El grito ¡sálvese a los niños!, dice Chesterton, es «una especie de expediente desesperado para tiempos de pánico», algo propio de los naufragios cuando se considera necesario separar a los niños de los padres. Ahora bien, «este grito de “sálvese a los niños” contiene en sí la odiosa implicación de que es imposible salvar a los padres» o, dicho de otro modo, que muchos millones de personas han de ser ignoradas y dadas por perdidas.
El planteamiento mejor quizá sea otro: el de que «a menos que se salve a los padres no se puede salvar a los hijos», que no se puede enseñar civismo a los niños si los padres no son ciudadanos, que nadie les podrá transmitir aquello que les salvará si los padres no lo saben primero.
Además, «es vano salvar a los niños porque no pueden permanecer siendo niños. Por hipótesis estamos enseñándoles a ser hombres, y ¿cómo puede ser tan simple enseñar una virilidad ideal a otros si resulta tan vano y desesperado encontrarla para nosotros?»
G. K. Chesterton. En «Un grito perverso», Lo que está mal en el mundo (What´s Wrong with the World, 1910). De la p. 677 a p. 871, en Obras completas, tomo I; Barcelona: Plaza & Janés, 1967; 1676 pp.; trad. de Mario Amadeo.