PEARCE, Philippa

PEARCE, PhilippaAutores
 

Escritora británica. 1920-2006. Nació en Great Shelford, Cambridgeshire. Graduada en Historia y Lengua por Cambridge. Fue funcionaria. Escribió guiones para la radio hasta los años cincuenta. Fue editora durante varios años. Falleció en Durham.


El jardín de medianoche
Madrid: Alfaguara, 1990; 222 pp.; col. Juvenil Alfaguara; ilust. de Susan Einzig; trad. de Joaquín Fernández; ISBN: 84-204-4657-2. Nueva edición en Madrid: SM, 1999; 176 pp.; col. El navegante; trad. de Amalia Bermejo; ISBN: 84-348-6563-7. Nueva edición en Madrid: Siruela, 2011; 216 pp.; col. Las Tres Edades; trad. de Amalia Bermejo y Félix Marcos Bermejo; ISBN:978-84-9841-525-4.

Como su hermano tiene sarampión, a Tom Long lo envían sus padres en verano a casa de sus tíos, una gran mansión transformada en viviendas de alquiler. Tom se aburre y tiene insomnio debido a las copiosas cenas de su tía. Una noche descubre una puerta misteriosa, pasa por ella y entra en un jardín desconocido. Al día siguiente averigua que aquél lugar es un solar… Pero por la noche, y todas las noches en adelante, Tom vuelve al jardín y allí se hace amigo de una chica de nombre Hatty, huérfana.



Relato estructurado minuciosamente, contado sin barroquismo y con muchas alusiones a los argumentos de otras obras —a El jardín secreto, a las CRÓNICAS DE NARNIA, a Rip van Winkle—. Pearce maneja con soltura los dos tiempos en que suceden los acontecimientos: el tiempo lineal de Tom, el tiempo «a saltos» y a distinta velocidad de Hatty… si se ven las cosas desde la perspectiva de Tom, pues la situación para Hatty es la inversa. La clave está en la inscripción que figura en el reloj del recibidor: «Time no longer» (Apocalipsis, 10,7: Tempus amplius no erit, Ya no habrá más tiempo). Con cuidadas descripciones, Pearce habla de las relaciones entre chicos y ancianos, un tema común en sus obras, y también explora ciertos sentimientos humanos: Tom descubre la soledad al conocer a Hatty; aprende a leer el pasado en los objetos y a reconocer en ellos vidas, alegrías y sufrimientos; por primera vez reflexiona en el modo inexorable en el que el tiempo transcurre y todo lo cambia…

Cuando el pasado se convierte en presente

En la vida ordinaria de Tom, el Tiempo no es inestable ni confuso: «No, en el piso el tiempo marchaba constantemente hacia adelante como se supone que lo hace: de minuto en minuto, de hora en hora, de día en día». Pero las cosas son distintas en el jardín, y dentro de Tom anidan dos deseos contradictorios: por una parte, desea que el tiempo corra rápido pero, por otra, quiere que vaya despacio: «El sonido del reloj de caja seguiría sonando “hacia” la hora de irse a la cama, y, en ese sentido, el Tiempo era amigo de Tom; pero también seguiría sonando “hacia” el sábado, y entonces el Tiempo era su enemigo».

Tom también descubre cómo el Pasado, «ese Tiempo tan lejano», «durante un corto rato, de algún modo se había hecho también su Presente…». E indudablemente aprende a ver la infancia y la juventud como estaciones de paso. De todos modos, eso no requiere mucha ciencia: la cuestión difícil está en saber hacia dónde.


1 febrero, 2007
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