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PATERSON, Katherine

Dentro de la producción de la autora, Un puente hasta Terabithia, La Gran Gilly Hopkins y Amé a Jacob, son las tres novelas más significativas. Un rasgo básico argumental de las tres, como también de sus otras historias, es que tratan de problemas que pueden encontrar los chicos y chicas al enfrentarse a las «dificultades de crecer». En ese nivel de contenidos pueden calificarse de relatos modélicos, pues Katherine Paterson se toma en serio los sentimientos de los chicos, tanto de sus protagonistas como de sus lectores, y eso le hace abordar temas difíciles con singular profundidad humana y calidad literaria.

También son relatos excelentes desde un punto de vista formal. La escritora norteamericana es una gran narradora, dibuja bien a sus personajes, construye los diálogos ágilmente y de acuerdo con los modos de ser de cada uno, hace descripciones rápidas y nada estereotipadas, termina con finales abiertos y positivos que no son ni cómodos ni forzados. Además, presenta de modo natural alusiones y comparaciones tomadas de pasajes de la Biblia, y hace referencias literarias ajustadas al tono de cada relato: entre otras, a las CRÓNICAS DE NARNIA [1] en Un puente hasta Terabithia; al mundo de TOLKIEN [2] y al poeta británico William Wordsworth en La gran Gilly Hopkins, a Shakespeare y a Peter Pan [3] en Amé a Jacob…

Lo más característico, sin embargo, y la fuente de los conflictos que algunos lectores tienen con sus obras, es la elección de los puntos de vista bajo los que relata las cosas: la narración discurre siempre filtrada y, por un lado, todo se presenta tal como el protagonista lo ve, y eso requiere una cierta capacidad de apreciar el sesgo con el que se muestran, y, por otro, existen unos significados simbólicos en los relatos que desbordan el nivel puramente mimético en el que se quedan los lectores menos atentos. Pero, con este modo de actuar, de colocar al lector por delante del protagonista y hacerle así percibir mejor cuál es su evolución psicológica, el escritor consigue llevarle progresivamente a una identificación con él que difícilmente se lograría de otro modo. Es interesante caer en la cuenta que los mismos títulos reflejan la óptica del, o de la, protagonista: simbólico en el primer caso, manipulativo en el segundo, el juicio que hace de sí misma el tercero.

En Un puente hasta Terabithia Paterson plantea la importancia de la imaginación en la vida emocional de los chicos. Cuando Leslie introduce a Jess en su particular recreación de Narnia, a Jess le sucederá que «por primera vez en su vida se levantaba con ilusión. Leslie era algo más que su amiga. Era su otro yo, más interesante: el paso a Terabithia y a todos los otros mundos del más allá». Jess, un chico con grandes dotes naturales pero sin experiencia, tarda en darse cuenta de lo que significa su amiga Leslie para él, pero gracias al enriquecimiento de su imaginación sabrá ver el mundo como en realidad es: «Resplandeciente, enorme y terrible, hermoso y frágil».

La gran Gilly Hopkins es divertida en su forma y trágica en su fondo. La autora muestra, entrando en el interior de Gilly, la necesidad de cariño que tiene, la coraza detrás de la que se refugia, sus tácticas defensivas pues «no quería apegarse a algo que podía esfumarse en cualquier momento». Y cuando en una ocasión Trotter le da las gracias, «por un instante Gilly la miró, pero enseguida apartó los ojos, como hace una persona ante un sol demasiado intenso. […] La expresión en la cara de Trotter era la que, en el fondo de su corazón, Gilly había estado ansiando ver toda su vida, pero no en la cara de alguien como aquella mujer. Eso no formaba parte del plan». Y el lector aprecia cómo Gilly, que cree tener el control de la situación, de modo paulatino va siendo cada vez más dependiente de su tutora y de su hermano adoptivo.

A diferencia de las dos novelas anteriores, Amé a Jacob no se cuenta en tercera persona sino en primera, un enfoque que la escritora utiliza poco: sólo en esta y en Preacher’s Boy, otro de sus relatos. Por un lado, en ella se usan muchos clichés de la literatura popular para chicas: rivalidad entre hermanas, enamoramiento de un hombre mayor, liberación final de la protagonista cuando encuentra trabajo… Por otro, la forma narrativa es poco común en la literatura juvenil: la narradora es una mujer recién casada que recuerda su infancia, pero de no de un modo totalmente fiable. Según va notando el lector, a veces omite cosas, sus juicios no son certeros, se aprecian autoengaños, se nota su susceptibilidad, incluso sus acciones buenas las emprende para justificarse ante sí misma y tener así motivos de queja… Como una profecía que acaba forzando su propio cumplimiento, se percibe que Louise va modelando su vida de acuerdo con el texto bíblico que da título al relato: cuando lee el texto y ve que se afirma en él «Amé a Jacob…» concluye: «Era Dios mismo quien me odiaba. Y sin causa. […] Dios había elegido odiarme. Y si mi corazón empezaba a endurecerse era gracias a El». Sólo al final, cuando Louise contempla a sus gemelos recién nacidos y observa que uno es más débil, se abre la puerta para que comience a entrar el aire y el resentimiento empiece a desvanecerse… Los recién nacidos cumplen aquí la función de los seres mágicos que cuando llegan lo cambian todo.

Las otras novelas citadas son también relatos de descubrimientos en los que la verdad va llegando antes a los lectores que a unos protagonistas que han de hacer frente a las adversidades, aunque siempre cuentan con alguien que, de un modo u otro, les sirve de guía.

Las guerras y conflictos en El signo del crisantemo son sólo un telón de fondo para contar los sueños de un chico con tener un padre ideal, sus dudas y deseos interiores al respecto. La autora domina los ambientes y costumbres que retrata y revela que podría escribir novelas de acción: la entrada de Takanobu en El Perro Rojo y sus diálogos con la dueña y la joven camarera podrían ser los de un pistolero en un «saloon» de un poblado del Oeste… A pesar de su exotismo es algo tópico el personaje de Fukuji, aunque sin duda son atractivas su rectitud y su misticismo en la fabricación de las espadas: «Fukuji se vestía de blanco cuando iba a forjar una nueva hoja, como podría vestir un sacerdote», y hará saber a Muna que «yo no puedo negociar con una espada como si fuese un… un pedazo de pescado seco. Tengo que mirar al hombre que vaya a llevar la espada en un futuro, para tratar de ver si su espíritu es merecedor del espíritu de la hoja».

¡Sal a cantar Jimmy Jo!, un relato muy norteamericano, se centra en que James tiene un pasado que a él se le oculta y eso causa su incomodidad. Por otra parte, el descubrimiento de sí mismo tiene que ver también con darse cuenta de que tiene un don particular para la música:

«Tienes el don», le dice su Abuela, «a veces el don parece más bien una carta, pero si se tiene, se tiene, y no se debe huir de él. Yo no quiero que tengas miedo, pero tampoco que peques contra tu don» […] ¿Comprendes lo que trato de decirte?

James negó con la cabeza. No comprendía, la verdad. […]

—¿Cómo explicártelo?

—El Señor no hace regalos particulares —dijo—. Si te da algo es porque piensa que sabrás compartirlo o darlo. Si tratas de guardarlo para ti, se te puede pudrir. ¿Recuerdas el maná que dio el Señor al pueblo Hebreo? Pues lo tenían que utilizar, o de lo contrario se llenaba enseguida lleno de gusanos.

James procuró no imaginarse lleno de gusanos».

La búsqueda de Park está moldeada sobre una versión de la leyenda medieval de Percival y el santo Grial. Como Percival, Park es un inocente que ignora la verdadera naturaleza de su búsqueda, cuya madre intenta disuadirle de que la emprenda, que lucha con un extraño que resulta ser su hermano, que fracasa cuando debe hacer las preguntas apropiadas… Aquí son importantes las referencias literarias a Joseph CONRAD [4], libros que Park descubre que leía su padre y que él también lee.

Lyddie es un personaje que contrasta con las hermanas March de Mujercitas [5], es decir, es una clase de protagonista que no aparecía en los libros decimonónicos ni en los de las primeras décadas del siglo XX. Tiene atractivo pues es una chica trabajadora, sensata, con afán de aprender…, pero a la que la obsesión de ganar dinero la vuelve egoísta y reticente a comprometerse en la lucha sindical, tal como intenta una compañera que haga. Las descripciones ambientales respiran autenticidad, se muestra el parecido entre la esclavitud y el trabajo remunerado en condiciones indignas, abundan las referencias a Oliver Twist [6].

Los motivos para escribir

Katherine Paterson piensa que una historia debe ser contada tan veraz y poderosamente como se pueda y opina que, contra lo que muchos adultos creen, los lectores jóvenes no leen novelas en busca de modelos ideales. Al contrario, quieren aventuras, evasión, risa o, en otro plano, si leen una novela seria, buscan en ella entenderse mejor a sí mismos y a los demás, ensayar por adelantado las experiencias que un día vivirán. Por eso, lo que piden a esa novela seria es que les diga la verdad, que les transmita una esperanza bien arraigada en la realidad y, como no son tontos, saben bien que cualquier personaje demasiado modélico es un ideal inalcanzable.

Un puente hasta Terabithia nació a raíz de la muerte de una amiga de su hijo pequeño y cuando, además, a ella le habían diagnosticado un cáncer. La escritora tomó la decisión de ponerse a escribirla cuando su hijo pequeño le dijo que, con esas cosas, Dios estaba castigándole a él por ser malo, un comentario tan contrario a la enseñanza religiosa que ella intentaba darle que la llevó a pensar en cómo los chicos intentan buscar un significado a lo que no entienden. Ante preguntas que le han hecho, ha subrayado que no es una novela sobre la muerte, sino sobre las dificultades de comprensión y aceptación de un chico cuando la muerte le pilla cerca. Es decir: no hay por qué darle ese libro a un chico con un problema parecido del mismo modo que no se nos ocurre recomendar Ana Karenina a una mujer que protagonice algo parecido.

La gran Gilly Hopkins nació a partir de su experiencia personal de atender unos meses a unos chicos refugiados camboyanos que habían pasado por varios hogares de acogida: ella misma confiesa que su actitud mental al atenderles, como si su estancia con ella fuera provisional, no es el amor incondicional que se debe a un niño y que cualquier niño nota eso. Esta será una idea básica en sus obras.

Y redactó Amé a Jacob, un libro diferente a los anteriores, después de oír a unas personas lamentarse de que su madre no les había querido bastante y verlas tan afectadas por celos infantiles tontos: las relaciones entre hermanos son las más formativas y pueden ser también las más dañinas y, a fin de cuentas, el primer crimen conocido es un fratricidio. También en otras obras de la autora es frecuente la relación conflictiva entre hermanos y cómo, al final, lo que nos cambia y hace mejorar es tener que cuidar de otros más débiles.

Por tanto, lejos de cualquier simplificación, no son libros sobre la muerte, la inmadurez afectiva o los celos. Eso sí, son historias que nos hacen ver un poco más allá en esas cuestiones, se podría decir que contienen esas gotas de verdad que son como la esencia de un perfume, sólo unas gotas, sí, pero que justifican que a sus novelas se las haya calificado como pertenecientes al «ultimate realism», un realismo profundo o esencial.

Nadie está obligado a servirte la felicidad en bandeja

Muchas narraciones actuales abordan las consecuencias que, sobre los hijos, provoca el comportamiento irresponsable de los padres. Cuando Gilly conoce a su madre, una caótica ex-hippie, y por fin comprende la realidad, llama por teléfono a su antigua tutora para desahogarse:

—«Trotter, todo es horrible. Nada ha salido como tenía que ser.

—¿Y quien dice que la vida tiene que ser de alguna manera? Lo único que es la vida, tal vez, es dura.

—Pero yo siempre creí que cuando viniera mi madre…

—Mi pobre niña, ¿es que no te lo ha dicho nadie aún? Yo pensaba que tú eso lo sabías de sobras.

—¿El qué?

—Que todo eso de los finales felices es mentira. El único final que hay en este mundo es la muerte. […] (Hay en la vida) realmente muchas cosas buenas […] pero no harás más que engañarte si esperas que vayan a suceder cosas buenas todo el rato. No es eso lo normal, y nadie está obligado a servirte la felicidad en bandeja.

—Y si la vida es tan mala, ¿cómo es que tú eres tan feliz?

—¿Dije yo que la vida era mala? Dije que era dura, tal vez».

Habría que añadir, a las sabias palabras de Trotter (pero cómo explicar eso a Gilly), que a unos padres sí cabe exigirles, al menos, que no suministren a sus hijos la infelicidad en bandeja.

Responsabilidad hacia los niños

A diferencia de otros escritores, Katherine Paterson siempre se ha mostrado contenta de que sus lectores sean principalmente jóvenes, y, salvo algunos relatos cortos, no ha escrito nada para otra clase de público. Cuando le han dicho algo así como que «nadie te tomará en serio» si sólo escribes para chicos, ha respondido que le basta con que los jóvenes la tomen en serio. No siente necesidad de reafirmarse como escritora intentando entrar en otros géneros y piensa que su don particular es escribir ese tipo de relatos realistas que se desarrollan centrados en el mundo interior de una chica o un chico: alguna vez ha dicho que lo suyo es componer solos para flauta y no sinfonías. Tampoco ha escrito secuelas de sus novelas: le supone mucho trabajo dar solidez a cada una de sus historias y no le interesa explotar un éxito anterior.

Alguna vez se ha preguntado a sí misma por qué, después de haber tenido unos padres excelentes y siendo ella y su marido unos padres «normales», sus personajes jóvenes tienen tantas dificultades con sus familias o andan a la busca de un padre perdido. Su respuesta ha sido que, aunque no está segura, «yo no estoy nunca segura en relación a estas cosas», tal vez en sus libros se revela el anhelo por el Único «a quién Jesús nos enseñó a llamar Padre». Las raíces de mis historias, afirma, «están en el mundo tal como lo conozco, pero se dirigen hacia el reino de la paz, hacia la ciudad celestial, donde un padre está mirando con atención a la espera del regreso del hijo pródigo. Porque, por la gracia de Dios, esto es verdad para mí y para todos quienes comparten esta esperanza».

En cuanto a su actitud hacia los lectores jóvenes son significativas sus palabras de recepción del Premio Andersen, el año 1998: «Hace años, cuando me preguntaban por qué escribía para niños, yo daba una respuesta frívola: “Yo no escribo para niños”, decía. “Escribo para mí misma y después voy al catálogo del editor para ver lo vieja que soy”. Pero no escribo para mí misma, escribo para niños. Nunca debería bromear con eso. Debo respeto a los niños. No puedo ser sentimental con respecto a ellos. Los únicos que pueden ser sentimentales con los niños son los que no conocen a ninguno (…). Pero escribir para ellos es una enorme responsabilidad, y quien escribe para ellos nunca debe olvidarlo. (…) (Los niños) nunca deben quedarse fuera de mi cuarto cuando estoy trabajando». (…) Tengo que recordar que escribo para niños y debo hacerlo así: con honradez, respeto y compasión». Y en ese discurso terminó contando que si a ella le preguntaran cuál era la mayor alegría de su vida, respondería como un filósofo chino: «Un niño bajando por la calle silbando después de preguntarme el camino».

Otros libros:

Of Nightingales That Weep (1974). New York: HarperTrophy, 1989; 192 pp.; ISBN-10: 0064402827.

En el Japón feudal, novela sobre una chica dividida entre su amor a un espía del clan enemigo y su lealtad hacia su familia.

The Master Puppeteer (1976). New York: HarperTrophy, 1989; 179 pp.; ISBN-10: 9780064402811. Hay edición en castellano titulada El maestro de las marionetas, en Bogotá: Norma, 1997, 2ª ed.; col. Torre de papel, Torre verde; ilust. de Haru Wells; trad. de Magdalena Holguín; ISBN: 958-04-2387-3.

En el Japón del siglo XVIII, relato sobre un chico que entra como aprendiz en una compañía de teatro de marionetas y descubre quién es un famoso ladrón a quien las autoridades persiguen.

Rebels of the Heavenly Kingdom (1983). New York: Puffin Books, 1995; 240 pp.; ISBN-10: 0140376100.

En la China del siglo XIX, novela de aventuras centrada en las vicisitudes de dos protagonistas jóvenes que combaten en una guerra civil y se enamoran.

El clan de los perros [7].

Bread and Roses. [8]

The Day of the Pelican [9].

My brigadista year [10].

Bibliografía:
—Katherine Paterson. The Invisible Child: on reading and writing books for children (2001). New York: Dutton Children’s Books, 2001; 267 pp.; ISBN: 0-525-46482-4.
—Maria Nikolajeva. The Child As Self-Deceiver: Narrative Strategies in Katherine Paterson’s and Patricia MacLachlan’s Novels. Australia, Papers, 1997, vol. 7, n. 1.