El núcleo de La confesión, de John Grisham, es que un chico negro, acusado de un crimen que no cometió, está esperando ya el día de su ejecución. Los protagonistas principales son su abogado, que lo intenta todo para evitarlo, y un pastor luterano de otro estado, que conoce al tipo que cometió el crimen y viaja con él a Texas para que confiese. Es un relato largo pues Grisham, un buen narrador, no sintetiza nada y multiplica personajes y escenarios relacionados con el caso. La maldad y corrupción de algunos personajes quedan claras pronto —el narrador puede llamar imbécil a un tipo nada más presentarlo— pero no así de otros, de quienes se nos cuenta bien por qué han llegado a ser delincuentes —«el sistema de justicia para menores solo es un caldo de cultivo de delincuentes profesionales», dice un tipo con una tristísima historia—.
El interés principal del autor es provocar indignación en el lector no sólo contra la pena de muerte sino contra el sistema que lo regula en algunos estados, y contra los circos mediático y político que le rodean. Como es lógico, sus personajes no intentan dar argumentos razonados —más allá de alguna declaración del tipo «muy enfermo tiene que estar el mundo para que matemos a alguien partiendo del supuesto de que tenemos derecho a matarlo»—, sino presentar sus puntos de vista. Lo que sí se aprecia es que, si el policía corrupto inventa pruebas para cargarse de razón o el político venal actúa de acuerdo con los vaivenes de la opinión pública, los abogados de la defensa no dudan tampoco en poner cualquier medio que se les ocurra para vencer en el caso, y quienes protestan justamente contra la injusticia no se plantean siquiera mínimamente si están recurriendo o no a medios injustos. Ninguno parece haber aprendido, como Frodo, la lección de que si usas las armas del enemigo tú mismo eres el enemigo.
John Grisham. La confesión (The Confession, 2010). Barcelona: Plaza & Janés, 2011; 502 pp.; trad. de Jofre Homedes Beutnagel; ISBN: 978-84-01-33961-5.