Escritor chileno. 1896-1973. Nació en Buenos Aires, hijo de chilenos. Siendo joven fue vagabundo, obrero, empleado, tuvo diversos oficios, viajó mucho. Empezó a escribir con 17 años, fue director de periódicos, editor, poeta y novelista. Premio Nacional de Literatura de Chile en 1957. Murió en Santiago de Chile.
Hijo de ladrónMadrid: Cátedra, 2001; 344 pp.; col. Letras hispánicas; edición de Raúl Silva-Cáceres; ISBN: 84-376-1898-3.
El narrador cuenta su vida en un largo monólogo. Aunque su padre fue un famoso ladrón que nunca usaba la violencia, experto en joyas y en llevarse dinero en grandes cantidades, fue un buen padre para él. Recuerda su infancia, los traslados de ciudad en ciudad, la muerte de su madre, el momento en que tanto él como sus hermanos se marchan por distintos caminos… Se ve involucrado en diversos incidentes, va entrando en contacto con toda clase de personajes marginales, sufre interrogatorios y termina en la cárcel, donde conoce multitud de historias de sus inquilinos.
Con Hijo de ladrón, Rojas compone su obra cumbre, una narración que es, sobre todo, una gran galería de vagabundos, aventureros, delincuentes… Con una prosa directa y contundente, y una técnica literaria sofisticada que nos hace ir con fluidez adelante y atrás en el tiempo, Rojas quiere sobre todo pintar comprensivamente la vida de unos hombres que sufren una continua hostilidad social. El narrador emplea toda clase de matices para describir a su padre, un hombre «sobrio, tranquilo, económico y muy serio en sus asuntos», «siempre industrioso, trabajando en sus moldes de cera, sus llaves, sus cerraduras». Recuerda inspectores legendarios, como Victoriano Ruiz, quien cambia de talante cuando cae en la cuenta de que los ladrones también son hombres que viven y necesitan vivir. Maneja un sentido del humor eficaz, que asoma en ramalazos como unas «letras de tango y milongas capaces de hacer sollozar a un antropófago». Salpica todo el relato de sentencias: «Resistir es tan cobarde o tan heroico como renunciar», «no se necesita saber muchas cosas para vivir: basta tener buena salud»… Y conduce a la comprensión de un tipo de hombre que va por la vida con una herida que no se ve, cuyo comportamiento puede inducirte a pensar que es un vago y un desagradecido, pues con frecuencia no querrá nada de ti, «salvo que al ofrecérselo le mires y le hables de un modo que ni yo ni nadie podría explicarte, pues esa mirada y esa voz son indescriptibles e inexplicables».
12 agosto, 2011