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JANSSON, Tove

Los Mumin nacieron como una tira cómica en los periódicos, durante la segunda Guerra Mundial: en España varias de sus historietas han sido editados en un volumen titulado Mumin, la colección completa de cómics [1]. El primer libro que protagonizaron, La gran inundación [2], salió en 1945 y el segundo en 1946, pero el primero en ser traducido a muchos idiomas fue el tercero, La familia Mumin. Esto, unido a la difusión mundial de sus tiras, que se produce a principios de los años cincuenta, da gran popularidad a estos personajillos que, actualmente, parecen ya formar parte del paisaje finlandés. Desde los sesenta, el hermano de Tove Jansson hacía las tiras y ella redactaba e ilustraba las historias noveladas.

La infancia de la autora —que se refleja un poco en el autobiográfico El libro del verano [3]y la vida bohemia y burguesa de su familia tienen su correlato en los ambientes y estilo de vida de los Mumin, unos seres sin grandes preocupaciones, que procuran vivir y pasárselo bien. Esto es explícito en la primera de las historias, donde por ejemplo se nos dice que «la casa de los Mumin estaba siempre llena de gente, porque era un lugar donde todos hacían lo que les pasaba por la cabeza sin preocuparse del futuro. Era cierto que ocurrían muchas cosas sorprendentes y aterradoras, pero nadie quería perder el tiempo disgustándose por ellas, que es lo mejor que se puede hacer». [En la traducción de Siruela, esto se cuenta de otro modo: «El papá y la mamá del Mumintroll siempre acogían a sus nuevas amistades con el mismo cariño, simplemente ponían más camas y agrandaban la mesa del comedor. De esta manera, la Casa Mumin se encontraba en un estado de permanente mudanza y casi siempre patas arriba; un hormiguero donde cada uno hacía lo que le venía en gana sin mucha preocupación por el día siguiente. Es cierto que, a veces, pasaban cosas sorprendentes y aterradoras, pero nadie tenía tiempo para aburrirse (y eso era una gran ventaja, claro)»].

Jansson confiesa que sólo escribe para sí misma, desde dentro de sus propias cualidades infantiles, sin ninguna intención didáctica. Pero sus historias hablan de amabilidad, de optimismo, de comprensión, de que una madre siempre atenta y un ambiente familiar afectuoso son el refugio seguro frente a las amenazas. Y se ríe cordialmente del estilo de «los melindrosos»: en sus memorias, papá Mumin dice que un melindroso «nunca hace nada por el hecho de que le guste hacerlo, sino porque HA de hacerse, y está continuamente diciéndole a uno cómo debe comportarse»… A la vez, el mundo de sus criautras es, también, el del clima y las tradiciones nórdicas, como se comprueba en las descripciones de islas y tormentas, en los contrastes de luz y oscuridad entre los veranos y los inviernos, en la multitud de seres extravagantes que proceden del folclore y de la influencia de autores como Elsa BESKOW [4] y John Bauer [5], entre otros.

El lector español debe saber, sin embargo, que no es fácil leer los libros editados en castellano sobre los Mumin. Si entrar en un mundo fantástico puede no ser fácil, lo es menos cuando es tan inclasificable y singular, y menos aún si no se han compartido con el autor parecidas historias y juegos de infancia. Y la dificultad aumenta cuando editoriales y traductores distintos dan nombres diferentes a la misma clase de seres y a los mismos personajes (algunos ejemplos, según el orden Noguer, Alfaguara, Siruela, son: Mumin, Mumintroll, Mumintroll; Jemulen, Melindroso, Hemul; Esnorque y Esnorquita, Pocavoz y señorita Pocavoz, Snork y señorita Snork…). Al menos, las ediciones últimas de Siruela dan una pequeña explicación al final que desbroza un poco el camino.

Pistas de baile

Una muestra de la capacidad descriptiva de la autora finlandesa la encontramos en cuando sus miembros visitan una isla que habitan los Jatifnatarnis, curiosos seres que «pueden moverse gracias a su propia electricidad, como algunos denominan a sus anhelos e inquietudes», dice papá Mumin en sus memorias, y de los que «no es de buen gusto hablar si no es con alusiones indirectas», según leemos en La niña invisible.
La edición de Noguer lo describe así: «En el otro extremo de la isla unas rocas suaves y pulidas por los años se levantaban de espaldas al mar. Entre ellas se abrían caminitos de arena llenos de conchas (secretas pistas de baile de las sirenas) como misteriosas lagunas negras contra las que las olas rompen como si llamaran a una puerta de hierro. A veces se abrían, entre las rocas, pequeñas grutas. Otras veces las rocas se cortaban a pico formando una especie de pote redondo donde el agua baila en remolinos».

La misma escena en la edición de Siruela titulada El sombrero del mago es algo distinta, además de que los habitantes de la isla no son Jatifnatarnis sino Jatifnat: «Al otro lado de la isla se alzaba una antiquísima formación rocosa cuyas pulidas espaldas caían al mar. Entre ellas se podían encontrar plataformas de arena sembradas de conchas (las secretas pistas de baile de las doncellas de mar) y negros precipicios con el mar rugiendo al fondo como si golpeara contra una puerta de hierro. A veces se abría una pequeña gruta entre las rocas, otras veces el agua se arremolinaba formando torbellinos espumosos en los huecos excavados en las rocas».

Realidad y fantasía

Una pincelada de cómo Jansson combina con talento realidad y fantasía, se puede apreciar en La llegada del cometa, cuando presenta otro escenario para una fiesta.

En la edición de Alfaguara se dice: «La pista de baile estaba en un pequeño claro del bosque, adornada con guirnaldas de luces de colores. En una esquina había una langosta sentada, afinando su violín. En torno a la pista se arremolinaba la gente esperando a que empezara el baile. Había también un montón de espíritus de las aguas, que habían abandonado sus desecadas fuentes y lagos. En medio de la pista se sentaba un grupo de pequeños nudios y bajo un abedul parloteaban varias ninfas arbóreas (una ninfa arbórea es una señora muy pequeñita con un pelo hermosísimo, que sale por la noches a mover las hojas de los árboles, y normalmente evita los arbustos espinosos)».

En la edición de Siruela hay diferencias: «La pista de baile se encontraba en un pequeño claro. Estaba decorada con guirnaldas de luciérnagas y en la linde del bosque un enorme saltamontes estaba sentado afinando su violín. La plaza estaba llena de gente que esperaba a que comenzara el baile. Pequeños fantasmas de los lagos se habían aventurado a dejar sus estanques y pantanos. La pista de baile era un hervidero de criaturas y debajo de los abedules charlaban pequeñas grupos de hadas de los árboles (un hada de los árboles es una damita con una preciosa cabellera que vive dentro del tronco. Por las noches sale para columpiarse en las ramas. Normalmente no vive ni en los pinos ni en los abetos)».

Vaivenes en los sentimientos

En Papá Mumin y el mar se puede ver cómo se suceden los diálogos y los incidentes que van poniendo de manifiesto los distintos modos de ser y los vaivenes que sufren los pensamientos y los sentimientos de cada uno. Así, Mamá Mumin piensa: «Qué extraño que la gente se sienta melancólica y enfadada cuando lo tiene todo. Pero es así, así es. Y entonces lo mejor es empezar de nuevo otra vez». O, un día que Papá Mumin habla de la grandeza del mar con su hijo, éste, dice la narración, «estaba tremendamente halagado por el hecho de que su padre le hablara de cosas grandes e importantes y se esforzó al máximo en entender de qué se trataba». La Pequeña My lleva su vida e interviene casi siempre de forma desdeñosa: cuando el Mumintroll le dice que un paisaje es fantástico, replica: «seguro, todo es fantástico, (…). Bueno, más o menos». El relato consigue, de un modo amistoso y cordial, llevar al lector a la conclusión de Papá Mumin de que «el mundo está lleno de cosas grandes y maravillosas para quien está preparado para ellas» y, por supuesto, a un aprecio mayor de la naturaleza y del mar: «un ser grande que a veces está de buen humor y a veces está de mal humor. Es totalmente imposible que nosotros sepamos por qué. Solo vemos la superficie. Pero si queremos al mar, eso da lo mismo».

Una familia, simplemente

Finales de noviembre no deja de ser un libro curioso pues sus protagonistas principales, los Mumin, no aparecen. Sin embargo, aparte de que revela cómo Jansson seguramente traslada al papel las manías, los temores, etc., de personas que conoce y siempre lo hace con afecto y respeto al modo de ser de cada uno, la narración deja claro tal vez la clave de toda la serie: que los Mumin son personajes a los que se recuerda siempre con afecto y que su casa tiene un calor de familia particular. Así, el Hemul recuerda el verano que pasó con ellos y cómo «caminaban de aquí para allá, siempre sumidos en sus asuntos. Eran una cosa simpática e incierta. Una familia, simplemente, pensó el Hemul. (…) Lo que más claro tenía era la sensación de despertarse contento por la mañana» y que al vivir con ellos «se sentía completamente renovado». El Snusmumrik, sin embargo, que sí vivió mucho con ellos, se pregunta «¿cómo es posible que haya pasado tantos veranos tan largos con ellos y que no me haya dado nunca cuenta de que me dejaban estar solo?».