- Bienvenidos a la fiesta - https://bienvenidosalafiesta.com -

DOYLE, Arthur Conan

Estudio en escarlata no es la mejor, pero es la primera novela de Conan Doyle sobre Holmes y en ella se contiene la presentación de los personajes y de los ambientes que luego se harán famosos. En una novela posterior, El signo de los cuatro, el mismo Doyle por boca de Holmes, reconoce las carencias de Estudio en escarlata. Conan Doyle había leído a POE [1] y a GABORIAU [2], creadores de los detectives Auguste Dupin [3] y del inspector Lecoq [4], respectivamente. El mismo Sherlock Holmes se compara con ellos: «En mi opinión Lupin era un hombre que valía muy poco… Sin duda que poseía un algo de genio analítico; pero no era, en modo alguno, un fenómeno». Del inspector Lecoq opina que «era un chapucero indecoroso que sólo tenía una cualidad recomendable: su energía». Con su estilo sobrio y directo, óptimo para describir con exactitud los entornos y los climas húmedos y lluviosos donde Holmes se mueve como pez en el agua, Conan Doyle insufla en la novela policiaca una nueva vitalidad, como hará unas décadas después Agatha CHRISTIE [5].

La popularidad de Holmes ha oscurecido otras obras meritorias de Conan Doyle, como El mundo perdido, una imaginativa novela de ficción científica y de aventura narrada con tensión y sentido del humor. Cualquier lector recordará siempre al sabio y pintoresco profesor Challenger: un agudo polemista, orgulloso e irascible contra todo el que le contraría, en especial contra los periodistas, a los que denomina «gusanos reptadores», y cuya maciza afabilidad era «tan dominadora como su violencia». Y a lord Roxton, quien sostiene una «firme visión de que cada peligro es en la vida una forma de deporte, un juego feroz entre uno mismo y el Destino, con la muerte como prenda». Y al preciso e intachable narrador, el periodista Malone, que hace todo un canto a la vida aventurera: «Únicamente cuando el hombre se arroja al mundo pensando que el heroísmo lo rodea por todas partes, y con el deseo siempre vivo en su corazón de salir a conquistar lo primero que pueda avizorar, es cuando rompe, como yo lo hice, con la vida acostumbrada y se aventura en el crepúsculo místico de la maravillosa tierra que encierra las grandes aventuras y las grandes recompensas».

El hombre que hizo del detectivismo una ciencia exacta

En Estudio en Escarlata, Watson hace un retrato completo de su compañero: «Hombre de maneras apacibles y costumbres regulares. […] Su estatura sobrepasaba los seis pies, y era tan extraordinariamente enjuto, que producía la impresión de ser aún más alto. Tenía la mirada aguda y penetrante, […]; y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y resolución. También su barbilla delataba al hombre de voluntad, por lo prominente y cuadrada. Aunque sus manos tenían siempre borrones de tinta y manchas de productos químicos, estaban dotadas de una delicadeza de tacto extraordinaria».

Y cuando están en el lugar del crimen, nos indica Watson que Holmes, «al mismo tiempo que hablaba sacó de su bolsillo una cinta de medir y un gran cristal redondo de aumento. Provisto de estos dos accesorios recorrió, sin hacer ruido, de un lado a otro el cuarto, deteniéndose en ocasiones, arrodillándose alguna vez y hasta tumbándose con la cara pegada al suelo. Tan embebido estaba en su tarea, que pareció haberse olvidado de nuestra presencia, porque no dejó en todo ese tiempo de chapurrear entre dientes consigo mismo, manteniendo un fuego graneado de exclamaciones, gemidos, silbidos y pequeños gritos, que daban la sensación de que él mismo se daba ánimos y esperanza». Después de un rato, Holmes exclama: «Afirman que el genio es la capacidad infinita de tomarse molestias. Como definición es muy mala; pero corresponde bien al trabajo detectivesco».

Entre las características de Holmes destaca el engreimiento fundado en una sabiduría detectivesca sin parangón. Así, cuando Watson le pregunta cómo ha podido averiguar con un simple golpe de vista que procedía de Afganistán, Holmes replica que «por la fuerza de un largo hábito, el curso de mis pensamientos es tan rápido en mi cerebro, que llegué a esa conclusión sin tener siquiera conciencia de las etapas intermedias». En plena investigación, le indicará a Watson que «he realizado un estudio especial acerca de la ceniza de los cigarros. A decir verdad, tengo escrita una monografía acerca de este tema. Me envanezco de poder distinguir de una ojeada la ceniza de cualquier marca conocida de cigarros o de tabaco». Y cuando Watson, admirado, le indica que «usted ha convertido el detectivismo en una cosa tan próxima a una ciencia exacta, que ya nadie podrá ir más allá», Holmes «enrojeció de placer… Era un hombre tan sensible a la adulación en lo referente a los éxitos de su arte como podría serlo cualquier muchacha en lo referente a su belleza».

Todos los relatos sobre Sherlock Holmes

Suele decirse, con razón, que donde brillan en todo su esplendor tanto el ingenio y la celeridad de Holmes como el estupor y la reverencia que su sagacidad provoca en Watson, es en los relatos cortos que Doyle fue publicando en la revista Strand Magazine. Esos casos están publicados en:

—Las aventuras de S.H. (The Adventures of S.H., 1891). Madrid: Anaya, 2003, 7ª impr.; 367 pp.; ilust. de Sidney Paget [6]; trad., apéndice y notas de Juan Manuel Ibeas; ISBN: 84-207-3953-7.
—Las memorias de S.H. (The Memoirs of S.H., 1893). Madrid: Anaya, 1988; 317 pp.; ilust. de Sidney Paget [6]; apéndice de Juan José Millás; trad. de María Engracia Pujals; ISBN: 84-207-3810-7.
—El regreso de S.H. (The Return of S.H., 1904). Madrid: Anaya, 1992, 4ª impr.; 379 pp.; ilust. de Sidney Paget [6]; introd. y apéndice de Juan Tébar; trad. y notas de Juan Manuel Ibeas; ISBN: 84-207-4802-1.
—El último saludo de S. H. (Hist Last Bow, 1917). Madrid: Anaya, 1995; 247 pp.; ilust. de A. Twiddle [7] y otros; introd. y apéndice de Juan Tébar; trad. y notas de Juan Manuel Ibeas; ISBN: 84-207-6710-7.
—El archivo de S.H. (The Case-Book of S.H., 1927). Madrid: Anaya, 1995; 295 pp.; ilust. de H. K. Elcock [8], A. Gilbert [9], Frank Wiles [10]; introd. y apéndice de Juan Tébar; trad. de Juan Manuel Ibeas; ISBN: 84-207-6536-8.

Pero, para no dejar incompleta la colección de misterios resueltos por el incomparable Holmes, es necesario recordar también las novelas largas que protagoniza:

—El signo de los cuatro (The Sign of Four, 1890). Madrid: Anaya, 1996; 191 pp.; col. Tus libros; ilust. de Frederick Townsend; apéndice de Juan Tébar; trad. de Juan Manuel Ibeas; ISBN: 84-207-6962-2.
—El sabueso de los Baskerville (The Hound of Baskervilles, 1902). Madrid: Anaya, 2003, 10ª impr.; 251 pp.; col. Tus libros; ilust. de Sidney Paget [6]; trad. de Ramiro Sánchez Sanz; ISBN: 84-207-3351-2.
—El valle del terror (The Valley of Fear, 1915). Madrid: Anaya, 1998; 221 pp.; col. Tus libros; ilust. de Frank Wiles [10]; apéndice de Eduardo Torres-Dulce Lifante; trad. de Juan Manuel Ibeas; ISBN: 84-207-8450-8.

Existe también una edición titulada Todo Sherlock Holmes, publicada en Madrid: Cátedra, 2003; 1661 pp.; col. Bibliotheca Aurea; trad. de Julio Gómez de la Serna, Ramiro Sánchez, María Engracia Pujals y Juan Manuel Ibeas; introducción y notas de Jesús Urcelay; ISBN: 84-376-2034-1.

En ella se contienen todos los casos protagonizados por Sherlock Holmes, sin ilustraciones. En unos interesantes apéndices se dan: una relación completa de las aventuras del detective, otra con los casos contados por Doyle y con otros que se mencionan pero que no llegó a narrar, unos comentarios a los textos narrados, unas notas con diversas curiosidades y un lisado completo de los personajes que aparecieron en todas las aventuras.

Opiniones sobre la serie de Sherlock Holmes

Chesterton [11] dijo muchas veces que «no ha habido una serie mejor de relatos de detectives que la vieja serie de Sherlock Holmes» («Principios del relato detectivesco») y, en distintos artículos contenidos en Cómo escribir relatos policiacos [12], lo razonó de distintas maneras:

—Conan Doyle «triunfó merecidamente porque se tomó en serio su arte y añadió cientos de pequeñas pinceladas de conocimiento real y de auténtico pintoresquismo a la novela de detectives. (…) Por encima de todo, rodeó a su detective del auténtico ambiente poético londinense» («Sobre la mente ausente»);

—Sherlock Holmes es un personaje que ha saltado fuera de la ficción. La razón es que «los relatos de SH son muy buenos: son obras de arte elegantes y meticulosas. El hilo de ironía que recorre todas las imposibilidades de la trama los convierte en un añadido verdaderamente brillante a la literatura del absurdo. La idea de la grandeza de una inteligencia dedicada a trivialidades en lugar de a grandes cosas es su punto de partida y constituye una especie de descabellada poesía de lo vulgar. Las pistas y problemas intelectuales en los que se basa el desarrollo de cada uno de los relatos podrán ser increíbles, pero son cruciales desde el punto de vista lógico» («Los detectives en la ficción»);

—Es más fascinante Watson que SH. Para explicarlo, comenta cómo en un relato SH le dice a Watson: “Déjese de poesía, Watson”. Y es interesante ver cómo todo depende de las exclamaciones watsonianas: «Es cierto, aunque lo digan los críticos artísticos, que cualquier relato breve debe tener un ambiente. El ambiente de estos relatos era el encanto de la inagotable capacidad de sorpresa de Watson». («El secreto de los relatos de Sherlock Holmes»);

—Sherlock Holmes «es un lógico ideal imaginado por una persona ilógica. Uno siempre admira aquello que lo completa, y la impasible imaginación británica requiere la inteligencia pura como una especie de espectro o de visión (…). SH encarna la idea que tiene la gente poco razonable de cómo es la razón pura». Es también como ese ideal de nuestros días del Hombre Práctico: «Tiene esa vanidad sencilla y bienintencionada que hace que le guste que le consideren un realista despiadado. Le agrada que lo tengan por inflexible e incluso por inhumano, pero el pobre es muy humano. Se siente delicadamente halagado cuando le dicen que es “como una máquina”. Se sonroja agradecido cuando le informan falsamente de que tiene la sangre tan fría como el hielo. (…) Sueña e imagina, no piensa». («El secreto de los relatos de Sherlock Holmes»);

—«Para que el novelista pueda matar a alguien, antes tiene que insuflarle vida. De hecho, podríamos añadir el principio general de que el interés más intenso de una buena novela de detectives no depende en absoluto de los incidentes de la misma. Los relatos de SH son un buen modelo de misterio popular. Y la clave de los mismos rara vez es la propia historia. La mejor de ellos es la comicidad de las conversaciones entre Holmes y Watson, y la razón psicológica es que siempre son personajes, incluso aunque no sean actores». («Errores de las novelas de detectives»).

Borges apuntó que lo importante de los cuentos de Conan Doyle —de los que, dice, tal vez el mejor sea La liga de las cabezas rojas— «es la amistad y los comienzos (…), que casi son más importantes que lo que sucede después; hay siempre una pequeña sorpresa (…). Hay pequeñas variaciones sobre un tema ya conocido —que es el de la amistad entre esos dos personajes desparejos—. Y luego hay temas que recurren en la ficción policial» (como el del misterio del cuarto cerrado).

En Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari. Diálogos (1992). Selección de sesenta de las noventa conversaciones radiofónicas que tuvieron los autores entre 1984 y 1985. Barcelona: Seix Barral, 1992; 383 pp.; ISBN: 84-322-4677-8.