SELECCIÓN DE LIBROS INFANTILES Y JUVENILES ESPAÑOLES (1)
En las selecciones de autores y libros infantiles y juveniles mejores de la historia, casi nunca figuran escritores y libros españoles. Sean cuales sean las razones para eso, que ahora da igual, lo cierto es que si hubiera que pedir a varios libros que nos representasen en una especie de certamen mundial, mis elecciones, muchas de las cuales no coincidirían con las más habituales, estarían entre las que pongo en esta primera selección.
1871. Leyendas, Gustavo Adolfo Bécquer. Conjunto de relatos inspirados en viejas tradiciones orales: milagros, encantamientos, intervenciones de espíritus, misterios insondables, fantasías situadas en épocas diversas aunque siempre conectadas con el presente. Un crítico tan reconocido como Amado Alonso señalaba que Bécquer y Pérez Galdós son los dos autores españoles más importantes de su siglo, los únicos comparables con los grandes de su tiempo.
1873–1875. Episodios Nacionales (primera serie), Benito Pérez Galdós. Diez novelas: Trafalgar, La corte de Carlos IV, El 19 de marzo y el 2 de mayo, Bailén, Napoleón en Chamartín, Zaragoza, Gerona, Cádiz, Juan Martín el Empecinado, La batalla de los Arapiles. Extraordinaria crónica de los comienzos del siglo XIX español — una gran saga que podríamos llamar histórica, costumbrista, de aventuras, de aprendizaje, de amor juvenil… — , en la que, sobre una trabajada reconstrucción de los años que duró la invasión napoleónica de España, se abre paso el amor juvenil del protagonista, Gabriel Araceli.
1911. Las inquietudes de Shanti Andía, Pío Baroja. Tal vez la mejor historia de aventuras marineras del autor. Su protagonista, en medio del tráfico esclavista del XIX, igual que otros personajes del autor vasco, es un tipo a quien el oleaje de la vida zarandea y que parece haber nacido para superar obstáculos, uno tras otro, sin saber muy bien por qué.
1914. Platero y yo, Juan Ramón Jiménez. Narración con escaso argumento en la que el autor realiza evocaciones nostálgicas, apoyándose para ellas en la figura de un borrico. Son estampas realistas de la vida cotidiana donde no faltan el dolor y la muerte, pero todo líricamente transfigurado, que tienen un fondo autobiográfico.
1943. El bosque animado, Wenceslao Fernández Flórez. Distintas historias se combinan para realizar una pormenorizada descripción de un bosque gallego. Unas están protagonizadas por animales al modo de las fábulas, y otras hablan de algunos personajes que viven en el bosque. La prosa del autor es mágica y logra emocionar y divertir.
1950. El camino, Miguel Delibes. Novela sobre el desgarro que producen el desarraigo y el crecimiento. Cuando llega el momento de abandonar su pueblo para irse a estudiar a la ciudad, Daniel, el Mochuelo, rememora su vida pasada. Delibes retrata con humor y agudeza un pueblo en la España de la posguerra pero, sobre todo, habla del momento crítico en el que un chico se da cuenta de que ha de abandonar el puerto seguro de la infancia.
1950. La vida nueva de Pedrito de Andía, Rafael Sánchez Mazas. Tal vez la mejor novela de amores juveniles escrita en castellano. Cuando llega su «novia» de la niñez, después de una ausencia de años, Pedrito descubre con horror que ahora es mucho más alta que él. Están plasmados con hondura psicológica los ideales románticos y nobles del protagonista, sus deseos de amor y de heroísmo, su carácter impulsivo y generoso.
1951. Industrias y andanzas de Alfanhuí, Rafael Sánchez Ferlosio. Narración que podría ser encuadrada en lo que se dio en llamar «realismo mágico» por la libertad imaginativa con que su autor conjuga fantasía y realidad. El recorrido por distintos lugares de Castilla del extraño y fascinante Alfanhuí se sitúa en su conjunto lejos de los intereses normales de muchos lectores actuales pero, aún así, muchas escenas de su vida tienen el poder de causar un impacto inolvidable.
1952. Marcelino pan y vino, José María Sánchez Silva. Un niño recogido y educado por unos frailes, se hace amigo y charla con el Cristo de un crucifijo abandonado en el desván. Es un cuento perfecto, de gran calidad literaria, de una densidad filosófica y teológica fuera de lo común que logra pasar como inadvertida, que se podría calificar de «realismo sobrenatural».
1952. Helena o el mar del verano, Julián Ayesta. Novela revalorizada con el paso del tiempo. En tres partes se narran la infancia del narrador, su sufrimiento interior durante su vida como interno en un colegio, y su enamoramiento de una chica. Es perfecto el modo en que, gradualmente, el narrador va siendo consciente de la presencia de Helena, a la que ni ve al comienzo, y tiene un final espléndido.
1960. Escuela de curanderos, Alvaro Cunqueiro. Galería de personajes que conoció el autor, o inspirados en gente que conoció, que ampliaría con otras colecciones de relatos cortos tituladas Gente de aquí y de allá (1971) y La otra gente (1975) — . Con incursiones en mundos de fantasía, predomina en ellos un humor socarrón. Las historias y el estilo de Cunqueiro — como los de Pere Calders, que cito abajo — , están en el origen de muchas narraciones posteriores, por sus modos de romper las expectativas del lector y sus propósitos de mirar lo cotidiano de otras maneras.
1961. El saltamontes verde, Ana María Matute. Un chico huérfano y mudo, que se ha ido encerrando en un mundo propio de fantasía, es ayudado a recobrar su voz por un saltamontes verde. Con lenguaje rico y musical, la autora habla de incomunicación, de amistad, de las palabras como vehículos del afecto y la verdad.
1965. El polizón del Ulises, Ana María Matute. El protagonista es un huérfano llamdo Jujú, un chico solitario que vive con unas tías mayores cuya vida cambia después de tener un encuentro extraordinario en el desván de casa. Relato que resulta como un inteligente calco de Marcelino pan y vino en otras circunstancias.
1967. El otro árbol de Guernica, Luis de Castresana. Durante la guerra civil española, un grupo de chicos vascos es enviado a Francia primero y Bélgica después, a la espera de que la guerra termine. El narrador expone bien el dolor de la separación y la nostalgia de su familia, el miedo ante las noticias que le llegan y las dificultades de adaptación a otros ambientes. El tono ponderado y sin rencor con que se narran los hechos da más vigor aún al rechazo de la guerra, y hace más perdurable la novela.
1976. La otra gente, Pedro Antonio Urbina. Libro titulado igual que otro, citado más atrás, de Alvaro Cunqueiro. Son diecisiete cortos relatos que siguen un orden cronológico según la edad de sus protagonistas. Cada uno es un momento de aprendizaje que se identifica como tal con el paso del tiempo: una experiencia de la soledad en la naturaleza, otra de la cercanía de la muerte junto con la conciencia de una oportunidad de trato perdida, una de soledad en medio de los adultos, una de conciencia de lo que pasa en el interior de otras familias, etc.
1983. Todo se aprovecha, Pere Calders. Varios relatos cortos, algunos muy breves, anteriores al año en que se recopilan y publican juntos, todos ellos claros e inteligentes. Con un tono coloquial y autoirónico, el autor pone toques de una peculiar fantasía en entornos cotidianos para presentar aspectos de la vida real con una perspectiva diferente a la común o subrayar el absurdo de algunas situaciones de la vida social. Otro semejante es Ruleta rusa y otros cuentos (1984).
1991. El vaso de plata, Antoni Marí. Escenas de infancia y juventud, en la España de los años cincuenta y sesenta. Se cuentan en catorce capítulos, cada uno titulado con una obra de misericordia, primero las corporales y luego las espirituales. La narración es fluida y elegante. El rasgo humano que más destaca en lo que se cuenta es el de la bondad y delicadeza en las relaciones humanas: casi todas las situaciones están centradas en cómo alguna persona toma la iniciativa cuando se da cuenta del sufrimiento interior del narrador.
1993. Aparición del eterno femenino contada por S. M. el Rey, Álvaro Pombo. Con un lenguaje sabio e ingenuo, culto y popular, un locuaz chaval de doce años, Ceporro, alias El Rey, habla de su vida en la casona familiar de su abuela, en el Norte de España, a mediados del siglo XX. Las relaciones con su primo El Chino se alteran cuando una tía, que vive abajo, adopta a Elke, una niña alemana, huérfana de guerra. Desternillante relato de acercamiento a la infancia que también es un tapiz realista de un ambiente y una época. Pombo emplea con talento literario y agudeza psicológica la perspectiva del niño que, a través de una supuesta narración oral, al tiempo que cuenta lo que le ocurre muestra su portentosa imaginación.