MCCULLERS, Carson

MCCULLERS, CarsonAutores
 

Escritora norteamericana. 1917-1967. Nació en Columbus, Georgia. Su nombre era Lula Carson Smith. McCullers era el apellido de su marido. Por sus dotes para la música estudió para ser concertista de piano. Abandonó esos estudios para ser escritora pero la música tendrá mucha importancia en sus obras. Obtuvo fama siendo joven, lo que, unido a los dolores de una enfermedad mal diagnosticada, la condujo a un comportamiento inestable en el que abusó de la bebida. Murió en Nueva York.


El corazón es un cazador solitario
Barcelona: Seix Barral, 2002, 2ª impr.; 384 pp.; col. Biblioteca Formentor; trad. de Rosa María Bassols; ISBN: 84-322-1957-6. Nueva edición en 2017; ISBN: 978-8432232558. [Vista del libro en amazon.es]

Una ciudad del Sur de los EE.UU. El personaje central es Singer, un sordomudo «tranquilo pero meditativo, algo que a menudo se descubre en las caras de las personas muy tristes o muy juiciosas», un hombre con ojos llenos de matices, «como los de un hechicero», y al que le gusta vagar por las calles de la ciudad, «siempre silencioso y solo». A verle a su pensión acuden personajes variados cuyas vidas se entrecruzan: Mick Kelly, una niña en el umbral de ser adolescente; Jake Blount, un borracho; el doctor Copeland, un viejo cascarrabias negro siempre predicando ideas marxistas. Todos ellos acudían a Singer, «porque sentían que el mudo siempre comprendía, fuera lo que fuera lo que quisieran decirle. Y quizá más que eso». El otro personaje central es Biff Brannon, el dueño del Café New York, que todos visitan con frecuencia, y para quien resulta inexplicable cómo era posible que hubieran convertido a Singer «en una especie de dios casero. Debido al hecho de que era mudo, podían atribuirle todas las cualidades que querían que tuviera».


Frankie y la boda
Barcelona: Seix Barral, 2013; 240 pp.; col. Narrativa; trad. de María Campuzano; ISBN: 978-8432215490. [Vista del libro en amazon.es]

Frankie, 12 años, espera con ansiedad el próximo viaje a la boda de su hermano, en Winter Hill. En sus diálogos con la empleada negra de su casa, Berenice, y con John Henry, su primo de 6 años, se van manifestando sus inquietudes y deseos: quiere comenzar una nueva vida y marcharse de viaje con los novios.



Ambas novelas tienen en común, además del personaje adolescente, el panorama de unas vidas con horizontes pobres, el mensaje de que las personas sólo pueden compartir su soledad, y la descripción magistral de la vida del Sur, un mundo bronco en el que aflora enseguida el rechazo hacia los negros: «Lo que no quiero es estar presa», dice Frankie; «yo estoy peor presa que tú, dice Berenice, porque soy negra. Porque soy de color. Todo el mundo está prisionero de un modo u otro. Pero han puesto unas cadenas completamente especiales alrededor de toda la gente de color».

En El corazón es un cazador solitario, aunque tiene un papel relevante la niña Mick Kelly, McCullers centra su análisis de la soledad humana sobre todo en el sordomudo Singer, un «catalizador emocional» en palabras de la autora. Es una novela que habla de la imposibilidad de una verdadera comunicación, de la necesidad de afecto, y que no tiene respuestas a las preguntas acerca del sentido de la vida: «¿Por qué? Esa pregunta fluía siempre a través de Biff, inadvertida, como la sangre en sus venas».

Frankie y la boda, una obra en parte biográfica y quizá la mejor de la autora, tiene más unidad de acción y refleja como pocas veces se ha hecho el momento de transición de la niñez a la adolescencia. En ella se habla casi en exclusiva del malestar vital de una chica que percibe la transformación de su cuerpo y el transcurrir del tiempo. La música tiene menor peso aquí que en El corazón, pero son frecuentes las reiteraciones como estribillos musicales para conseguir un efecto parecido al de las baladas folk.

La soñadora Mick Kelly

Mick Kelly tiene doce años, es incapaz de estarse quieta, desea cosas sin saber muy cuáles, está permanentemente reconcomida por una inquietud que no sabe identificar. Es una chica soñadora —«M.K. Estas iniciales figurarían en todas sus cosas cuando tuviera diecisiete años y fuera muy famosa»—; entusiasta de la música —«había un tipo especial de música que le encogía el corazón cada vez que la oía. A veces, esta música era como trocitos coloreados de caramelo, y otras era la cosa más suave y triste que jamás imaginara»—; mantiene unas tirantes relaciones con sus hermanas mayores, que la llevan a buscar distinguirse —«no quiero ser como ninguna de vosotras dos; no quiero parecerme a ninguna. Y no lo haré. Por eso llevo shorts»—… Pero quien la cala hasta el fondo es Portia, la negra que trabaja en casa de sus padres, hija del Doctor Copeland: te conozco, le dice, «esta tarde vas a andar por todas partes sin estar nunca satisfecha. Vas a caminar por ahí como si anduvieras buscando algo perdido. Te vas a excitar cada vez más. Tu corazón va a latir tan fuerte que casi te matará porque no amas y no tienes paz. Y luego algún día vas a hacer algún disparate y te vas a perder. Nada te ayudará entonces».

Momentos de la vida de Frankie

«Aquel verano, para Frankie, era el verano del miedo […], se sentía enferma y cansada de ser quien era. Se odiaba a sí misma y se había convertido en una criatura perezosa e inútil que vagueaba por la cocina, sucia, ansiosa, mezquina y triste […]. El pueblo empezó a hacerle daño […]. Aquella temporada muchas cosas le daban de pronto ganas de llorar. Por la mañana muy temprano salía a veces al jardín y se quedaba largo rato contemplando el cielo del amanecer. Y era como si su corazón hiciera una pregunta y el cielo no le diera contestación. […] Le daban miedo esas cosas que le hacían preguntarse de pronto quién era ella, qué iba a ser en el mundo y por qué en aquel momento estaba allí parada, viendo una luz, o escuchando o mirando al cielo, tan sola. Tenía miedo y en el pecho se le hacía un extraño nudo».

«En algún sitio del pueblo, no muy lejos, una trompeta empezó a tocar un blues. La música era triste y honda. […] Luego, de pronto, mientras Frankie escuchaba, la trompeta rompió en unas salvajes estridencias de jazz que se empinaban frenéticamente en zigzag, con segura agilidad de negro. Al final de esa floritura de jazz la música se ahiló en un repiqueteo tenue y lejano, y luego la melodía volvió a la canción triste inicial y fue como si hablara de toda aquella temporada de inquietud. Frankie estaba allí, de pie en la acera oscura, y el estrecho nudo que sentía en el corazón le hacía apretar las rodillas y le secaba la garganta».

«Y cuando se planteó la vieja pregunta (quién era ella, qué haría en el mundo y por qué estaba allí de pie en aquel momento), cuando se planteó la vieja pregunta ya no se sintió dolorida y sin respuesta.»


26 octubre, 2007
Imprimir

Comments are closed.