El Club de los negocios raros (1905)

El Club de los negocios raros (1905)Chesterton (libros de ficción)
 
El Club de los negocios raros (1905)

Con El Club de los negocios raros Chesterton estrenó su carrera como autor de relatos policiacos presentando seis casos singulares. El narrador es Charlie Swinburne, amigo de sir Basil Grant y su hermano joven Rupert, que parecen estar inspirados en el mismo Chesterton y en su hermano Cecil. Los tres van de un lado a otro, normalmente arrastrados por sir Basil, que es quien resuelve los casos y quien cuestiona los métodos de su hermano Rupert, que tiene un cierto aire a Sherlock Holmes por su estilo analítico y la seguridad en sí mismo.

El Club de los Negocios Raros, dirá uno de sus miembros, es «una sociedad integrada exclusivamente por personas que han inventado alguna nueva y curiosa manera de hacer dinero», pero que también es un tipo de trabajo que antes no existía. En Las extraordinarias aventuras del comandante Brown, el oficio nuevo es el de un impulsor de una Agencia de Aventuras. En El lamentable fin de una gran reputación, es el de Organizador de la Réplica Inteligente, una forma de brillar en sociedad. En La verdadera causa de la visita del vicario, es el de Retenedor Profesional, alguien a quien se contrata para que distraiga un tiempo a una persona que pudiera estorbar. En La singular especificación del agente de fincas, es el de agente inmobiliario… de casas en los árboles. En La pintoresca conducta del profesor Chadd, este sabio etnógrafo inventa una nueva forma de lenguaje. En La extraña reclusión de la anciana señora el propio sir Basil revela qué clase de ocupación tiene ahora que ha sido retirado de su anterior oficio de juez.

El personaje de sir Basil no está tan logrado como los posteriores Padre Brown y Horne Fisher. Es más desigual y menos creíble, no sólo porque combine momentos de «calma napoleónica» con otros de «turbulenta puerilidad», sino porque algunas de sus actuaciones son más estrafalarias, e incluso en el segundo de los casos la resolución no tiene que ver con el desafío que pone en movimiento a los protagonistas.

De todos modos, en lo que se refiere al género policiaco la innovación es la mente con la que los detectives de Chesterton abordarán y resolverán los enigmas que se les plantean, y que es la misma de sir Basil: no tanto atender a los hechos, pues los hechos oscurecen la verdad y, como las ramas de un árbol, apuntan en todas direcciones, sino atender a la vida del árbol que es la que ofrece unidad; tener en cuenta que si es cierto que «las personas buenas cometen crímenes a veces», también hay una clase de individuos que no comete nunca cierta clase de crímenes.

También se puede observar cómo, en cada caso, Chesterton apunta contra un punto débil del modo de pensar contemporáneo. Por ejemplo, en El lamentable fin de una gran reputación, sir Basil dice de Lord Beaumont que «tiene ese verdadero defecto que ha nacido del culto al progreso y a la novedad, y cree que todo cuando sea nuevo constituye forzosamente un avance. Si fuera usted a decirle que se proponía comerse a su abuela, estoy seguro de que lo aprobaría siempre y cuando basara su pretensión en razones de higiene y utilidad pública, como por ejemplo, que eso es más conveniente que la cremación».

O en La extraña reclusión de la anciana señora señala cómo «lo que combato es una vaga filosofía popular que pretende ser científica, cuando en realidad no es otra cosa que una especie de nueva religión, y notablemente ruin, por cierto. Cuando la gente hablaba antes de la caída del hombre, sabía que hablaba de un misterio, de algo que no comprendía. Pero ahora que habla de la supervivencia de los más aptos, se cree que lo comprende, cuando lo cierto es, no ya que no tiene ninguna idea, sino que tiene una idea absolutamente falsa de lo que esas palabras significan».

Y, por último, también uno puede darse cuenta del éxito popular que obtuvo Chesterton con este libro al observar la comicidad de algunas escenas y de no pocas descripciones. En el primer capítulo se describe a un militar meticuloso como «uno de esos hombres que son capaces de poner cuatro paraguas en el paragüero, en lugar de tres, con el objeto de que haya dos a cada lado». En el último hay una escena breve en la que sir Basil mete la cabeza en la ventanilla de la estación para seguir discutiendo de religión con el dependiente pero la cabeza se le atasca, y cuando logran sacarle de allí seguía hablando de «un fatalismo oriental en el pensamiento moderno, y de algunas de las sagaces aunque perniciosas falacias del funcionario». O, por ejemplo, en La verdadera causa de la visita del vicario, esta es la extraordinaria descripción de alguien que acude a la casa del narrador: «El visitante se levantó a mi entrada aleteando como una gaviota. Todo en él aleteaba: la bufanda a cuadros que llevaba en el brazo derecho, los patéticos guantes negros que tenía en la mano, en fin, toda su indumentaria. Creo poder decir sin exageración que hasta aleteaban sus párpados al tiempo que se ponía en pie. Era un viejo clérigo de los más gesticulantes que se puedan dar, calvo por arriba, con pelo blanco a los lados y patillas blancas».

G. K. Chesterton. El Club de los negocios raros (The Club of Queer Trades, 1905). Madrid: Valdemar, 2007, 5ª ed.; 214 pp.; col. El Club Diógenes; trad. de Emilio Tejada; ISBN: 978-84-7702-128-5. Nueva edición en 2016; ISBN: 978-8477028239. [Vista del libro en amazon.es]

 

6 marzo, 2008
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