YI, Mun-Yol

YI, Mun-YolAutores
 

Escritor coreano. 1948-. Nació en Yong-Yang, provincia norte de Kyongsang, Corea del Sur. Su padre, comunista, huyó a Corea del Norte cuando él tenía tres años. Estudió Pedagogía aunque después no ejerció la enseñanza. Escritor de prestigio en su país, ha publicado varias novelas que han sido traducidas a muchos idiomas.


Nuestro frustrado héroe
Madrid: Editorial Complutense, 1998; 96 pp.; traducción de Jesús Molero Sánchez y Jin-Su Inés Kim; ISBN: 84-89784-49-3.

Corea del Sur, entre marzo de 1959 y la primavera de 1960. Cuando tiene doce años, Pyong-The Jan se incorpora a una escuela de provincias, a causa de que su padre ha sido trasladado allí desde Seúl. En su clase domina Sok-Te Om, el delegado de la clase, un chico con unas extraordinarias dotes para un liderazgo basado en la manipulación. Los intentos de Pyong-The de rebelarse son infructuosos, y sufre un aislamiento cada vez mayor. Después de un semestre capitula y, entonces, Sok-Te se comporta con una generosidad que provoca en Pyong-The «un profundo sentido de gratitud». Cuenta el narrador, treinta años después de los hechos, que «los frutos de aquella sumisión fueron muy dulces, y quizá más porque mi oposición había sido larga y obstinada. Los favores de Sok-Te llovieron sobre mí como una cascada después de comprobar que ya me había encajado completamente en su sistema». Un nuevo maestro hará que las cosas cambien.



El autor sufrió dificultades en su juventud, debidas al pasado comunista de su padre. Una idea básica en sus libros es la lucha por la libertad personal en forma de oposición y rechazo de cualquier estructura represiva, social, política o ideológica. Un prólogo explicando la historia de Corea en las últimas décadas aclara el trasfondo social del libro: después de unos años de dictadura anticomunista, se produjeron en Corea del Sur unas revueltas sociales el 19 de abril de 1960, empujadas por manifestaciones universitarias, que dieron paso a unas elecciones democráticas.

Nuestro frustrado héroe, que no es un libro autobiográfico aunque la historia se cuenta en primera persona, es completamente distinta de las habituales novelas colegiales. No sólo pinta un ambiente y mentalidades aquí desconocidas, sino que, con veracidad e intensidad notables, plantea si alguna clase de violencia puede ser un medio educativo legítimo… Salpicada de comentarios sabios —«como dice el proverbio: “si cepillas una alfombra, siempre sale polvo”»—, la narración transmite la evolución interior del reflexivo protagonista, que va de fracaso en fracaso después de sus primeras actitudes desafiantes, sintiéndose cada vez más «abrumado por la arbitrariedad y el despotismo de aquel sistema». No puede vencer ni física ni intelectualmente a Sok-Te, no puede conseguir que nadie se ponga de su parte, no puede demostrar al maestro lo que ocurre en clase; incluso su padre admira la personalidad de Sok-Te Om y entiende las quejas de Pyong-The como simples rencillas de chicos por lo que, señala, «perdí todas las ganas de hablarle de nuevo de mis problemas personales». Y el aislamiento que sufre le conduce, por fin, a un viraje con el que quiere borrar la soledad y la amargura de todo un semestre. Y, pocos meses después, con unos métodos violentos que se describen sin valoraciones, el nuevo profesor deshace la tiranía de Sok-Te y fulmina los comportamientos borreguiles de la clase: después de una paliza pública brutal con una vara a Sok-Te, seguida de otras de diez golpes a sus cómplices, de otras más pequeñas a toda la clase…, los chicos empiezan a elegir democráticamente a todos sus representantes con la presencia silenciosa del profesor. El mensaje final no es tanto una crítica del tirano como un rechazo violentísimo a una sociedad pasiva y conformista que se deja someter a la indignidad sin protesta.

Una clase ejemplar

«Nuestra clase, bajo la autoridad de Sok-Te, era un verdadero modelo para la escuela. Sus puños eran mucho más eficaces que el control aparente de los maestros de guardia o los monitores del sexto curso para evitar que los chicos comieran en clase o infringieran cualquier norma insignificante de la escuela. Gracias a su responsabilidad de revisar la limpieza, nuestra clase quedaba más limpia que cualquier otra y nuestro arriate de plantas llamaba la atención. Gracias a su supervisión, nuestro proyecto de jardín era el que obtenía mayor cosecha, y con las aportaciones que nos imponía, los adornos de nuestra clase eran muchos más que en las otras. Las paredes estaban repletas de cuadros muy costosos. Con él como capitán, nuestro equipo ganaba todas las competiciones con las otras clases. Y con su liderazgo en el trabajo, que imitaba el sistema de los adultos en las apuestas de dinero, hacía que el trabajo confiado a nuestra clase se concluyera más rápida y ordenadamente que el de las otras, dirigidas personalmente por los respectivos maestros. Al dominar con sus puños todo el quinto curso, Sok-Te lograba que ningún muchacho de otra clase pegara a los nuestros».


31 enero, 2006
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