Una barrera que Tolkien quiere derribar para facilitar la comprensión de la fantasía como género —o de la fantasía tal como él la entiende— es la idea que muchas personas tienen de que los cuentos de hadas —o los relatos de fantasía en general— son relatos para niños. Estas consideraciones se comprenden mejor si primero indicamos que hay cuentos de hadas de distinta clase y que los cuentos de hadas a los que Tolkien se refiere son aquellos que representan lo mejor del género de Fantasía.
Explica que normalmente no hay ningún nexo esencial entre los niños y los cuentos de hadas. Asociar cuentos de hadas y niños es un accidente moderno: se deriva de considerar al niño como un tipo especial de criaturas que se conforman con desechos literarios (con relatos flojos a los que, genéricamente, se les denomina cuentos de hadas). Pero, como grupo, a los niños no les gustan los cuentos de hadas más que a los adultos: eso sí, están creciendo, tienen apetito, y los cuentos de hadas bajan bastante bien a sus estómagos. Pero es una afición que no aparece temprano en la niñez a no ser que haya un estímulo especial y artificial.
Hay que pensar que los niños no tienen experiencia crítica. Eso tiene como consecuencias que, por un lado, intentan que les gusten aquellas historias que se les dan y, por otro, que no logran expresar ni razonar su desagrado, con lo cual este queda oculto. Naturalmente, los niños son capaces de una «fe literaria» cuando el arte del escritor de cuentos es lo bastante bueno para producirla. A esa condición de la mente se la ha llamado «voluntaria suspensión de la incredulidad». Pero no parece que ésa sea una buena definición de lo que ocurre. Al menos, dice Tolkien, siendo niño él no tenía un especial deseo de «creer» sino que quería «saber».
Por tanto, el valor de los cuentos de hadas no se puede medir con los niños como referencia, sino que ha de ser medido con iguales criterios a los que usamos para juzgar el arte adulto. Los cuentos de hadas no se ocupan de lo posible sino de lo deseable y dan de lleno en el blanco si, al tiempo que despiertan los deseos y los estimulan, en cierto modo también los satisfacen. En ellos la Fantasía es la creación o el vislumbre de Otros Mundos: ese es el núcleo mismo del deseo de relatos como los que llamamos cuentos de hadas.
J. R. R. Tolkien. Árbol y Hoja (Tree and Leaf: incluye el cuento Hoja de Niggle y el poema “Mythopoeia”, 1988); Barcelona: Planeta-Agostini, 2002; 152 pp.; prólogo de Christopher Tolkien; trad. de Julio César Santoyo, José M. Santamaría y Luis Domènech; ISBN: 84-395-9786-X.