ENGER, Leif

ENGER, LeifAutores
 

Escritor norteamericano. 1961-. Nació en Sauk Centre, Minnesota. Periodista y productor de radio. Un río de paz fue su primera novela.


Un río de paz
Madrid: Maeva, 2003; 351 pp.; trad. de Alejandro Pareja; ISBN: 84-95354-89-6.

Reuben Land cuenta qué ocurrió en su familia el año 1961 cuando tenía once años y vivía en Roofing, Minnesota: su hermano mayor Davy, de 16 años, después de disparar contra dos jóvenes matones que intentaron abusar de su novia y que amenazaron a su hermana Swede, de 9 años, huye, pues todo parece indicar que será condenado. Entonces, su padre Jeremiah, con Reuben y Swede, venden su casa y equipan una caravana para ir a buscarlo a Dakota del Norte mientras les siguen agentes federales. La narración está marcada por la mala salud de Reuben, que tiene asma; por las sobresalientes condiciones literarias de Swede, que desde muy pequeña devoraba como pasas las novelas de Zane GREY; por la fe rendida en Dios de Jeremiah, un padre cuya fe le permite hacer milagros, y cuya bondad y honradez sus hijos admiran por encima de todo.



Novela que tuvo un arrollador éxito en los EE.UU. debido a sus aciertos y a su conexión directísima con la literatura popular de aquel país. Su mayor logro es que los personajes de Reuben, Swede y Jeremiah son realmente simpáticos y están bien definidos; en particular, está excelentemente dibujada la relación de afecto-complicidad-rivalidad entre Reuben y Swede. Es también atractivo el acento directo del narrador, que opina y dirige preguntas retóricas al lector, y que maneja un sentido del humor basado sobre todo en una ironía suave y amable también hacia sí mismo. Son magníficas muchas imágenes y descripciones: personas sin ilusiones con «los ojos inexpresivos como llanuras de polvo»; «el exilio es un país de fronteras huidizas»; «su respiración era como las ondas del mar rizado sobre una playa de arena»; unos «postes negros, rígidos y helados como un jurado de puritanos»; la señora De Cuéllar, «bajita, redonda, luminosa», «la mujer a quien te habría gustado tener de vecina durante todos los días de tu infancia»; Roxanna, que «parecía una mujer miembro de alguna expedición al polo en trineos de perros de las que salen en el National Geographic»… Abundan las referencias, directas e indirectas, a escritores como Fenimore COOPER y R. L. STEVENSON, a personajes como Huck Finn y Tom Sawyer; y, sobre todo, a los autores más populares de novelas del Oeste y a forajidos legendarios como Butch Cassidy.

Ciertamente, resulta muy improbable una niña de nueve años que, además de haber leído a todos esos autores, sea capaz de componer una especie de gran balada en verso en homenaje a un proscrito imaginario; pero como Swede desborda encanto, esa cualidad que hace decir que sí sin necesidad de que a uno le pidan nada, es comprensible que los lectores cierren los ojos y se dejen llevar. En cuanto al poder taumatúrgico de Jeremiah Land, algo concebido por el autor cuando veía sufrir a su hijo pequeño con asma y deseaba por encima de todas las cosas poder curarlo, debe señalarse que da lugar a momentos gloriosos pero no está bien resuelto: algunas intervenciones que podemos llamar sobrenaturales son demasiado explícitas, lo que conduce al narrador a repetir una y otra vez un «entiéndanlo como quieran» que acaba siendo poco convincente; y el capítulo clave que culmina esto, que parece inspirado en La última batalla de C. S. LEWIS, también resulta como un innecesario «cambio de género».

Con todo, y sin perder de vista que se trata de la primera novela que publica su autor, Un río de paz merece una nota más que sobresaliente. Es una novela popular y con defectos, sí, pero de las que hacen pensar, emocionan y divierten; de las que los lectores lamentan terminar; de las que hacen soñar con una hermanita guerrera como Swede, o un hermanito sensible como Reuben, o un padre íntegro como Jeremiah, al que sus hijos miran un poco al modo en que lo hacen los hijos de Atticus Finch en Matar un ruiseñor.

¿Cómo no íbamos a tener fe?

A la hora de reflejar el estilo de vida de los Land, el autor compone algunas escenas memorables. Por ejemplo, algunos diálogos en los que se ve la familiaridad de los chicos con la Biblia, como cuando comparan a Jonás con otros profetas del Antiguo Testamento y discuten si por ser quejica le estuvo bien empleado que la ballena se lo tragara. Y son excelentes, por su veracidad, y también por su punto de ironía, las disquisiciones de Reuben acerca de la fe con la que los Land emprenden el viaje a la busca de su hermano: «¿Cómo no íbamos a creer que el Señor nos guiaría? ¿Cómo no íbamos a tener fe? Se habían asentado unos cimientos de oración y dolor. Desde aquella noche espantosa, papá había reaccionado con la labor casi imposible de la fe. Había ardido de arrepentimiento como si hubiera sido su propia mano la que hubiese disparado el arma. Había aplicado oración como un albañil. Ustedes saben que esto es verdad, y si no lo saben, la culpa es mía, del testigo». Y, más adelante, continúa: «¡Los israelitas, igual que nosotros, no tenían la menor idea de dónde acabarían! ¡Viajaban guiados por la fe, igual que nosotros! […] (Pero) es notable la rapidez con que se deteriora la fe cuando se está de viaje. Empieza a parecer otra cosa…, ignorancia, por ejemplo. A los israelitas les pasó lo mismo. Es una debilidad, claro, pero a veces uno preferiría tener, más que fe, un simple mapa».

 


12 junio, 2014
Imprimir

Comments are closed.