BUSCH, Wilhelm

BUSCH, WilhelmAutores
 

Autor e ilustrador alemán. 1832-1908. Nació en Wiedensahl, Hannover. Era el mayor de siete hermanos. Comenzó ingeniería por deseo de su padre, pero lo dejó para estudiar Bellas Artes en Amberes. Después de un tiempo escribiendo pequeñas operetas y dibujando caricaturas para varias revistas, publicó Max y Moritz, el libro de historietas dibujadas que le lanzó a la fama y que, sin utilizar globos, emplea ya ciertos recursos gráficos del cómic. Falleció en Mechtshausen.


Max y Moritz
Madrid: Anaya, 1990; 237 pp.; col. Laurín; trad. y apéndice de Mercedes Neuschäfer-Carlón; ISBN: 84-207-3896-4. Nueva edición facsímil de la anterior en 2016; ISBN: 978-8469827499. [Vista del libro en amazon.es]
La edición original se puede ver en el proyecto Gutenberg.

Varias historietas encabezadas por las que protagonizan Max y Moritz, dos niños gamberros que con sus travesuras enloquecen a los vecinos de su pueblo: una viuda, el sastre, el maestro, el tío Fritz. Los niños no son castigados hasta la sexta travesura, después de la cual un irritado vecino los mete en el molino… del que salen convertidos en granitos con la inconfundible forma de Max y Moritz.

Otro relato es el de Hans Patachula, un joven cuervo capturado por Fritz, un chico revoltoso. Al meterlo en casa, el cuervo destroza todo el trabajo de la tía de Fritz… La conclusión es que, al no vivir en su sitio, el cuervo se hace malo y recibe un castigo que no sufriría de haber continuado en libertad.

Otro lo protagonizan Plisch y Plum, perros cuyos nombres proceden del sonido ¡Plisch!, al caer al agua el flaco, ¡Plum!, al caer el gordito. Sus dueños son Peter y Paul, dos chicos que los encuentran y los llevan a casa, donde comienzan los desastres. Peter y Paul van a la escuela, donde corrigen sus travesuras con buenas tundas: ellos actúan igual con sus perros y logran que se conviertan en unos animales encantadores, apreciados por todos. Por último, un adinerado turista inglés, encantado con la buena educación de los perros, se los compra.



El recurso con el que termina Max y Moritz, de convertir el castigo cruel en un chiste, será habitual en los cómics y los dibujos animados posteriores, de los que Busch es uno de los más insignes predecesores. Hearst, el magnate de la prensa norteamericana en cuyos periódicos nacieron los cómic, leyó Max y Moritz en sus años jóvenes y pidió personajes parecidos a sus dibujantes. Además, Busch fue un autor muy traducido y su difusión en Norteamérica a finales del siglo XIX lo convirtió en el modelo de los primeros dibujantes de cómic. Y, en efecto, está justificado considerarlo el autor de la primera historieta en imágenes, tal como hoy las entendemos. Los dibujos de Busch complementan el texto y a veces lo transforman, pues revelan la contradicción entre lo que se dice y lo que de verdad se piensa, e incluso desmienten la moraleja que se formula. La secuencia de imágenes tiene ritmo y en los episodios abundan los golpes humorísticos de tinte surrealista, tan propios del cómic de humor. Busch no emplea globos pero cuenta la historia con unos versos sencillos y pegadizos que van al pie de cada dibujo.

Entre tanta literatura para niños muy didactista, la obra de Busch supuso un fuerte choque. Max y Moritz abrieron el desfile de chicos díscolos y traviesos que inundarán las historietas de todo el mundo. Sus aventuras fueron criticadas por ser consideradas, con razón, muy poco ejemplares. Pero no lo es menos el comportamiento de los adultos, tan poco interesados en los chicos pues no muestran dolor por su triste final, como si lo importante fuesen el orden y la tranquilidad recobradas. En este y en otros relatos, los finales trágicos denotan la visión pesimista e irónica de la sociedad de su tiempo que tenía el autor. Además, Busch es el predecesor de la literatura cómplice de los niños frente a los adultos, de los argumentos que satirizan los errores pedagógicos, de los relatos tragicómicos basados en las bromas pesadas. Su obra ha pervivido por el ingenio de sus tramas, por la gracia y el ritmo pegadizo de sus versos, por la expresividad de sus ilustraciones, y por ser la primera vez que se presentan con gracia las ocurrencias tontas e incluso malignas de los niños, y a los adultos como las víctimas de las burlas.

Debe ser destacado el mérito de una traducción que intenta conservar la frescura, el sentido, el ritmo y el efecto cómico de los versos pareados consonantes, que son los que Busch usa para que puedan ser retenidos con facilidad por el niño.


22 diciembre, 2008
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