RELATOS INFANTILES Y JUVENILES QUE TRATAN SOBRE LA MUERTE
Presento una selección de las mejores historias infantiles y juveniles (que conozco) que tratan sobre la muerte de un modo u otro. Lo haré, simplemente, mencionando brevemente los argumentos, en dos grupos y un anexo. El primer grupo lo componen varios relatos cortos que pueden ser considerados literatura juvenil, al menos en el sentido de que a muchos jóvenes les vendría bien leerlos: al fin y al cabo, la muerte acaba siendo, sin duda, el momento de la verdad. El segundo grupo son las novelas infantiles y juveniles que han tratado mejor el tema. El anexo lo componen relatos de distintos tipos que también se acercan a la cuestión. Dejo de lado los relatos y novelas que tratan de situaciones de conflicto bélico, que tendrán una selección propia.
Primer grupo.
1884. La muerte de Ivan Illich, León Tolstoi. Iván Ilich, segundo hijo de un funcionario, fue ascendiendo en la escala social hasta realizar un matrimonio ventajoso y llegar a ser un importante juez. Pero se le declara una imprevista enfermedad y, con cuarenta y cinco años, muere. A lo largo de su enfermedad desarrolla una progresiva lucidez para enjuiciar su vida anterior. Intenso estudio psicológico del protagonista y sociológico de la burguesía de la época.
1914. Los muertos, James Joyce. Relato que termina la colección Dublineses, quince historias independientes pero ordenadas cronológicamente según la edad de sus protagonistas y que comparten un rasgo compositivo: en todas ellas hay un momento en el que los personajes reparan en algo importante. En Los muertos, un incidente pequeño propicia que su patético protagonista revise su vida y comprenda los equívocos sobre los que la ha construido.
1922. Fiesta en el jardín, Katherine Mansfield. Cuando los Sheridan dan una fiesta y Laura sabe que ha muerto un vecino cuya familia oirá todo el jolgorio, propone suspender la fiesta. Pero su madre le dice que su propuesta es ridícula y ella duda. Relato escrito en tercera persona, vívido, con un lenguaje pulido y un humor burlón que dejan en el lector un poso de melancolía.
1928. El puente de san Luis Rey, Thornton Wilder. Singular investigación de un franciscano acerca de las vidas de los cinco fallecidos en Lima, el año 1714, cuando se hundió el puente colgante que atravesaban: su objetivo es poner de manifiesto el plan providencial oculto detrás de esas cinco muertes pues, pensaba, «o vivimos por accidente y por accidente morimos, o vivimos y morimos según un plan».
1937. Vinieron como golondrinas, William Maxwell. En una ciudad del Medio Oeste norteamericano, el año 1918, viven James y Elisabeth Morison, y sus hijos, Robert y Bunny, de trece y ocho años, respectivamente. En pocas páginas se muestra el papel central de una mujer en su entorno familiar y qué ocurre cuando falta: pues para Bunny su madre lo es todo; para Robert es la única persona que lo ve como un chico normal; para su marido es la razón de su vida. Y la casa donde viven es como un quinto personaje que refleja los sentimientos de sus habitantes.
1942. La isla, Giani Stuparich. Un hombre, al que le queda poco tiempo de vida, vuelve a su isla natal, por unos días, acompañado por su hijo, adulto ya. El primero contempla los ambientes de su niñez y juventud e intenta mostrarse animoso, y el segundo hace balance y muestra su mundo interior de sentimientos mezclados. Al padre lo vemos entero y al hijo confuso. Pero, a través de su mirada, atisbamos en el interior del padre una esperanza mayor que su hijo no tiene.
1950. La mano suprema, Yúsuf Idris. Un narrador joven, mientras vuelve de la ciudad al pueblo, recuerda su infancia y cómo su amor por su padre ha ido creciendo a lo largo de los años. Es un relato conmovedor e inusual por su enfoque. Es difícil contar mejor el amor y la nostalgia del hijo por su padre, y la mezcla torrencial de sentimientos de agradecimiento y pérdida que le inundan cuando llega su muerte.
1953 y 1962. El río y Los lisiados serán los primeros, Flannery O’Connor. Relatos centrados en niños que desean orientaciones o respuestas para la vida que tienen por delante y que, como también intuyen la existencia de otro mundo que los adultos que les rodean no parecen conocer e incluso niegan expresamente, tienen finales trágicos cuando se agarran a las respuestas que otras personas les ofrecen. En El río el pequeño Harry Ashfield, de cinco años, se va con un predicador en vista de que sus padres no le hacen ningún caso. En Los lisiados serán los primeros el hijo de diez años de un asistente social, viudo, no encuentra satisfactorias las respuestas que le da su padre sobre la muerte de su madre.
1992. Los otros, Julio Ramón Ribeyro. Relato con recuerdos de cuatro antiguos compañeros, de calle o de colegio, que fallecieron siendo niños: Martha, emigrada de Polonia huyendo de los nazis; Paco, «el único cholo de la clase en ese colegio de blanquiñosos», el mejor futbolista del curso; María, la chica más guapa de la clase; Ramiro, un chico que tenía ya la mirada de un hombre maduro. El autor evoca el pasado con dolorida nostalgia y una visión compasiva.
En este segundo y extenso grupo indico las novelas que cabe llamar infantiles, unas que intentan avivar la esperanza que resulta de tener un sentido trascendente de la vida y otras que no mencionan esa posibilidad y, simplemente, dejan el inevitable regusto de dolor junto con un poso de agradecimiento y nostalgia por lo vivido.
1868. Más allá del Viento del Norte, George MacDonald. El protagonista es un chico de clase baja llamado Diamante, un niño muy bondadoso que alegra la vida de los demás allí donde va. El otro personaje clave es Viento el Norte, una mujer que le viene a buscar algunas noches y lo conduce a lugares misteriosos: esas experiencias dejan en Diamamte un gran deseo de irse para siempre con ella.
1894. Siete chicos australianos, Ethel Turner. Una chica hiperactiva, y cabecilla en este caso de siete hermanos, es la protagonista de esta importante novela de la literatura infantil australiana. Está escrita a la contra de los relatos victorianos al uso y cuenta con un desenlace duro y emotivo poco común.
1906. Los muchachos de la calle Pal, Férenc Molnár. Novela de ambientes y peleas de pandillas en Budapest, con un infrecuente final poco esperanzado.
1912. El cartero del Rey, Rabindranath Tagore. Poema dramático que el autor escribió para sus alumnos. Amal es un niño muy enfermo, pero siempre alegre, cuya única distracción es charlar con los transeúntes y observar los juegos de los demás niños desde su ventana, y cuya gran ilusión es recibir un mensaje del Rey. El contacto con Amal va cambiando los corazones de todos a su alrededor.
1924. Bambi, Felix Salten. Relato sobre un pequeño cervatillo conocido universalmente por la película de Disney. El libro no es una historia tierna sino una exposición, a veces dramática, del dolor y la perplejidad que, tantas veces, van unidos con el crecimiento. (En relación a este libro son muy interesantes y originales estas observaciones)
1943. La comedia humana, William Saroyan. Ithaca, California, segunda Guerra Mundial, cuando muchos jóvenes están movilizados. Uno pertenece a la familia Macauley, compuesta por la madre, la hija Bess, el pequeño Ulises, y Homero, de catorce años, que trabaja repartiendo telegramas. Los personajes son alegres, sabios, simpáticos y cercanos: sobre todo, el pequeño Ulises y el desenvuelto Homero son inolvidables.
1952. Marcelino pan y vino, José María Sánchez Silva. Un niño recogido y educado por unos frailes, se hace amigo y charla con el Cristo de un crucifijo abandonado en el desván. Es un cuento perfecto, de gran calidad literaria, de una densidad filosófica y teológica fuera de lo común que logra pasar como inadvertida, que se podría calificar de «realismo sobrenatural».
1952. La telaraña de Carlota, E. B. White. Cuando el granjero decide matar al pequeño cerdo Wilbur, su hija Fern se rebela y su padre acepta dejarlo vivir si se compromete a cuidarlo. Wilbur crece y se hace amigo de los restantes animales, en especial de la araña Carlota, cuya inteligencia convierte a Wilbur en un cerdo famoso y lo salva de ser sacrificado.
1956. La última batalla, última novela de las CRÓNICAS DE NARNIA, C. S. Lewis. Relato al que conviene llegar después de leer los libros anteriores y en el que los protagonistas llegan al final de sus aventuras. Lewis, que había tratado sobre la muerte de su esposa con una gran intensidad en Una pena observada, intentó en las novelas sobre Narnia construir una narración alentadora que revelara un poco el sentido de la existencia humana: a eso conduce La última batalla, una historia con un desenlace nunca visto en esta clase de libros.
1975. Cuentos de Guane, Nersys Felipe. La escritora cubana recurre a un pequeño narrador que habla de sus alegres viajes a Guane, con toda su familia, salvo el último en el que todos van tristes. En cada capítulo, muy corto, va recordando cosas de cada uno de sus familiares, del abuelo sobre todo. La obra se sitúa en una Cuba prerrevolucionaria, en tiempos en los que había personajes y comportamientos injustos que, se dice, ya no existen…
1977. Un puente hasta Terabithia, Katherine Paterson. Jess Aarons, once años, quiere ser el corredor más rápido de su clase pero, en una competición el primer día de clase, una chica nueva, Leslie Burke, le vence a él y a todos los chicos. Novela escrita con cuidado y que requiere un lector atento.
1987. El estralisco, Roberto Piumini. Relato con cierto parecido a El cartero del rey pues también habla de un niño enfermo que alegra y hace mejores a quienes le rodean. Aunque se le podría reprochar al relato la falsedad de fondo de intentar sobrellevar la enfermedad y la muerte sólo a base de poesía, la historia tiene fuerza pues pulsa bien la tecla de que muchas veces los niños afrontan el sufrimiento y la llegada de la muerte de una forma más limpia que lo hacen los adultos, sin su carga de recuerdos y de culpas.
1997. Lejos del polvo, Karen Hesse. Panhandle, una franja de tierra muy árida de Oklahoma, donde son frecuentes las tormentas de polvo, años 1934 y 1935. La narradora, Billie Jo, de catorce años, habla de su granja y de las enormes dificultades que tienen, de que su madre está embarazada, y de sus deseos de marcharse de allí, «lejos del polvo». Relato de gran intensidad emocional, que puede ser dolorosa para algunos lectores, debido a la dureza del argumento y a la forma escueta y singular de narrar de la protagonista.
2010. Mimi, John Newman. La narradora es una chica adoptada de origen chino que habla de las cosas que le ocurren, y que ocurren a su alrededor, cuando su madre ha fallecido hace poco. Novela simpática pero también verosímil a la hora de mostrar los sentimientos de alguien en situaciones así: de dolor y de búsqueda continua del trato de la chica con su madre fallecida.
El anexo al que me referí al principio tiene tres apartados: álbumes ilustrados que intentan mostrar algunos sentimientos que brotan cuando alguien cercano fallece; novelas en las que se habla de la muerte de un animal muy querido por el protagonista; novelas de ambiente juvenil en las que algunos de los personajes jóvenes muere. No los comento, simplemente los cito, y quien desee más información puede seguir los enlaces.
Entre los álbumes son interesantes por su valor gráfico, y por su delicadeza al afrontar la cuestión, aunque la única esperanza que presentan parezca residir en el consuelo de la resignación y en el recuerdo afectuoso, Abuela de arriba, abuela de abajo (1973), de Tomie de Paola; Yo las quería (1983), de Carme Solé Vendrell y María Martínez i Vendrell; ¡Buenas noches, abuelo! (2004), de Carme Peris Lozano y Roser Bausá i Peris; El corazón y la botella (2010), de Oliver Jeffers; Iliana, la niña que escuchaba al viento (2015), de Carme Solé Vendrell y Antonia Ródenas.
Entre los segundos seleccionaría, porque tienen unos grandes protagonistas, mucha fuerza narrativa, y calidad literaria El despertar (1939), de Marjorie Kinnan Rawlins; Mi compañero Gruñón (1956), de Fred Gipson; La leyenda del helecho rojo (1961), de Wilson Rawls.
Entre los terceros mis elecciones serían, Rebeldes (1967), de Susan Hinton; Jack Frusciante ha dejado el grupo (1993), de Enrico Brizzi; Días de Reyes Magos (1998), de Emilio Pascual; Vigo es Vivaldi (2001), de José Ramón Ayllón; Blanca como la nieve, roja como la sangre (2010), de Alessandro D’Avenia; Bajo la misma estrella (2012), de John Green.
Hay más relatos y textos sobre la cuestión en esta sección de mi página. De más está decir que no menciono libros, y en especial álbumes, que me parecen desenfocados o engañosos: algunas explicaciones deberían ser muy largas.