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LOVECRAFT, Howard Philips

Lovecraft significó una «inflexión en el género de horror sobrenatural, al racionalizar los contenidos con un ropaje materialista y científico, que incorpora materiales propios de la ciencia ficción», según dice su biógrafo Sprague de Camp.

Una muestra de su producción es El horror de Dunwich, según algunos el mejor de los relatos que componen los mitos de Cthulhu, un conjunto de historias independientes pero que se basan en que nuestro mundo estuvo dominado en el pasado por unos seres de otra raza que fue expulsada, pero que pretende recobrar su antiguo poder. El lector puede apreciar en El horror de Dunwich cómo Lovecraft usa unos acentos realistas, como de crónica científica, para contar sucesos extraños; y cómo tiene un gran talento para realizar inquietantes descripciones a base de reinterpretar o pintar con extrañas luces fenómenos naturales o ambientes y paisajes rurales…

De todos modos para los no-adictos al género el relato acaba siendo excesivo. Hay quienes piensan que las descripciones desagradables han de tener un motivo claro que justifique su lectura: nunca en un relato completamente inverosímil. Otros piensan que la multiplicación de adjetivos, aunque puede indicar maestría en el uso del lenguaje, acaba volviéndose contra el mismo relato: resulta cansado estar continuamente ante unos «horribles y malolientes seres invisibles que no eran de la tierra», ante un cadáver que despide «un insoportable hedor y una viscosidad bituminosa»… Y, aunque al principio pueden funcionar, llega un momento en que las preguntas retóricas dan la risa: «¿De qué lóbregos avernos de terror propios del diabólico Aqueronte, de qué insondables abismos de conciencia extracósmica, de qué sombría y secularmente latente estirpe infrahumana procedían aquellos semiarticulados sonidos medio graznidos medio truenos?».

Al espíritu que anima este tipo de narraciones y a las resonancias que logran en muchos lectores, se les puede aplicar el comentario de CHESTERTON [1] a través del Padre Brown: «La primera consecuencia de no creer en Dios es que uno pierde el sentido común y no es capaz de ver las cosas tal y como son. Cualquier cosa que te cuentan y dicen que es muy importante, cobra un valor infinito, como el paisaje de una pesadilla. Un perro se convierte en oráculo, y un gato en misterio, y un cerdo en mascota, y un escarabajo en animal sagrado, y se resucita todo el zoo del politeísmo de Egipto y de la India antigua» (El oráculo del perro, La incredulidad del Padre Brown [2]).

Otro libro: El caso de Charles Dexter Ward [3].