Escritor británico. 1928-2010. Nació en Nottingham. Abandonó el colegio muy joven. Autodidacta, empezó a escribir con veinte años. Publicó varias decenas de libros de distinto tipo: novelas, ensayos, poesía, piezas teatrales. Falleció en Londres.
La soledad del corredor de fondoBarcelona: Bruguera, 1981; 80 pp.; col. Club joven; trad. de Mariano Antolín Rato; ISBN: 84-02-08338-2; contiene otros relatos cortos. Nueva edición en Madrid: Debate, 2000; 218 pp.; trad. de Bartolomé Porta; ISBN: 84-8306-266-6. Otra edición en Madrid: Impedimenta, 2013; 256 pp.; trad. de Mercedes Cebrián; ISBN: 978-8415578369.
Un chico de diecisiete años es internado en un reformatorio juvenil a consecuencia de un robo. Por sus condiciones para correr, el director le deja tiempo para que pueda entrenar. Eso le gusta, pues tiene condiciones y, dice, «correr ha sido algo que en nuestra familia se ha hecho mucho, en especial correr para escapar de la policía». La intención del director es que gane una próxima carrera nacional en la que será el representante del reformatorio. Según va contando sus entrenamientos, el narrador rememora cómo sucedió el robo y cómo le descubrieron, reflexiona sobre la vida, y anuncia su disposición ante la carrera.
Con una visión y un humor muy ácidos, y empleando el modo de narrar deslavazado que cabe esperar del chico que cuenta la historia, Sillitoe realiza un planteamiento tan inquietante como revelador. El joven corredor no tiene la más mínima piedad a la hora de enjuiciar al director y a quienes piensa que están de su parte, y ve a la gente dividida en «ellos» y «nosotros», separación social que no ve posible que cambie nunca: «Las cosas están así y siempre seguirán estándolo». En este sentido, el relato de Sillitoe es como una reflexión sobre las consecuencias de una educación impartida con motivos «bastardos»: nos sentimos inclinados a dar la razón al narrador, cuando cuenta que «el director me habla casi como si hablara con su caballo de carreras, si lo tuviera»; cuando explica que, «teniendo en cuenta dónde nací y me crié», su concepto de honradez es distinto al del director: «Si me empeño en ser honrado del modo que él quiere y le gano la carrera procurará que pase los seis meses que me quedan lo más cómodamente posible; pero desde mi punto de vista, bueno, eso no está permitido…».
El modo en el que se afronta el relato —un narrador desde un reformatorio, educando y educador en bandos opuestos, los motivos egoístas de los educadores percibidos por el chico—, recuerdan a J. D. SALINGER: en El guardián entre el centeno se pueden encontrar todos estos puntos; y en su relato corto titulado Teddy (uno de los incluidos en Nueve cuentos) el jovencísimo protagonista explica que sus padres no le quieren ni a él ni a su hermana pequeña «tal como somos. Parece que no pueden querernos si no intentan cambiarnos un poquito. Quieren sus motivos para querernos tanto como nos quieren a nosotros, y a veces más».
Es estupendo ser corredor de fondo
Uno de los puntos fuertes del relato son las excelentes descripciones del mundo interior del corredor, aunque siempre se vean empapadas del rencor hacia una sociedad en la que se ve con poco futuro: «Hago el recorrido en sueños, doblando los recodos de un sendero o una pista sin darme cuenta de que los doblo, saltando arroyos sin saber que están allí, y gritándole los buenos días a un ordeñador de vacas madrugador sin verle siquiera. Es estupendo ser corredor de fondo y encontrarse solo en el mundo sin un alma que te ponga de mala leche o te diga lo que tienes que hacer o que hay una tienda que descerrajar en la calle de al lado. A veces pienso que nunca he sido tan libre como durante este par de horas en que troto por el sendero de más allá de la puerta y doblo por el roble aquel de tronco pelado y enorme barriga del final del camino».
10 junio, 2010