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Fanny Price

En cuatro de las seis grandes novelas de Jane Austen [1] «hay una escena de reconocimiento en donde la persona a la que el héroe o la heroína reconoce es ella misma. “Hasta este momento nunca me había conocido”, dice Elizabeth Bennet (Orgullo y prejuicio [2]). “Cómo comprender los engaños que consigo mismo había tenido y seguir viviendo”, medita Emma. El autoconocimiento es para Jane Austen una virtud tanto intelectual como moral, muy cercana a otra virtud que considera fundamental»: la constancia. Esta «es fundamental en dos novelas por lo menos, Mansfield Park y Persuasión, en cada una de las cuales es la virtud central de la heroína. La constancia, según palabras que Jane Austen pone en boca de Anne Elliot en su última novela (Persuasión), es una virtud que las mujeres practican mejor que los hombres. Y sin constancia, todas las virtudes pierden su objetivo hasta cierto punto. (…) No es casual que las dos heroínas que muestran la constancia más notable tengan menos encanto que el resto de las heroínas de Jane Austen, y que una de ellas, Fanny Price, haya sido considerada positivamente poco atractiva por muchos críticos. Pero la carencia de encanto de Fanny es fundamental para las intenciones de Jane Austen. Porque el encanto es la cualidad típicamente moderna de quienes carecen de virtudes, o las fingen, y eso les sirve para conducirse en las situaciones de la vida social típicamente moderna. Camus definió una vez el encanto como aquella cualidad que procura la respuesta “sí” antes de que nadie haya formulado pregunta alguna. Y el encanto de Elizabeth Bennet o incluso el de Emma puede confundirnos, aún siendo auténticamente atractivo, en nuestro juicio sobre su carácter. Fanny carece de encanto, sólo tiene virtudes, virtudes auténticas, para protegerse, y cuando desobedece a su guardián, sir Thomas Bertram, y rehúsa casarse con Henry Crawford, sólo puede ser porque su constancia lo exige. Con este rechazo demuestra que el peligro de perder su alma le importa más que la recompensa de ganar lo que para ella sería un mundo entero. Persigue la virtud por la ganancia de cierto tipo de felicidad, y no por su utilidad».

Alasdair MacIntyre. Tras la virtud (After virtue, 1984). Barcelona: Crítica, 2004, 2ª impr.; 352 pp.; col. Biblioteca de bolsillo; trad. de Amelia Valcárcel; ISBN (10): 84-8432-170-3. Otra edición en Jane Austen. Mansfield Park (1814). Madrid: Rialp, 1995; 382 pp.; trad. de Miguel Martín; ISBN: 84-321-3081-8. Y otra más en Madrid: Alianza, 2016; 624 pp.; col. 13/20; trad. de Miguel Ángel Pérez; ISBN: 978-8491045144. [Vista del libro en amazon.es [3]]