Escritor irlandés. 1847-1912. Nació en Dublín. Ingresó como funcionario después de estudiar matemáticas en el Trinity College. Durante más de veinticinco años fue secretario de Henry Irving, uno de los grandes actores del momento. Falleció en Londres.
DráculaMadrid: Anaya, 1999, 9ª ed.; 398 pp.; col. Tus libros; ilust. de Matilde García-Monzón; trad. y notas de Flora Casas; apéndice de Noel Zanquín Subirats; ISBN: 84-207-3581-7. Otra edición en: Madrid: Alianza, 2016; 576 pp.; col. 13/20; trad. de Francisco Torres Oliver; ISBN: 978-8491043256. [
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A raíz de un viaje a Transilvania de Jonathan Harker, un empleado de una empresa londinense, para informar al conde Drácula sobre su compra de propiedades en Londres, se pone de manifiesto quién es el personaje, cómo actúa, los objetivos de dominar el mundo que tiene. A través del diario de Harker, de las cartas de distintos personajes, de noticias de prensa, de telegramas, se va montando la historia. En una segunda parte, instalado el conde ya en Inglaterra y conocidos sus propósitos, varios amigos se unen en la lucha contra él.
Novela construida con multitud de fuentes, como un rompecabezas de cuidadosa confección: este es uno de sus méritos que, además, le da un atractivo singular. Si al principio tiene todos los rasgos de una novela gótica y de misterio, el segundo tramo es más una novela policiaca de las que se vive con la tensión de si los protagonistas llegarán a tiempo de parar y capturar al delincuente. Stoker puso con su novela un hito inexcusable por su influencia posterior, debida en buena parte al cine, que sobre todo ha hecho hincapié en lo que representa el personaje-Drácula: el carácter monstruoso de una pasión incontrolada.
El relato como tal, igual que tantas novelas góticas, es poco consistente. Por una parte, a un lector crítico le resulta difícil tomar en serio afirmaciones del tipo que «todas las supersticiones del mundo se hallan reunidas en la herradura que forman los Cárpatos, como si éstos fueran el centro de una especie de torbellino imaginativo». Por otra, hacer novelísticamente serio el enfrentamiento bien-mal requiere mayor solidez argumental: no basta con hacer superficiales oposiciones entre luz y tinieblas, o con usar símbolos religiosos o invertir frases evangélicas más o menos oportunamente.
28 agosto, 2009