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Lo único que queda es el amor

En los últimos cinco años el Premio Nacional de Literatura infantil y juvenil ha recaído, casi alternadamente, en libros de las editoriales Anaya y Siruela, supongo que porque así ha tocado. Este año el receptor ha sido Lo único que queda es el amor, de Anaya, una colección de relatos sobre temas amorosos que firma Agustín Fernández Paz [1]. En relación al mérito del premio respecto a otros libros nada distinto tengo que decir a lo que ya comenté otra vez [2], y en cuanto al premio mismo mi opinión sigue siendo también la que ya di [3]. De los libros que conozco del autor hay otros que prefiero al premiado, como Cuentos por palabras [4] o, en otro registro distinto, Aire negro [5].

Los relatos que contiene Lo único que queda es el amor me han parecido desiguales, dejando al margen que los acentos rememorativos y morriñosos de la mayoría no son en sí mismos infantiles o juveniles. Los que más me han gustado han sido Una historia de fantasmas —uno de los puntos fuertes del autor es que sabe administrar bien los recursos de las historias misteriosas— y Elogio de la filatelia. Los demás me han parecido previsibles en sus argumentos y en los toques que indican al lector con qué personajes ha de simpatizar o no. Además debo decir que las muchas alusiones literarias, también por ser un recurso muy muy habitual en libros más o menos juveniles, me convencen poco. Las ensoñadoras y sugerentes ilustraciones de Pablo Auladell [6] van muy bien con la nostalgia que se desprende de las narraciones.

Agustín Fernández Paz. Lo único que queda es el amor (2007). Madrid: Anaya, 2007; 176 pp.; ilust. de Pablo Auladell; trad. de María Isabel Soto López; ISBN 13: 978-84-667-6482-7.