De la presencia del mal

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De la presencia del mal

Cualquier progreso hacia un mayor conocimiento exige ir desprendiéndose de los modelos imaginativos que un día cumplieron su función: si alguien se atasca en la imagen del átomo como unas bolitas que dan vueltas alrededor de una bolita mayor se queda incapacitado para entender la estructura de la materia; si en la mente de un estudiante arraiga la secuencia de dibujos en los que se ve como un mono va irguiéndose progresivamente hasta llegar a ser un hombre, nunca podrá estudiar seriamente la evolución; si un niño se queda con la imagen del diablo que le transmiten algunos cuentos no comprenderá nada de la presencia del mal en el mundo cuando sea mayor…

Para ilustrar esto último se puede recordar una anécdota, cuya versión original y fecha exacta no conozco, protagonizada por el cardenal de París, Jean-Marie Lustiger, judío converso y cuya madre falleció en Auschwitz en 1943. En una ocasión fue entrevistado en televisión «por un periodista, que le preguntó:

—Señor Cardenal, ¿cree usted en la existencia del demonio?
—Sí, si creo.
—Pero en una época de tantos progresos científicos y tecnológicos, ¿usted sigue creyendo en la existencia del demonio?
—Sí, sigo creyendo en él.
—¿Ha visto al demonio?
—Sí, lo he visto.
—¿Dónde?
—¡En Dachau, en Auschwitz, en Birkenau!
Entonces el periodista enmudeció».

F. X. Nguyen van Thuan. Testigos de esperanza (Testimoni della speranza, 2000). Madrid: Ciudad Nueva, 2000, 4ª ed.; 249 pp.; trad. de Juan Gil Aguilar; ISBN: 84-89651-8-2.

 

18 febrero, 2007
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