Burla e idolatría de lo mismo

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Burla e idolatría de lo mismo

Chesterton habló algunas veces acerca de la obsesión creciente por el sexo en la sociedad. Ya indiqué cómo, tiempo antes de Un mundo feliz, en algunos de sus artículos hablaba del sexo como el más evidente de los sobornos que se puede ofrecer para esclavizar a alguien (Fancies versus Fads). En plan menos serio señalaba que el sexo y la respiración son las dos cosas que generalmente funcionan mejor cuando menos te preocupas por ellas, y que tal vez por eso no era casual que en su época se hubieran puesto a la vez de moda el feminismo y los ejercicios gimnásticos respiratorios («The Suffragist», A Miscellany of Men).

Pero al respecto tal vez la paradoja más sugerente que señaló fuera esta: «Puede decirse que nuestros tiempos, aunque se burlen de las inocencias sexuales, se inclinan a la generosa idolatría de la inocencia sexual, representada en la adoración de los niños. Pues todo el ame a los niños convendrá en que, si hay algo que turbe su peculiar belleza, ello está en los asomos de la sexualidad» (Ortodoxia). Y vuelve a la misma idea en La esfera y la Cruz, cuando uno de sus personajes afirma, satisfecho, que hoy en día tenemos un aprecio nuevo e imaginativo de los niños y su contrincante asiente: «tiene usted razón completamente: hay un culto moderno por los niños. ¿Y qué es (…) el culto moderno a los niños? ¿Qué es, en nombre de todos los ángeles y diablos, sino el culto a la virginidad? ¿Rendiría nadie culto a ser alguno solamente por el hecho de ser pequeño o de estar en ciernes?». Con lo que muchos han llegado a estar en una curiosa y paradójica situación: la de quienes huyen de un ideal pero «el mismo punto que habían señalado como meta de la huida resulta ser el mismo ideal de que huyen».

 

22 mayo, 2010
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