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TWAIN, Mark

Buena parte de la futura novela norteamericana siguió las pautas marcadas por Twain. Su estilo es sencillo, realista, vigoroso, con un humor basado en la ironía que refleja una concepción algo pesimista del hombre. Era periodista (muchos escritores norteamericanos del siglo XX lo serán) y de ahí su realismo selectivo, sin énfasis, yendo al grano, que hace su humor tan eficaz hoy como ayer.

Si muchos libros de Twain tienen bastante de autobiográficos, esto se nota en particular en Tom Sawyer y en Huck Finn, obras que nacen de sus recuerdos y de su nostalgia del pasado. La primera sigue la estela abierta pocos años antes por The Story of a Bad Boy [1] pero presenta mucho mejor un chaval revoltoso y con acentos más claramente infantiles. Las dos son novelas de iniciación al mundo adulto, ricas en sucesos, con una carga de humor irónico y de poesía que las hacen inolvidables, con una frescura y expresividad que les dan conexión directa con la mente juvenil. De las dos, Twain prefería Las aventuras de Huck Finn, narradas en primera persona y no en tercera como las de Tom Sawyer, y la misma opinión tiene la crítica posterior: HEMINGWAY [2] las consideraba «nuestro mejor libro». Y eso a pesar de su estructura desconcertante, no tan lineal como Tom, y de su carácter muy localista (para seguirla bien hay que conocer la geografía del lugar). En su implícita presentación de la vida como el curso de un gran río, Twain pinta un mundo de frontera y por tanto inestable, con sus poblaciones flotantes de gente con grandes esperanzas y otros que vuelven desengañados… Pero exalta siempre los sentimientos nobles: compasión por los seres humanos, afirmación de la libertad, amistad por encima de prejuicios. Y su sentido satírico se acentúa cuando trata de la esclavitud y la inferioridad de los negros como algo socialmente admitido y perfectamente integrado en los esquemas mentales de todos: «Jim, para ser negro, era bastante sensato», dirá Huck, que al final de su historia comentará como gran elogio que «yo sabía que Jim era blanco por dentro».

A la vez que crítico hacia la visión idealizada del Oeste que dio Fenimore COOPER [3], Twain tenía una perspectiva genuinamente norteamericana: «Ya está bien de tanta monserga sobre Europa», decía. Y, con esa idea, publicó novelas en otra línea distinta, como El príncipe y el mendigo, después de un viaje a Europa, con el fin de ridiculizar las pretensiones y logros de la monarquía, y logró un relato fluido y ágil —«pongamos ahora nuestro relato en pasado, para mayor comodidad»—, lleno de ingenuidad, encanto e ironía. Entre paréntesis, también publicaría, más tarde, Un yanqui en la corte del Rey Arturo (A Connecticut Yankee in King´s Arthur Court, 1889) en la que ataca la concepción de las novelas de Walter SCOTT [4] y compara el ingenio norteamericano con la ineptitud caballeresca inglesa; y El Conde americano (The American Claimant, 1892) en la que un lord inglés viaja a EE.UU. y allí recibe lecciones de igualdad y democracia.

Sin embargo, Twain también escribiría una obra, muy distinta de las restantes suyas, como Juana de Arco, que no firmó con su nombre en portada para evitar cualquier impresión de que se trataba de un libro cómico. Y en este caso, aunque sus conocimientos de la historia europea en general, y de la historia de la iglesia católica en particular, eran muy incompletos y le hacían caer en burdas simplificaciones, logró una obra documentada y repleta de admiración hacia el personaje, hasta el punto de llegar a declarar que «estoy plenamente convencido de que Juana de Arco, el último de mis libros, es el que he logrado plenamente».

De Tom Sawyer a Huck Finn

«Aunque el propósito de mi libro es que pueda servir de distracción a chicos de uno y otro sexo, espero que no por eso sea desdeñado por las personas mayores, ya que mi intención es que éstos recuerden con agrado lo que fueron en otro tiempo, cómo pensaron, sintieron y hasta hablaron, y en qué divertidas empresas se encontraron a veces enredados», dice Twain en el prólogo a Las aventuras de Tom Sawyer. En su continuación, Las aventuras de Huck Finn, Twain elige como personaje principal y narrador al amigo de Tom, y, con el cambio de perspectiva y de tono, apunta más alto en los objetivos literarios y en la sátira social. La tensión de una escapada en la que ocurren distintos enredos, algunos hilarantes; el atractivo de unos personajes vigorosamente dibujados y de unas descripciones magníficas; la categoría literaria de un lenguaje coloquial y cercano; el humor pesimista e irónico, pero a pesar de todo cordial y lejano de los acentos amargos de sus últimas obras; la veracidad con la que Twain transmite el mundo de los chicos y la vida de frontera: éstas son algunas de las razones por las que Las aventuras de Huck Finn es tan elogiado. A ellas hay que añadir su calado moral, el rasgo que lo hace un libro decisivo.

La conciencia de Huck

Durante su fuga con Jim, Huck piensa todo el tiempo que obra mal y en su mente combaten argumentos irreconciliables. En un momento de la huida en que Huck podría haber denunciado a Jim pero no lo hace, se queda hundido y triste porque, reflexiona, «sabía muy bien que había obrado mal, y veía que era inútil tratar de aprender a obrar bien; un individuo que no ha empezado bien de niño pequeño, no tiene oportunidad; cuando viene el aprieto no tiene en qué apoyarse, y nada que le haga seguir adelante; así que sale vencido. Luego pensé un minuto, y me dije: espera; suponte que hubieras obrado bien y denunciado a Jim, ¿te sentirías mejor de cómo te sientes ahora? No, me dije, me sentiría mal…, me sentiría exactamente igual que ahora. Bueno, entonces, dije, ¿para qué te vale aprender a obrar bien, cuando es dificultoso obrar bien, y no es nada difícil obrar mal, y el pago es igual en los dos casos? Estaba confundido. No podía contestar la pregunta. Así que pensé que no debía seguir preocupándome del asunto, sino que siempre iba a hacer lo que en el momento me viniera más a mano». Y es que, sigue más adelante Huck, «siempre te pasa así: no importa si haces bien o mal, la conciencia de uno no tiene sentido común, y se lanza contra uno en todo caso. […] La conciencia ocupa más sitio que todo el resto de las entrañas de uno, y además no vale para nada. Tom Sawyer es de la misma opinión». Alguien debería decirle a Huck que precisamente su conciencia es la que le hace tan perspicaz.

Una discusión amplia sobre esta novela, que vale la pena conocer, es la que da Wayne Booth en Las compañías que elegimos: resumo sus ideas en la nota ¿Un final ofensivo? [5]

El rastro de Huck

Twain abrió el camino literario norteamericano a todo ese mundo de conflictos interiores de los chicos en ambientes familiares y sociales inestables y cargados de prejuicios, donde las explicaciones de qué está bien y qué está mal son tan confusas… Algunas huellas del rastro de Huck son: en 1934, Del tiempo y el río [6] (Thomas WOLFE [7]), en 1935 Llámalo sueño [8] (Henry ROTH [9]), en 1948 Otras voces, otros ámbitos [10] (CAPOTE [11]), en 1949 El guardián entre el centeno [12] (SALINGER [13]), en 1962 Los rateros [14] (FAULKNER [15]), en 1989 Vida de este chico [16] (Tobias WOLFF [17])… Son algunos de los libros norteamericanos más importantes que tratan sobre chicos desamparados y perdidos que, como Huck cuando se separa de Jim y está desorientado en el río, manifiestan con desaliento que «no se pueden entender las voces en medio de la niebla, porque nada se ve normal, ni se oye normal entre la niebla».

Otros libros

Un brevísimo texto es Consejos para niñas pequeñas [18], con ilustraciones de Vladimir Radunsky [19].