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COOPER, Susan

Serie de aventuras fantásticas basadas en las leyendas artúricas y en viejas historias célticas y galesas, como las del Mabinogion [1], y con préstamos evidentes de libros como El Señor de los anillos [2]. El primero de los libros fue concebido sin pensar en los que vendrían después y es el único que no arranca con frases de una profecía misteriosa. Es relativamente parecido al tercero, pues comparte con él escenario y protagonistas. También son semejantes el cuarto y el quinto, ambos en las montañas galesas y centrados en Will y Bran. En el segundo se explica cuál es la batalla cósmica de fondo entre las fuerzas del bien y las del mal, aunque también en otras ocasiones se resume de nuevo.

En general ha de decirse que son novelas bien escritas y que sus tramas están bien entretejidas. Hay tensión argumental y escenas conseguidas, se hacen jugosas observaciones al paso y son excelentes algunas descripciones de paisajes montañeses o marineros. Es sugerente la idea de que hay una batalla oculta por debajo de la superficie de la vida cotidiana y, aunque los bandos están claros, también es un mérito que tal cosa no se plantee de modo simplista.

La principal objeción es que los mundos interiores y las emociones de los personajes no resultan del todo convincentes. La primera novela, en la línea de las aventuras de vacaciones de un grupo de chicos tan de moda en los sesenta, es sencilla pero atrapa y abre las puertas a las posteriores. A partir de la segunda, quizá la mejor escrita, todo cambia: es poco creíble que un chico de once años como Will Stanton se comporte y hable como un adulto y haga frente a desafíos cósmicos que nadie comprende del todo bien. En Brujaverde, un relato contado desde la perspectiva de los Drew y centrado sobre todo en Jane, el lector tiene más acceso a los sentimientos de los chicos pero los contenidos mágicos de la historia son muchos. El único malvado de carne y hueso que tiene cierta entidad, figura en el cuarto libro y, curiosamente, se llama Caradog Prichard, como un famoso escritor galés; los demás son seres extraños como sombras, algunos del mismo tipo que los Jinetes Negros de Tolkien [3].

Para entrar en la historia y que, tanto su gran carga de magia y misterio como sus acentos hipersolemnes, no causen demasiada extrañeza es conveniente leer los libros por orden. También se requiere buena disposición por parte del lector a la hora de los frecuentes deslizamientos temporales de los personajes y, en particular, el de Bran Davies, hijo del Rey Arturo y la Reina Ginebra, que su madre trae al siglo XX cuando era un niño para dejarlo con un montañero galés.

Un aire gandalfiano

La descripción del tío Merry, o Merriman, de la primera novela, tiene claros aires gandalfianos:

«No era un hombre alegre. Era alto e iba erguido, y tenía el pelo muy espeso y blanco. En su rostro serio y moreno, la nariz se curvaba de modo pronunciado, como un arco, y sus ojos eran oscuros y hundidos.

Nadie sabía cuántos años tenía.

—Es tan viejo como las colinas —decía su padre, y a ellos les parecía, en el fondo, que probablemente estaba en lo cierto. Había algo en el tío abuelo Merry que era como las colinas, o como el mar, o como el cielo; algo antiguo, pero sin edad ni final.

Siempre, dondequiera que estuviera, ocurrían cosas insólitas. A menudo desaparecía largo tiempo, y de pronto aparecía en la puerta de los Drew como si nunca se hubiera ido, anunciando que había encontrado un valle perdido en Suramérica, una fortaleza romana en Francia o una nave vikinga en la costa inglesa».

Una fría llama blanca

Un personaje que resultará clave, en el tercer y en el quinto libro, es John Rowlands, un hombre que se da cuenta de la lucha que está teniendo lugar, que ayuda sin dudarlo a Will Stanton, pero que también sabe de la ambigüedad que hay en la persecución de la victoria:

«Aquellos que saben algo sobre la Luz, también saben que existe cierta crueldad inherente a su poder, como la espada de la justicia o la blanca combustión del Sol —su profunda voz sonaba muy galesa—. En su fuero interno es así. Cosas como la humanidad, la misericordia, la caridad, que la mayoría de los hombres buenos sostienen como lo más preciado, no son lo primero para la Luz. Sí, a veces son inherentes, de hecho, a menudo. Pero, en definitiva, vuestra gente está interesada en el bien absoluto por encima de todo. Sois como fanáticos. Tus maestros, sobre todo. Como los antiguos Cruzados… o como ciertos grupos en todas las creencias, aunque no es una cuestión de religión, por supuesto. En el centro de la Luz hay una fría llama blanca, igual que en el centro de las Tinieblas hay un gran pozo negro tan profundo como el Universo».

Y más adelante continúa: «Ha sido un largo discurso —apuntó John Rowlands incómodo—. Pero lo que quiero decir es que no olvides que hay gente que puede resultar herida, incluso en la persecución de un buen fin».

También Will se da cuenta de lo mismo: «A veces —continuó (Will) despacio—, en esta especie de guerra, no es posible hacer una pausa para allanarle el camino a un ser humano, porque esa menudencia podría significar el fin del mundo para siempre».

A lo que Rowlands responde: «Vives en un mundo muy frío, bachgen. No puedo pensar en algo tan alejado de mí. Yo pondría al ser humano por encima de los principios, siempre —declaró».

Y Will replica: «Bueno, yo también —respondió con tristeza—. Yo también, si pudiera. Me sentiría mucho mejor. Pero no funcionaría».

Este interesante diálogo acerca de que la justicia humana es siempre problemática, con todas las consideraciones que se podrían hacer acerca de que la verdadera justicia procede de la bondad y de que para poder ser justo hay que aprender a amar, sin duda eleva el listón de la historia.