Firma del escritor turco Kemal Sadik Gökçeli. 1923-2015. Nació en Hemite, Adana. Cuando tenía cinco años, su padre fue asesinado, lo que le produjo una tartamudez que no se le curó hasta los doce años. En 1950 llegó a Estambul y escribió sus primeros artículos de prensa. Poco después empezó a escribir cuentos y publicó su primera novela, El Halcón, que fue traducida a numerosas lenguas. Obtuvo muchos premios literarios. Falleció en Estambul.
El HalcónBarcelona: Ediciones B, 1997; 367 pp.; col. Tiempos Modernos; trad. de Rafael Carpintero Ortega; ISBN: 84-406-7892-4.
Nueva edición en Madrid: Suma de Letras, 2000; 400 pp.; col. Punto de Lectura; trad. de Rafael Carpintero; ISBN: 84-95501-20-1.
Años veinte. Aldeas del Taurus, Turquía. Huyendo de los malos tratos de Abdi agá, señor feudal de su aldea, Memed escapa más allá de las montañas cuando sólo tiene once años. Es acogido por el viejo Süleyman en su casa, que le trata como a un hijo y lo emplea como pastor. Pero a los pocos meses regresa, vencido por la nostalgia de su madre, Döne. Como castigo, la presión de Abdi agá se hace más fuerte: les exige los dos tercios de la cosecha, mientras los restantes campesinos han de darle los tres cuartos de lo que arrancan a la tierra. En Memed se aviva el rencor, que aumenta y estalla cuando Abdi agá quiere casar a su sobrino con su novia Hatçe. Memed huye al monte con ella y, cuando salen a buscarlos, Memed dispara contra Abdi agá y su sobrino: a éste lo mata y hiere a Abdi. Entonces se fuga y se une a la partida de bandoleros de Durdu el loco. Poco a poco, Memed se va convirtiendo en una leyenda.
El retorno del HalcónBarcelona: Ediciones B, 1998; 430 pp.; trad. de Rafael Carpintero Ortega; ISBN: 84-406-8919-5.
Nueva edición en Madrid: Suma de Letras, 2000; 512 pp.; col. Punto de Lectura; trad. de Rafael Carpintero; ISBN: 84-95501-67-8.
Novela centrada en el conflicto interior de Memed, que si es ya una leyenda viva, cuya sola presencia presentida ya enciende la rebeldía, «basta con la sombra del halcón», está también desmoralizado al pensar en la inutilidad de una lucha que cuanto más se renueva más sufrimiento atrae sobre quienes quiere.
La furia del Monte AraratBarcelona: Ediciones B, 1999; 157 pp.; col. La escritura desatada; trad. de Rafael Carpintero Ortega; ISBN: 84-406-9296-X.
Nueva edición en Madrid: Suma de Letras, 2000; 159 pp.; col. Punto de Lectura; trad. de Rafael Carpintero; ISBN: 84-95501-68-6.
A la puerta de Ahmet, un montañés del Ararat, llega un caballo. En casos semejantes, la tradición dice que no se devuelve, pero el bajá pretende que Ahmet se lo entregue. Ahmet se niega y, con engaños, el bajá lo encierra en sus mazmorras. Gülbahar, una de las hijas del bajá, se enamora de Ahmet y acaba consiguiendo su liberación. Entonces es Gülbahar la encarcelada: «El amor de Gülbahar y Ahmet se convirtió en una epopeya en boca de la gente. Los trovadores compusieron canciones sobre la muchacha encarcelada y los pastores y juglares les pusieron letra. Todo el Ararat estaba de luto». Cuenta el narrador que «cada día que pasaba, la rabia y la vergüenza se acrecentaban cada vez más, como una herida infectada en sus almas», mientras en la gente aumenta «una ira increíble, un deseo de rebelarse reprimido durante cien mil años»: todos están a la espera de la ira del Ararat contra la tiranía y la maldad.
Un relato corto como La furia del Monte Ararat puede servir de test al lector para saber si le gustarán El halcón y El retorno del halcón, dos novelas mayores de Kemal. Con una prosa donde cada frase es como un golpe seco de cincel, que a veces incide repetidamente en el mismo sitio, Kemal retiene al lector en sus magníficas descripciones de paisajes agrestes y en cada reacción de sus rocosos personajes. Le muestra cómo se forjan las leyendas, cómo nace la rebelión en el corazón de un pueblo, y cómo los hombres poderosos son arrastrados por su arrogancia… Al final, una lección de pueblos antiguos y sabios: un amor verdadero ha de soportar antes la muerte que cualquier indignidad.
Los temas de la narrativa de Kemal tienen su origen en sucesos de su propia vida: «A los cinco años ví como asesinaban a mi padre en el interior de una mezquita. Desde entonces recorrí los pueblos de Anatolia componiendo poemas y cantándolos, siguiendo la vieja tradición de la literatura oral turcoasiática». Inspirándose, pues, en los cuentos populares y en las leyendas que se tejen en torno a los rebeldes que defienden a los débiles, y que son empujados hacia la venganza, construyó en El halcón una novela enraizada en la geografía escarpada de los montes y llanuras meridionales de Anatolia. Sobre un fondo de brillantes descripciones de la naturaleza, Kemal va formando un mosaico de ambientes, costumbres, sucesos y personajes presentados con desusado vigor. Desarrolla su narración en capítulos cortos y con un estilo sincopado de gran expresividad: «El pueblo de Diyermenoluk está circundado por una llanura de cardos. No hay campos de cultivo, ni viñedos, ni jardines. Sólo cardos», se dice al comienzo; y ésta es la imagen con la que termina la novela: «Desde aquel día, todos los años los vecinos de Dikendi tuvieron por costumbre quemar los campos de cardos en el transcurso de una fiesta antes de comenzar las faenas de la arada». Mediante diálogos vivos y verosímiles, en los que los comentarios se acumulan como sentencias y reproducen los rumores que se repiten y circulan, el autor transmite cómo el amor a la tierra y las ansias de libertad se transforman en un inflamado rencor que azuza los deseos de venganza contra la maldad y el despotismo de Abdi agá.
En la continuación, El retorno del halcón, Kemal combina todos los elementos de las grandes novelas de aventuras: un héroe fugitivo, una joven arisca, un caballo mítico, un tirano poderoso, un pueblo que sufre… Aunque tiene menor interés no desmerece de la novela original.
Memed, el flaco
La descripción física de Memed contrasta con las imágenes heroicas comunes: «Uno se cría, crece y madura según la tierra que lo acoge. Memed había crecido en una tierra estéril. Mil y una desgracias habían impedido que alcanzara su máximo desarrollo. Sus hombros eran estrechos y sus brazos y piernas parecían ramas secas. Tenía las mejillas hundidas y la tez quemada por el sol. Si se le miraba con atención su aspecto recordaba al de aquellos robles, pequeños y achaparrados. Como ellos, aferrado a la tierra, fuerte y anguloso. Sólo en un rincón, en un diminuto rincón, le quedaba cierta ternura. Sus labios eran rosados y se fruncían ligeramente como los de un niño. En sus comisuras parecía dibujarse siempre una sonrisa. En cierto modo, se ajustaba a su amargura, a su fuerza».
Pero sus cualidades sí que, poco a poco, van pareciéndose a las de los más grandes bandoleros: «En la aldea no había mejor cazador que Memed. Su tiro era tan certero que alcanzaría hasta una mosca. Así de hábil era». Y, después de sus primeras acciones, el narrador explica que «ahora tenía valor y determinación. Su mundo se había roto pero se había ensanchado. Había saboreado la libertad y no se arrepentía en absoluto de lo que había hecho».
23 noviembre, 2006