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THURBER, James

Relato que, si atendemos a su sentido de la ironía y a los giros extravagantes de su argumento, no es un libro infantil sino un libro para ciertos lectores que disfrutan especialmente con el nonsense y los ejercicios de ingenio. Pero sí podemos considerarlo infantil si pensamos en lectores-oyentes especiales: tiene un gran valor como lectura en voz alta (en inglés), pues son muchos los juegos con el lenguaje: hay rimas internas y muchas palabras y frases que suenan muy apropiadas a lo que se cuenta.

Luego, interesa matizar las comparaciones y elogios con los que se presenta esta edición. Por un lado, en la contracubierta se indica que Los trece relojes «está a medio camino e entre los cuentos de los hermanos GRIMM [1], las fábulas de Jean de La FONTAINE [2] y la saga de El señor de los anillos [3] de J.R.R. TOLKIEN [4]». Lo cierto es que, aunque podamos rastrear en ella elementos de la obra de esos autores, ni pretende tener ni tiene la claridad narrativa de los libros citados, ni tampoco comparte con ellos nada de su peculiar sentido del humor irónico, ni sus acentos de fantasía son comparables a los de algunos cuentos populares o a los de la obra de Tolkien. Por otro, en el prólogo Neil GAIMAN [5] afirma que, probablemente, Los 13 relojes es «el mejor libro del mundo». Pero, aunque sea un relato muy bien escrito, ese comentario de Gaiman puede justificarse sólo si pensamos que se publicó en 1950 y fue muy original para su época, y de ahí que uno de sus principales méritos sea el de estar en el origen de la numerosa fantasía humorística y autoreferencial que irá llegando décadas después, y que ganará tantos adictos como los seguidores del mismo Gaiman o de Terry PRATCHETT [6].

Puede dar idea del peculiar tono de la narración este diálogo, cuando el Gólux dice al trovador:

—«Cometo errores, pero estoy de parte del Bien por accidente y casualidad. Cuando tenía dos años quería ser malvado de mayor, pero de joven me encontré con una luciérnaga atrapada en una telaraña. Salvé a la víctima».

—¿A la luciérnaga? —preguntó el trovador.

—A la araña. Esa pirómana intermitente, la luciérnaga, le había prendido fuego a la telaraña».

Otro libro: La Maravillosa O [7].