JUAN, José Luis de

JUAN, José Luis deAutores
 

Escritor español. 1956-. Nació en Palma de Mallorca. Licenciado en Derecho y Ciencias de la Información. Crítico literario, autor de varias novelas.


Recordando a Lampe
Madrid: SM, 2001; 203 pp.; col. Gran angular; ISBN: 84-348-8103-9.

Después de ser criado de Kant durante casi cuarenta años, el antiguo soldado del ejército prusiano Martin Lampe es despedido y sustituido por otro ex soldado llamado Kauffmann. La narración empieza contando una salvaje agresión de Lampe a Kaufmann que se produce a las pocas semanas de la sustitución, el 18 de febrero de 1802. Después se reconstruye la historia de ambos y, sobre todo, cómo era la vida de Lampe con el filósofo de Konisberg, un hombre del que «la soberbia no era una de sus debilidades».



Relato fluido, bien enmarcado tanto en los ambientes interiores como en la época histórica, cuidado en su lenguaje y recorrido todo él por una ironía bienhumorada. El autor narra en tercera persona, pero situándose a veces dentro de las mentes de sus protagonistas; prescinde de toda disquisición filosófica, salvo algunos brevísimos comentarios al paso; presenta las descripciones justas, unas correspondientes a la vida cotidiana de Kant y otras relativas a la vida en el ejército prusiano; va puntuando su historia con anécdotas del filósofo, unas sorprendentes y otras cómicas… Así logra interesar al lector tanto en la historia personal del obtuso Lampe y del diligente Kaufmann, como en las numerosísimas singularidades de la conducta de Kant y en sus mismas perplejidades: «Si no conocía las razones de alguien tan cercano como Lampe, ¿cómo iba a conocer de verdad las del ser humano en abstracto?».

Los uniformes del ejército prusiano

He aquí una excelente descripción, correspondiente al momento en que Lampe deja de trabajar en las cocinas y es destinado a un almacén de uniformes: «Todo el mundo sabe la importancia que en el ejército prusiano se otorgaba entonces a la estética de los uniformes. Prusia se enorgullecía de ello: sus soldados uniformados con aquella tela de color intenso y soñador, que los pintores conocían como azul Prusia, desfilaban como querubines marcando el paso entre las nubes. Y no sólo eran el color y el corte de las guerreras y los pantalones con la famosa franja roja lo que enamoraba a las tiernas modistillas, las cuales desfallecían al verlos pasar. También estaban las preciosas gorras, las botas de cuero marrón, las espuelas cromadas, los correajes cruzados y los botones dorados que realzaban el pecho de aquellos impecables soldados.

Detrás de toda esta estética fastuosa había una industria boyante y una férrea administración militar. No era menor que el asunto de la munición y el armamento, que los machetes, las espadas y los fusiles. Los uniformes variaban mucho según el rango y el arma de los militares, y suponían un control riguroso, una organización modélica, una intendencia increíble de sastres, cortadores y almacenistas».


30 mayo, 2013
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