DICAMILLO, Kate

DICAMILLO, KateAutores
 

Escritora norteamericana. 1964-. Nació en Merion, Pensilvania. Creció en Florida. Graduada en Inglés. Trabajó en una librería. Su primer libro fue Gracias a Winn-Dixie. Vive en Mineápolis, Minnesota.


Gracias a Winn-Dixie
Barcelona: Noguer, 2003; 152 pp.; trad. de Alberto Rioja; ISBN: 84-279-5002-0. Nueva edición en 2010; col. Noguer infantil; ISBN: 978-84-279-3265-4.

«Me llamo India Opal Buloni y el verano pasado, mi papá […] me envió al supermercado a por una caja de macarrones con queso, un poco de arroz y dos tomates y volví con un perro». Así comienza su historia Opal, diez años, hija del pastor de la Iglesia Baptista Brazos Abiertos de Naomi, Florida. Recién llegados a ese pueblo, Opal ve que el perro, al que llama Winn-Dixie, es feo y desgarbado pero atrae a la gente, y va entablando amistad con distintas personas. Sobre todo, a Opal le afecta que su madre se haya marchado de casa hace unos años.


Despereaux
Barcelona: Noguer, 2008; 240 pp.; col. Noguer singular; ilust. de Timothy Basil Ering; trad. de Alberto Jiménez Rioja; ISBN: 978-84-279-5004-7. [Vista del libro en amazon.es]

En el libro primero se cuenta la vida del protagonista, Despereaux Tilling, un ratón pequeñito de orejas grandes al que los demás acaban expulsando a las profundidades del castillo por ser raro y diferente. En el segundo, la protagonista es Roscuro, una rata grande ansiosa por la luz que no hay en las mazmorras donde vive. En el tercero, la de Pinky Pampurrias, una chica gorda que acaba trabajando en la cocina del castillo y que desea desesperadamente ser princesa como la princesa Guisante. Y en el cuarto libro los destinos de los tres confluyen.



Gracias a Winn-Dixie es un relato que reúne muchos elementos característicos. Como Pollyanna, cuyo padre también era clérigo, Opal tiene un cierto poder de cambiarlo todo alrededor, aunque cuenta con la colaboración de Winn-Dixie. También Opal va ganándose a personajes muy distintos y, como en tantos relatos norteamericanos, acaba resultando clave la bibliotecaria del pueblo, una mujer de la que procede también el consejo central: «No hay manera de aferrarte a algo que quiere irse. Sólo puedes amar lo que tienes mientras lo tienes». Opal hace listas de cosas; saborea las palabras que aprende: por ejemplo melancolía, «me gustaba como sonaba, como si tuviera música escondida dentro»; intenta que su padre le aclare cómo era su madre y, en ocasiones, da con imágenes acertadas para explicar qué le pasa: pensar en mi mamá, dice, «era lo mismo que el agujero que exploras con la lengua cuando se te cae un diente. Una y otra vez mi mente se iba hasta ese sitio vacío, el sitio donde yo me sentía como pensaba que ella debía estar». Sin duda la historia enganchará con aquellos a quienes les gusten mucho los perros, pero lo mejor es que la autora ha creado unos personajes secundarios conseguidos y que ha sabido darle a Opal una voz propia que, con toda su improbabilidad, consigue llegar al corazón del lector. Eso sí, a diferencia de cualquier escritora del pasado, aunque sea muy explícita en sus mensajes positivos de no juzgar a nadie y de perdonar siempre, deja sin resolver el problema principal de Opal.

En Despereaux lo más característico es la voz de la narradora, en este caso con un peculiar estilo «querido-lector» que a la vez resulta imperativo y dulce, clásico pero también con digresiones explicativas a lo Lemony SNICKET, suavemente bromista pero no irónico pues existe una clara intención de transmitir mensajes serios. La historia también atrapa porque utiliza bien otros recursos para tirar hacia delante del lector: estructura en capítulos cortos, organización de la trama siguiendo tres hilos diferentes. Además, están bien dibujados Despereaux, de origen francés, delicado y tímido pero decidido y fuerte, Roscuro, de origen italiano e inspirado quizá en Rata Manny, el personaje creado por Russell HOBAN para El ratón y su hijo, y también es atractiva la princesa Guisante. Sin embargo desentona un poco la extraña Pinky Pampurrias, sobre todo porque chirría el tono ligero con el que se narran algunas desgracias que le suceden. En otro nivel parece demasiado evidente la intención de transmitir algunos mensajes y, si entran bien los que se refieren a la importancia del perdón y del amor pues se concluyen de modo natural del relato, no sucede lo mismo con el énfasis final en el poder iluminador de las historias, que resulta redundante e incluso contraproducente: si este relato consigue dar luz o no es el lector quien debe decirlo.

Un narrador omnipresente

Es interesante comprobar cómo, después de tanto rechazo a las clásicas moralejas, en tiempos posmodernos se vuelve a lo mismo disfrazándolo de ligereza. Así, la narradora nos indica, en un determinado momento, que «el comportamiento de Roscuro tuvo, naturalmente, horribles consecuencias. Cada acción, lector, sin importar cuán pequeña es, tiene consecuencias». Y, poco más adelante, continúa: «Por ejemplo (si, lector, me lo permites, y me das tu venia para continuar esta meditación sobre las consecuencias), debido a que…».

En otras ocasiones la narradora intenta llevar al lector a la comprensión del comportamiento malvado de un personaje:

«¿Puedes imaginarte a tu padre vendiéndote por un trapo, una gallina y un puñado de cigarrillos? Cierra los ojos, por favor, e inténtalo al menos por un momento.

¿Ya?

Espero que se te haya puesto de punta el pelo de la nuca pensando en el destino de Pinky y en cómo te hubieras sentido si ese destino hubiera sido el tuyo.

Pobre Pinky. ¿Qué habrá sido de ella? Para enterarte no tienes más remedio, a pesar del miedo que sientas, que seguir leyendo y averiguarlo por ti mismo.

Lector, es tu deber».

Y, en otras, queriendo conducir demasiado de la mano a los lectores y ser a la vez bromista y seria, da pasos en falso, como cuando en un momento dado comenta:

«Estoy encantada de decirte que Guisante era muy buena persona, y quizá más importante todavía, que era muy solidaria. ¿Sabes lo que significa solidaria?

Te lo diré: significa que cuando te obligan a dirigirte a unas mazmorras, cuando tienes un gran cuchillo apuntándote a tu espalda, cuando intentas ser valiente, todavía eres capaz de pensar, por un momento, en la persona que sostiene ese cuchillo.

Eres capaz de pensar: “¡Oh, pobre Pinky, quiere ser princesa ardientemente y cree que esta es la única forma de conseguirlo! Pobre, pobre Pinky. ¿Cómo será querer algo tan desesperadamente?”

Esto, lector, es solidaridad».

Otros libros: El prodigioso viaje de Edward Tulane, La elefanta del Mago, Flora y Ulises.


7 febrero, 2006
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