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RADAU, Hanns

Pequeño Zorro es un narrador cuya simpatía y atractivo residen en sus dotes para la amistad y en la sencillez de quien es parco y veraz al transmitir sus emociones. Sus peripecias recuerdan las que popularizaron LONDON [1] y CURWOOD [2], pero tratan también, como telón de fondo, del drama de una población india a la que va corrompiendo el alcoholismo: Pequeño Zorro, estimulado por su maestra y por su tío, es uno de los pocos que se libra de esa plaga. Pequeño Zorro sabe fijar la atención del lector en los pormenores de su actividad, en los paisajes en los que vive y en los animales que le rodean, algunos tan fieles e increíbles como el perro Esaú, un verdadero salvavidas entre cuyas cualidades se cuenta saber «establecer una distinción entre la comida merecida y el comer golosinas». Como buen cazador, Pequeño Zorro se alegra de obtener una buena piel o al efectuar un disparo certero, pero no actúa como un «depredador», ni siquiera con los lobos, aunque sepa que el Gobierno paga por cada cabeza (eran otros tiempos).

¡Levántate, trampero!

Desde lejos, la vida solitaria del trampero atrae por su libertad de movimientos. Eso pensaba también Pequeño Zorro. Pero cuando se queda solo y llega el momento de levantarse, piensa y cuenta que «habría podido permanecer acostado todo el día, pues nadie da órdenes a aquel que es dueño de sí mismo. […] Pero he aquí que oyes dentro de ti una voz que no te deja tranquilo: “¡Levántate, trampero! ¡Quizá haya algún animal en tus trampas!” Y el que se considera dueño de sí mismo, tiene que obedecer a aquella voz. Se levanta, enciende la lumbre, prepara el té, fríe tocino y se prepara la leña para cuando regrese. El que se considera dueño de sí mismo sale de la cabaña y se lava con nieve, va apresuradamente a donde están los perros y les arroja su correspondiente ración de pescado. Examina el trineo, mira que los arreos estén como es debido. Engancha los perros al trineo, que de vez en cuando se muestran huraños y mordisqueadores, y gime y refunfuña con ellos a porfía cuando se ve obligado a deshacer algún nudo en las heladas correas con los dedos desnudos o a reparar una trampa. Y el señor de sí mismo está ya cansado antes de que lo tenga dispuesto todo para la partida».