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Allá se las compongan los listos

Un relato jugoso contenido en La piel de los tomates [1] es El artista. Su protagonista es Rufino, el propietario de un taller mecánico, a quien el maestro del pueblo le habla de una visita al Museo de Arte Moderno en la que vio una equis o cruz de San Andrés de hierro, como las que él había tenido años en la puerta de la fragua. Cuando le sugiere que a lo mejor era suya o una copia de la suya, Rufino le dice que no, «que él había visto en la televisión, desde luego, formas de hierro que decían que eran esculturas, pero un cuñado suyo, que estaba en Madrid de camarero y leía periódicos y revistas, le había advertido que era que había que entender, y que las cosas podían ser lo que no parecían, y no ser lo que parecían, y que una escultura que a él, Rufino, le parecía una barra podía ser mejor que una estatua de las de antes, porque estaba hecha por un artista y era artística, pero que si la barra la hacía él, Rufino, se quedaba en barra a secas porque él no era artista. Y a él, Rufino, le parecían pamplinas esas razones, y le daba igual que la barra fuera escultura o la escultura barra, y allá se las compusiesen los listos como su cuñado de Madrid y los que le habían aleccionado»…

José Jiménez Lozano [2]. La piel de los tomates (2007). Madrid: Encuentro, 2007; 254 pp.; col. Literatura; ISBN: 978-84-7490-858-9.