Escritor polaco. 1910-1994. Nació y falleció en Varsovia. Periodista desde 1933, perteneció a la resistencia durante la segunda Guerra Mundial, en la que fue internado en un campo de concentración. Autor de novelas, dramas y ensayos.
Cartas de NicodemoBarcelona: Herder, 2009, 19 ed., 2ª impr.; 480 pp.; trad. de Ana María Rodón Klemensiewicz; ISBN: 84-254-0165-8. [
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El fariseo Nicodemo escribe cartas a un viejo amigo suyo. Con su particular visión de las cosas, al irle dando noticias de lo que ocurre en Israel, va relatando la vida de Jesucristo.
Esta narración tiene la virtud de conseguir el punto justo de realismo en el que se conjugan con acierto sobriedad y aliento poético: «La luz solar se posaba sobre la mesa pesadamente, como una mano cansada de trabajar». En boca del culto y perspicaz Nicodemo, el autor va poniendo en cada momento la reflexión oportuna: «Haciendo cosas asombrosas, era siempre un hombre. Resucitaba a los muertos, pero temblaba de frío en una mañana fresca»; o la comparación acertada: «¿Conoces la fuerza de atracción de un espejo y la incomprensible necesidad de hacer muecas ante él? Este cuerpo (de Jesucristo en la Cruz) parecía un espejo. Veía en él mi propia cara»; o las palabras más apropiadas para transmitir sentimientos y emociones: «¿Conoces esta sensación? No ha ocurrido nada, pero de pronto sentimos que el corazón late de un modo distinto y el mundo parece diferente».
La reconstrucción imaginativa de «lo que falta» en el Nuevo Testamento, es respetuosa con la realidad histórica: Dobraczynski se ha metido en la piel y en la mente de su narrador, y ante la imposibilidad de abarcar lo que ve, se acerca a Jesucristo y a su doctrina como por aproximación: «Tenía uno de esos rostros que no se olvidan: el rostro de alguien a quien se ha encontrado en alguna otra ocasión y ahora no se puede recordar dónde ni cuándo»; «era como si todas las miradas bondadosas de los hombres se hubieran concentrado en ella sola»; «las palabras de este hombre […] suenan como palabras corrientes, pero, una vez han sonado, ya no enmudecen. Al contrario, aumentan de sonoridad. Se llenan de ecos. Igual que sus actos»; «cada uno de nosotros, más de una vez habla porque sí, para decir algo. Pero en él toda palabra, aún la más insignificante, tiene el peso de una roca. Llega hasta el fondo, golpea y produce un eco. Y si no lo produce es porque este fondo no es sino un viscoso cenagal. Pero incluso entonces…».
Una contestación a la falta de sentido de nuestras vidas
Uno de los hilos conductores de Cartas de Nicodemo es el dolor del narrador por la enfermedad de su hija. Al principio, dirá en sus cartas que «dentro de poco la gente huirá de mí como de quien contagia la tristeza». El sufrimiento va puliendo su espíritu: «El contacto con una enfermedad nos predispone a la meditación más que el contacto con la muerte. La muerte termina algo, la enfermedad no termina nada… […] Cuando creemos que ya se ha marchado, vuelve. Es como un continuo balanceo, hacia delante y hacia atrás». Y hay momentos en los que puede llegar a parecer insoportable: «El dolor, que iba describiendo círculos en torno mío como una fiera que se prepara a atacar, se abalanzó ahora sobre mi corazón y clavó en él todas sus garras». Poco a poco, superando el desconcierto, la mirada de Nicodemo irá siendo más clara: «¿No será que cada uno de nosotros vive en una prisión y, cuando contempla la casa de otro pensando con envidia en su felicidad, no ve en realidad sino otra prisión? Si lo que ha de venir ahora al mundo ha de provocar un cambio verdadero, es necesario que traiga también una contestación a la falta de sentido de nuestras vidas». Al final, Nicodemo dirá que hay «cuestiones que hay que aceptarlas primero para comprenderlas después».
19 agosto, 2010