Escritor alemán. 1929-. Nació en Duisbourg. Estudió Pedagogía. Profesor desde 1953. Inspector de enseñanza. Autor de numerosas novelas infantiles y juveniles.
Año de lobosMadrid: SM, 1986, 4ª ed.; 207 pp.; col. Gran Angular; trad. de Manuel Olasagasti; ISBN: 84-348-0948-6.
Polonia-Alemania, 1944. La familia Bienmann ha de abandonar Jedilchen, un pueblo situado en Prusia Oriental, ante la progresión hacia el Oeste del ejército ruso. Konrad, doce años, es el mayor de los hijos. El invierno es un personaje más en la huida.
El cuarto Rey MagoMadrid: SM, 1992; 126 pp.; col. El Barco de Vapor; ilust. de
Jindra ČAPEK; trad. de J. A. Santiago Tagle; ISBN: 84-348-3768-4.
«Un gran anhelo se apoderó del jefe» indio Luna de Plata cuando un día descubrió una estrella. Convencido de que su búsqueda es el sentido de su existencia, viajará durante toda su vida tras ella.
Año de lobos es una historia testimonial sencilla cuyo dramatismo se impone sin énfasis alguno: «Era un día despejado de invierno, con un cielo azul puro. La costa estaba envuelta en un sutil velo de niebla. Los carros iban más lentos. Se había producido una rotura en el hielo y el agua inundaba la superficie. Unos maderos hacían de puente. El carro que los precedía pasó sobre él con precaución. El agua seguía entrando por la hendidura. Se oía crujir el hielo y los fugitivos sintieron pavor. Un latigazo restalló en algún punto de la laguna». Fährmann escribe de modo directo a base de frases cortas y muchos diálogos, desarrolla con agilidad la acción, compensa las escenas de sufrimiento con las pequeñas alegrías cotidianas, y consigue subrayar con naturalidad, y por tanto con acierto, cualidades «normales»: abnegación, generosidad, unión familiar, profundo sentido religioso… Un estilo infrecuente de comportarse en condiciones tan duras, pero que, para tantos, es la causa de que la esperanza pueda renacer en las condiciones más inhumanas.
En El cuarto Rey Mago, el autor emplea un recurso de algunos cuentos tradicionales cuando, al emprender el viaje, Luna de Plata recibe dos consejos contradictorios: «No mires a tu izquierda ni a tu derecha. Sigue tu camino y no te importe nada lo que ocurra a tu alrededor. Si no obras así, no alcanzarás tu destino», le dice su hermano Ciervo Veloz. Su madre, sin embargo, le dice: «Mira a tu izquierda y a tu derecha y sigue tu camino. Pero nunca olvides a quienes necesiten ayuda. De otro modo, no alcanzarás tu destino». Cuando se siente confuso y no sabe qué hacer al llegar a la costa, escuchó una voz en su interior que le decía: «Aquel que guía las estrellas también ha creado el mar. El es fiel y no permitirá que te extravíes».
Nuestro silencio es nuestra culpa
En Año de lobos se denuncia uno de los dramas, quizá el peor, de los que sucedieron en la segunda Guerra Mundial: la pasividad de tantos ante las injusticias que sucedían alrededor. El padre de Konrad le cuenta cómo llevaron a los judíos a un campo de concentración cercano: «Sólo los muertos salen de allí. Todos lo sabían. Y nos callábamos. Nos sentimos contentos de no caer allí. Nuestro silencio es nuestra culpa, hijo».
Y cuando, al final de la guerra, muchos supervivientes son transportados en trenes al interior de Alemania y algunos alzan la voz para protestar, un señor mayor interviene:
—«Calla. Todos estamos expiando igual que tú. O acaso protestaste cuando expulsaban a los polacos, asesinaban a los judíos, ¿eh?
—Yo no… —se defendió…
—Tú lo sabías y seguiste llevando el uniforme. Así que a callar.
—Pero nosotros —replicó una señora— nosotros nada tuvimos que ver. ¿Por qué nos castigan? ¿Es justo hacer pagar a culpables y a inocentes?
El señor mayor le contestó con dureza:
—Todos hemos consentido la injusticia sin protestar. El que entonces protestó cuando otras personas sufrían violencia, que se queje ahora».
Otros libros: El velero rojo.
19 diciembre, 2007