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MARRYAT, Frederick

Marryat fue el novelista de aventuras marineras más popular del siglo XIX y de sus obras beberán muchos narradores posteriores, entre otras cosas porque él sí hablaba de lo que había vivido y conocía de primera mano. En particular, obras como Peter Simple y como Midshipman Easy [1] (1836), están en la base de las sagas que FORESTER [2], KENT [3] y Patrick O´BRIAN [4] han popularizado en el siglo XX. Es sorprendente que la novela suya marinera que más fácilmente se puede encontrar en el mercado español no sea ninguna de las mejores, sino El buque fantasma (The Phantom Ship [5], 1839), un folletón en el que abundan espectros, fantasmas, sueños, apariciones, sujetos extrañísimos, tipos ansiosos atormentados por supersticiones y que realizan promesas y juramentos desaforados.

En De grumete a almirante también abundan los personajes pintorescos pero tanto el argumento como la narración son más sencillos y el autor procura evitar extravagancias y exageraciones. Es novedoso un héroe crédulo e ingenuo hasta la simpleza, «puede que el muchacho sea tonto —dice uno de sus superiores— pero parece honrado y valiente». Y, en efecto, llegado el momento hará frente a los peligros sin temor alguno. El narrador se preocupa de aclarar que sus aventuras están reconstruidas a partir de los diarios que fue redactando, tal como había prometido a su madre, por lo que intenta recoger lo que pensó y sintió en cada momento. De ahí que, al final, incluso se permita citas cultas, por ejemplo, que «como dice Shakespeare, lo que en un capitán es palabra colérica, en un soldado es blasfemia inaudita».

Masterman Ready, una de las secuelas más famosas del Robinson, la escribió el autor a petición de su familia, que deseaba una continuación de El Robinson suizo [6], y, como fue la primera que dirigió a unos destinatarios jóvenes, le quitó los acentos picarescos de novelas anteriores y cargó la mano en los aspectos de aprendizaje. Abundan las explicaciones didácticas sobre cuestiones relacionadas con la vida en la naturaleza y con la forma de actuar en circunstancias difíciles o cuando escasean los recursos. Hay frecuentes citas de la Biblia y muchos sucedidos de los que, tanto el padre como Ready, toman ocasión para inculcar enseñanzas morales. En particular se acentúa mucho que uno sólo puede intentar hacer lo mejor y dejar lo demás a la Providencia. En otro momento el narrador aborda una cuestión propia de la época: que muchos chicos deseaban embarcarse, por escapar de sus vidas anodinas y abandonar el control de sus familias, sin darse cuenta de que, normalmente, terminarían en lugares con una disciplina feroz y unas condiciones de vida mucho peores.

Considerada la primera «novela histórica» protagonizada por chicos, la última que su autor compuso para un público joven, Los chicos de New Forest ha gozado de popularidad ininterrumpida desde que se publicó, pues ni el estilo retórico en los diálogos ni el ritmo pausado con el que van ocurriendo las cosas restan un ápice de tensión a las peripecias de los Beverley. Con armas de antiguo y buen narrador, Marryat se dirige a menudo al lector para precisar o aclarar algo, para volver atrás o ir adelante según le convenga, y consigue meterle dentro del relato, también porque Marryat, aunque se dirige a lectores jóvenes e intenta subrayar en todo momento el comportamiento honrado y piadoso de sus protagonistas, no compone una novela de buenos y malos sin más. Matiza las cosas cuando es necesario, hace notar cómo Edward aprende y rectifica sus juicios y, en particular, cómo se abren sus ojos después de acudir a combatir por el rey. En sus mismas palabras, «existe una gran diferencia entre el mundo tal como me lo imaginaba cuando suspirábamos por él y el mundo tal como es cuando estamos realmente metidos en su torbellino y vemos los mecanismos secretos que mueven las acciones de los hombres». De todos modos, parece necesario advertir a las chicas de hoy que deberán ser comprensivas con el autor por haber hecho que la presencia de Alice, Edith, Patience y Clara sea tan pasiva, y que haya centrado su argumento en el talante combativo y caballeroso de Edward y en la maña y sentido práctico de Humphrey. La edición habría ganado con unas ilustraciones al modo de los grabados propios del siglo XIX, un pequeño mapa para situar las ciudades que se mencionan, y un apéndice histórico.

La pólvora que impulsa el proyectil

Son muchos los personajes singulares que desfilan por las obras de Marryat, y uno formidable de Peter Simple es el contramaestre Chucks. Para mostrar su talante recurro a un párrafo de una edición barata en letra pequeñísima publicada en 1880 (Madrid: Biblioteca ilustrada de Gaspar y Roig, 1880; dos partes de 92 y 84 pp.; traducción de D. N. F. Cuesta). En una ocasión que Peter Simple le pregunta por qué increpa tan crudamente a sus hombres, le responde que nada le sería más grato que poder hacer el servicio como hombre bien educado, pero que tal actitud «no tiene efecto en el tosco marinero… Aquí no sucede como en las escrituras: haga usted esto, y el hombre lo hace (entre paréntesis, el que mandaba entonces debía tener sus tropas muy bien disciplinadas); aquí hay que decir, haga usted, mal rayo le parta, y entonces se hace inmediatamente. La orden para hacer algo tiene la fuerza de una bala de cañón, pero necesita una fuerza impelente, y el “mal rayo te parta” es la pólvora que impulsa al proyectil y consigue la ejecución de las órdenes. ¿Me comprende usted, señor Simple?».