VASCONCELOS, José Mauro de

VASCONCELOS, José Mauro deAutores
 

Escritor brasileño. 1920-1984. Nació en Bangú, Río de Janeiro. Mestizo de india y portugués, como el protagonista de Mi planta de naranja-lima. Escritor y actor. Falleció en Sao Paulo.


Mi planta de naranja lima
Barcelona: El Ateneo, 1998, 18ª ed.; 194 pp.; trad. y prólogo de Haydée M. Jofre Barroso; ISBN: 84-7021-059-9. Nueva edición en Barcelona: Libros del Asteroide, 2011; 205 pp.; trad. de Carlos Manzano; ISBN: 978-84-92663-43-9. [Vista del libro en amazon.es]

Zezé, seis años, «el chico de don Pablo», describe la pobreza en la que vive su familia. Trabaja de limpiabotas, de cantor con don Ariovaldo, y en sus travesuras por las calles de Río de Janeiro se gana broncas, palizas y amistades. Hace buenas migas con Manuel Valadares, el Portugués, «Portuga». Y, precozmente, le llega el descubrimiento del dolor: «Dolor no de recibir golpes hasta desmayarse. No de cortarse el pie con un pedazo de vidrio y recibir puntos en la farmacia. Dolor era eso que llenaba todo el corazón, con lo que la gente tenía que morirse, sin poder contarle a nadie el secreto. Dolor era lo que me daba esa debilidad en los brazos, en la cabeza…».



El autor brasileño no intenta una construcción literaria compleja como, por ejemplo, Henry ROTH en Llámalo sueño. Utiliza un lenguaje sencillo y popular, tanto en las descripciones como en los diálogos, y muestra las cosas a través de los ojos de Zezé, un testigo que no denuncia nada, no critica nada, y cuenta lo que ve, lo que no entiende, lo que sufre. Y, aunque podemos sospechar que hay algo de trampa emocional pues ciertamente se acentúan unas cosas y se omiten otras, lo cierto es que el narrador evita el riesgo de caer en el ternurismo empalagoso, y consigue llegar al corazón del lector con una intensidad demoledora.

Cuenta Zezé su vida de niño: «En nuestra calle había un tiempo para cada cosa. Tiempo de bolitas. Tiempo de trompos. Tiempo de coleccionar fotos de artistas de cine. Tiempo de cometas, que era el más lindo de todos. Los cielos se veían cubiertos en cualquier parte por cometas de todos los colores. Cometas lindas, de todas las formas. Era la guerra en el aire». Y es justo en el tiempo de las cometas cuando Zezé busca la compañía de una pequeña planta de naranja-lima, a la que llama Minguito (o Minguinho), o Xururuca: en esos días, «solamente lo buscaba cuando me ponían en penitencia después de una buena soba. Entonces no intentaba escapar, porque una paliza cerca de otra dolía mucho». Y es que hay días, dirá Zezé, en los que «no sentía fuerzas ni para tener rabia».

Mi planta de naranja-lima tiene una secuela titulada Vamos a calentar el sol (Vamos a aquecer o sol, 1974), protagonizada por un Zezé algo mayor, que resulta decepcionantemente blanda, aunque tenga momentos conseguidos y escenas con encanto.

«Soy muy malo. Soy una peste»

«Allá en casa la pobreza era tanta que desde muy temprano uno aprendía eso de no gastar en cualquier cosa. Todo costaba dinero. Todo era caro». Mamá «hablaba con una voz cansada, cansada. Y yo sentía mucha pena por ella. Mamá había nacido trabajando. Desde los seis años de edad, cuando construyeron la Fábrica, la habían puesto a trabajar allí. La sentaban encima de una mesa y tenía que quedarse allí limpiando y enjuagando las herramientas. Era tan chiquitita que se mojaba encima de la mesa porque no podía bajar sola… Por eso nunca fue a la escuela ni aprendió a leer. Cuando le escuché esa historia me quedé tan triste que prometía que cuando fuese poeta y sabio le iba a leer todas mis poesías».

Zezé tendrá un cierto refugio en la escuela: «Lo más conmovedor era mi maestra, doña Cecilia Paim. Ya le podían contar que era el chico más diablo del mundo, que no lo creía. Como tampoco creería que nadie consiguiera decir más palabrotas que yo. Que ningún chico me igualaba en travesuras, eso no lo hubiera aceptado nunca. En la escuela yo era un ángel. Jamás me habían reprendido y me transformé en el mimado de las maestras, por ser uno de los niños más pequeños que hasta entonces apareciera por allí».

Pero en la calle, que no es bondadosa como su maestra, Zezé no logra evitar ser travieso ni las palizas que recibe por sus gamberradas. En su cabecita de niño va formándose un juicio de sí mismo: «Yo no sirvo para nada. Soy muy malo. Por eso en Navidad es el diablo el que nace para mí y no recibo regalos. Soy una peste. Una pestecita chica. Un perro. Una cosa ordinaria. Una de mis hermanas dijo que alguien tan malo como yo no debería haber nacido. […] Solamente en esta semana recibí un montón de palizas. Algunas bastante dolorosas. Pero también me pegan por lo que no hago. Me echan la culpa de todo. Ya se acostumbraron a pegarme».


14 septiembre, 2011
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