Escritor norteamericano. 1915-1983. Nació en Irlanda, vivió en California muchos años. Periodista, autor muy prolífico, padre de seis hijos, escribió unos cincuenta libros infantiles, algunos con los seudónimos de Patrick O’Connor y Christopher Webb. Falleció en Santa Mónica, California.
La isla de FlintBarcelona: Molino, 1974; 182 pp.; col. Juvenil ciencia y aventura; trad. de J. M. Highstone; ISBN: 84-272-4542-4; agotado. A la derecha, portada de una edición norteamericana.
El narrador es Tom Whelan, timonel del bergantín Jane, barco que termina en una isla desconocida después de una tormenta. Acompañando al eficaz y silencioso piloto, míster Arrow, Tom recorre la isla en busca de troncos que puedan servir de mástiles para el barco. Llegan a un antiguo fortín y allí, en ausencia de Tom, muere míster Arrow de un disparo. Entonces aparece un náufrago de un viaje anterior, John Silver, que le convence, a él y a todos los demás, de que ha sido un disparo casual después de haber bebido. Además, Silver hace saber al capitán y a toda la tripulación que hay un inmenso tesoro en la isla que perteneció al pirata Flint…
En las líneas iniciales de La isla del tesoro se dice que, aunque se darán todos los pormenores de la historia, se omitirá la situación de la isla porque «aún quedan allí tesoros que desenterrar». Estas frases, grabadas en la mente del autor cuando tenía ocho años, le llevaron a fabricar una secuela cuarenta años después, en la que conservará sólo dos personajes de la novela original: el piloto míster Arrow, que fuera primer oficial de la Hispaniola, y John Silver, que será el verdadero protagonista de la historia.
El argumento mantiene la tensión. Las descripciones buscan tener una sobriedad y calidad dignas de STEVENSON: «Tranquilo como un ladrón ahorcado», es la forma en que John Silver describe la calma del viento. Los personajes están bien dibujados: el capitán Samuels, recto y áspero; el segundo oficial, míster Peasbody, dubitativo e incompetente; el carpintero Smigley, pesimista y vago… Pero, sobre todo, Wibberley da peso a John Silver, cuyos parlamentos persuasivos y socarrones tienen verdadera fuerza, y a un narrador muy semejante a Jim Hawkins en su edad y en su evolución de una cierta ingenuidad a una madurez curtida por las peripecias que debe pasar.
31 agosto, 2011