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El expediente 113

Conozco algunos escépticos que sostienen que la verdad absoluta no existe, excepto la verdad contenida en ese mismo juicio. La causa de pensar eso, creo, puede deberse al hecho de vivir en medio de un bombardeo incesante de hechos y opiniones. He comprobado también que tal actitud es más acentuada en quienes trabajan en algunas profesiones. Eso no es nuevo, claro, como puede deducirse de la lectura de El expediente 113 [1], una novela policiaca decimonónica de Emil Gaboriau [2], en la cual el narrador afirma con la graciosa contundencia característica del género: «Si existe un hombre al que ningún acontecimiento puede ya sorprende o impresionar, que no se deja engañar por las apariencias, capaz de admitirlo todo y de explicárselo todo, ése es sin género de duda un comisario de policía de París». «Sus previsiones se han visto tantas veces fallidas, que ello lo sume en ocasiones en el escepticismo más completo. No cree en nada, ni en el bien ni en el mal absolutos, ni en la virtud ni en el vicio. Se ve abocado sin remedio a la inquietante conclusión de que no hay hombres sino acontecimientos». A un personaje así le dedicará Chesterton [3] años más tarde dos de los más famosos casos del Padre Brown: La cruz azul y El jardín secreto.