Escritor chileno. 1918-2005. Nació en Santiago de Chile. Se graduó en Literatura en los EE.UU. Escribió su primera novela en 1938. Fue profesor de Literatura en la universidad de Berkeley, California, entre 1947 y 1967, y en la de Stanford años más tarde. Falleció en Walnut Creek, California.
Lautaro, joven libertador de AraucoSantiago de Chile: Zig-Zag, 1970, 7ª ed.; 236 pp.; ilust. de
Coré. Edición número 33 el año 2003; 160 pp.; ISBN 956-12-1292-7. Nueva edición en Zig-Zag, 2018, para Kindle, ASIN: B07FJZKND4. [
Vista del libro en amazon.es]
Usando los documentos históricamente conocidos, el autor cuenta la historia de Lautaro, un joven araucano que creció junto a Pedro de Valdivia, el conquistador de Chile, y que, cuando estalla una gran rebelión contra los españoles, se une a las fuerzas mandadas por Caupolicán. Con poco más de veinte años, Lautaro encabeza después la revuelta, derrota clamorosamente a su antiguo protector, intenta tomar Santiago y, finalmente, acaba siendo capturado y muerto debido a la traición de algunos de sus hombres.
Entre las fuentes usadas por el autor está el poema épico La Araucana, que Alonso de Ercilla (1533-1594) publicó el año 1569. En el pequeño apéndice final se indica que algunas de las arengas de los jefes araucanos que figuran en la novela son versiones en prosa de textos de allí. A esto se deben los acentos un poco solemnes que a veces toma la narración, que por otra parte tiene calidad literaria y el ritmo narrativo propio de una novela de acción, contrapesada con la historia de amor entre Lautaro y Guacolda. Los caracteres de los protagonistas principales, Pedro de Valdivia y Lautaro, están pintados con verosimilitud y se unen al final en un único cuadro: «Los dos fueron aventureros: hombres que no temieron a la muerte y que salieron a construir sus sueños con el arma en la mano; conquistaron la fama y casi tuvieron un reino; pero así como triunfaron así lo perdieron todo en el transcurso de un instante».
Es elogiable la voluntad de objetividad del autor, que subraya las cualidades de unos y otros sin ocultar las barbaridades de ambos bandos: elogia la valentía de Valdivia, pero critica su avaricia y sus sangrientos e innecesarios castigos; alaba el espíritu indomable de los araucanos a la vez que señala su crueldad proverbial. Hay frecuentes apuntes descriptivos que podríamos llamar cinematográficos, como la huida de un grupo de jinetes que acaban despeñándose por un barranco al borde del océano: «En el aire, jinete y caballo caían eternizados en un gesto de terror e impotencia; sonaba un grito de hombre aterrado y luego el choque de un cuerpo contra la piedra filuda, y, por fin, la ola que barría todos los vestigios».
La época de las batallas cuerpo a cuerpo
De todos modos, quizá lo que muchos lectores recordarán siempre son las extraordinarias descripciones de luchas y duelos. Unas veces entre combatientes singulares, como el encuentro de Valdivia y Lautaro frente a frente, o la de dos guerreros araucanos que se desafían. Otras, de largas y espeluznantes batallas.
«Caupolicán apeló a sus maceros: los más fornidos mocetones, lo más selecto de su ejército, el arma más poderosa de Arauco. Estos blandieron sus pesadas mazas, grandes como troncos, y las descargaron sobre el enemigo derribando hasta caballos con el lomo entero quebrado. La sangre cubría el prado; las figuras de los combatientes eran apenas discernibles. Era la época de las batallas cuerpo a cuerpo, cuando los soldados se veían la cara y se reconocían por los nombres. La época en que el hombre peleaba frente al hombre, cuando había héroes y duelos singulares y cuando las tropas, en lo mejor de la pelea, se detenían para descansar y refrescarse y luego volvían a enfrentarse con más furia. Los adversarios se gritaban insultos y aún discutían, y cada bando se animaba con sus respectivos gritos de guerra. Había tiempo aún para que los capitanes arengaran a sus soldados y para que los generales cambiaran sus tácticas en el campo mismo de batalla.»
3 noviembre, 2010