérrez-Larraya, Ana Mª de la Fuente y Elsa Mateo Edición; ISBN: 978-84-322-2839-1.