Barnaby Rudge (1841)

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Barnaby Rudge (1841)

Historia de dos ciudades y Barnaby Rudge, la quinta novela de Dickens y la menos conocida de sus novelas largas, son sus únicas obras que no se ambientan en su propia época y que pretenden reflejar acontecimientos históricos. Señala Chesterton que ambas se ambientan en revoluciones del siglo XVIII que fueron completamente distintas: la francesa fue una revolución que ahora llamamos ilustrada y liberadora; la segunda, los Gordons Riots, fue una revuelta que ahora llamamos ignorante y oscurantista. Sin embargo, Dickens dibuja en las dos un mismo tipo de aristócrata dieciochesco, suponiendo que aristócratas así realmente existieron en el XVIII.

La primera parte se desarrolla el año 1775 y tiene lugar sobre todo en Chigwell, un pueblo cercano a Londres. Uno de los hilos románticos de la narración es que, a pesar de su animadversión mutua, el honrado pero brusco Geoffrey Haredale, sospechoso heredero de un hermano suyo asesinado 22 años antes, y el canalla pero educadísimo lord John Chester se ponen de acuerdo para impedir el noviazgo entre la sobrina del primero, Emma, y el hijo del segundo, Edward. Pero conspira más gente todavía contra la relación entre Joe, hijo del posadero del Maypole, John Willet, y Dolly, hija del cerrajero local Gabriel Varden y hermana de leche de Emma Haredale. En medio están Barnaby Rudge, un chico retrasado mental que posee un loro parlanchín, y su madre, una mujer que vive completamente para su hijo.

La segunda mitad tiene lugar cinco años después, cuando estallan en Londres unas algaradas callejeras anticatólicas encabezadas por Lord George Gordon. Llevan el peso principal del relato las vívidas descripciones de los disturbios, los enredos amorosos y el humor tienen poca cabida, y Dickens tiene interés en subrayar cómo hay astutos y malvados en la sombra que azuzan a los cabecillas visibles a comportarse violenta y brutalmente.

Como en todo Dickens, la fuerza mayor del relato está, por un lado, en la descripción de ambientes —la posada, la cerrajería, las calles de Londres—, y, por otro, en el dibujo de secundarios —el mentalmente lentísimo John Willet, la murmuradora intrigante Miggs y su ama, la mujer del cerrajero, entre muchos otros—. Naturalmente, la narración está bien entretejida y salpicada de consideraciones bromistas —«la meditación no engendra tan sólo ideas, sino que algunas veces también las adormece, por lo cual cuanto más meditaba, más ganas tenía de dormir»—; agudas —«nuestros afectos no son tan fáciles de herir como nuestras pasiones, pero el golpe profundiza más y la herida requiere más tiempo para cicatrizarse»—; y sensatas —como esta de Gabriel Varden: «de todas las cosas malas, las peores son las buenas cuando se hace mal uso de ellas. Por ejemplo: una mujer mala es muy mala, pero cuando se extravía una buena por malas influencias, es peor que la mala. Lo mismo sucede con la religión»—. El final es el que cabe esperar de Dickens pues los misterios se aclaran y los personajes buenos acaban con sus vidas encauzadas satisfactoriamente.

Charles Dickens. Barnaby Rudge (1841). Edición española en Barcelona: Belacqua, 2006; 827 pp.; col. La otra orilla; trad. de Ramón González Férriz; prólogo de Horacio Vázquez Rial; epílogo de G. K. Chesterton; ISBN: 84-96694-01-9.

 

17 mayo, 2007
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