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TAMARO, Susanna

Los libros para chicos de la escritora italiana siempre apuntan a un público adulto: normalmente trata de las necesidades afectivas y espirituales de los niños y de la torpeza de los mayores. En todos hay excelentes momentos, con aciertos expresivos y ramalazos de buen humor, pero Tobías y el ángel es el que tiene una estructura más lograda y en el que son más abundantes las reflexiones inteligentes y certeras. Contiene referencias breves a cuentos y relatos de fantasía clásicos: algunas explícitas a Pulgarcito [1], El patito feo [2], La pequeña cerillera [3]…; otras no tanto como la del hilo invisible que George MACDONALD [4] hiciera en La princesa y los trasgos. Logra llegar al corazón del lector cuando aborda el mundo interior de Martina, por ejemplo cuando habla de sus sufrimientos y su alivio ante las palabras de tan distinto tipo que conoce: palabras-araña, palabras-termita, palabras-escorpión, palabras-flecha, palabras-llave como las del abuelo, tibias palabras-manta «bajo las que dormirse tranquilos como los enanitos mimados por Blancanieves», palabras-confusión que «parecían importantes y, en cambio, no querían decir nada».

Dentro de los relatos que suelen tratar sobre la importancia de los libros, Papirofobia se singulariza por su curiosa resolución y por su punto de partida poco habitual: los padres lectores son unos egoístas redomados que no perciben las necesidades de su hijo. Además de que resulte imprescindible darle a un chico motivos que le aclaren por qué le compensa gastar el tiempo leyendo, el gran mensaje vuelve a ser el mismo: la importancia primordial del afecto y la dedicación de tiempo de los adultos, también como camino para llegar a los libros, y más aún si quieren animar a un chico como Leopoldo, para quien «todas las letras negras se convertían en un montón de hormiguitas borrachas».

Ángeles con un currículum excelente

El humor y la ironía de Tamaro brota en algunos excelentes diálogos entre Martina y el ángel, ya desde que se le aparece por primera vez:

«—Soy un ángel, querida Marti. Tu ángel de la guarda. […]

—¿Te has escapado del belén? —preguntó ella.

—¿Escapado? Los ángeles no se escapan nunca. Los ángeles del belén son ángeles de belén. Yo pertenezco a otra división. Soy un ángel de la guarda. […]

—¿Y qué guardas? ¿Un banco?

El ángel estaba maravillado.

—¡Qué tiempos! —dijo volviendo la mirada hacia arriba—, ¡qué tiempos! Y pensar que antes no había ningún niño que no nos dirigiera todas las noches un saludo, una plegaria. Ahora, en cambio, nos toman por guardias de seguridad… Martina —prosiguió, bajando la voz—, aún no nos hemos entendido. He dicho que soy tu ángel de la guarda, por tanto, te guardo a ti, ¿está claro? Aunque no te hayas percatado, lo hago desde el día en que naciste».

O cuando Martina le pide un milagro a su ángel, que le replica orgullosamente que su currículum es muy bueno y que no tiene nada de saltimbanqui ni de pregonero de circo. O la vez que le aclara que sus padres no son malos sino que tienen miedo:

—«¿Por qué tienen miedo?», pregunta Martina.

—«Porque creen que se han equivocado de camino. Así se reprochan y añoran una vida que nunca ha existido. En cambio, su vida eres tú. A menudo los hombres tienen miedo de la felicidad. Aunque la tienen delante de las narices no estiran la mano para atraparla».

Otros libros: Luisito [5], El gran árbol [6], La tigresa y el acróbata [7].