Escritor alemán. 1956-. Nació en Braunschweig. Ejerció como reportero y periodista entre los años 1980 y 2000. Ha publicado varios libros.
El Pequeño Rey DiciembreBarcelona: Lumen, 2002; 60 pp.; ilust. de
Michael Sowa; trad. de Esther Tusquets; ISBN: 84-264-3769-9.
«Desde hace algún tiempo aparece de vez en cuando por mi casa el pequeño y gordito Rey Diciembre II», empieza diciendo el narrador. «No es mayor que un dedo índice y está tan gordo que no puede abrocharse el minúsculo abrigo rojo de terciopelo con el borde de blanco armiño por encima m de la barriga». Y, a partir de ahí, nos cuenta sus relaciones con este curioso personaje que pertenece a un mundo en el que se nace siendo mayor y, según pasa el tiempo, se va decreciendo progresivamente y siendo más niño cada vez.
PralinoCádiz: Barbara Fiore, 2007; 36 pp.; ilust. de
Michael Sowa; trad. de Albert Vitó, Carles Andreu; ISBN (10): 84-935591-2-1.
Un cuento de un padre a su hijo, en Nochebuena, a la espera de que el niño Jesús toque la campanilla y se pueda bajar al salón: faltando cuatro días para la Navidad, Arthur, un chico de nueve años que se aburre y fabrica para su padre un pequeño robot a partir de una caja de bombones, de un paquete de detergente, de dos rollos vacíos de papel higiénico, tapones de corcho, alambre, cinta adhesiva…; luego, el robot cobrará vida, hablará con expresiones tomadas de las cajas de las que está hecho, y, junto con otros juguetes, hará una expedición a la nevera mientras cantan una versión muy particular del «mira como beben los peces en el río».
El pequeño Rey Diciembre se puede comparar con El principito en su planteamiento de un adulto que charla con un ser pequeño, y en la clase de conversaciones que mantienen Diciembre y el narrador, para el cual significan un gran enriquecimiento de sus perspectivas. Sin duda no es una historia tan bien construida ni tan emotiva como aquella: Diciembre resulta menos creíble, lo que sucede y los diálogos entre los dos personajes no llegan tanto al corazón, tampoco las consideraciones que se hacen tienen tanta enjundia. Además, El principito tiene a su favor que, aunque no hace ningún planteamiento trascendente, se mantiene siempre dentro de un territorio que pueden compartir quienes creen y quienes no creen en la otra vida: su autor elude por completo la cuestión. Sin embargo, en El pequeño Rey Diciembre se plantea expresamente la cuestión de la inmortalidad, que se deja en el aire con un comentario que Diciembre hace al narrador: «tú me sueñas a mí y yo te sueño a ti», algo que no es difícil de comprender pero sí enredado, afirma. Y, como es habitual hoy en tantos cuentos, en otro momento también afirma que «el que está muerto se convierte en estrella»… Y, tal como yo lo veo, ambas cosas parecen bastante más difíciles de creer que la inmortalidad. Aún así, la historia gusta porque tiene calidad y porque Diciembre formula observaciones agudas, sobre todo en relación a cómo, al crecer, podemos perder capacidad de asombro y empequeñecernos por dentro.
Pralino es un relato bien construido e ingenioso, que se puede poner en la lista de historias simpáticas sobre juguetes que cobran vida. Está bien definido el protagonista, no un supercerebro sino un robot sencillo y casero con «poder antimanchas», que habla de forma divertida —«¿quién chocolate con leches soy yo?», se pregunta cuando despierta—, que pide ser programado como «crujiente y delicioso», y que sabe también que su misión en la vida es ser un regalo, y «un regalo debe hacer feliz a quien lo recibe».
Las sugerentes ilustraciones pictóricas de Michael Sowa, deudoras de Magritte y de Hooper, potencian la eficacia de los textos: hacen cercanos y simpáticos a Diciembre y a Pralino.
27 noviembre, 2007