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El Custodio (1855)

En opinión de George Orwell [1], El Custodio es una de las mejores novelas de Anthony Trollope [2]. Fue la cuarta que escribió y la primera de las Crónicas de Barsetshire, unas historias que se desarrollan en un condado inglés ficticio.

El Custodio es Septimus Harding, un hombre mayor, dubitativo, muy buena persona, encargado de la dirección de una institución caritativa fundada siglos atrás. Pero las cosas han cambiado y tanto él como el obispado de Barchester están recibiendo unas rentas mucho más altas de las previstas inicialmente. John Bold, un médico joven, enamorado de la hija menor de Harding, Eleanor, decide denunciar la injusticia de la situación y la prensa importante del país le secunda. Pero el arcediano, el doctor Grantly, hombre de confianza del Obispo y casado con la otra hija de Harding, está dispuesto a presentar batalla.

Las figuras principales están bien perfiladas y la trama es ordenada. Hay tensión creciente, tanto en la evolución de los mundos interiores de los protagonistas como en la de los acontecimientos externos que hilan el relato. La narración abunda en alusiones cultas, literarias o históricas. Los nombres de los personajes están elegidos para poner al descubierto algún aspecto importante de sus modos de ser. Un ejemplo de las muchas intrusiones del narrador, características de Trollope, es este modo de comenzar el último capítulo: «Nuestra historia ha concluido y sólo nos queda recoger los hilos dispersos y atarlos formando un nudo decoroso. No será un trabajo fatigoso para el autor ni para sus lectores; no nos hemos ocupado de muchos personajes ni de acontecimientos sensacionales y si no fuera por la fuerza de la costumbre, podríamos dejar a la imaginación de los interesados suponer cómo evolucionaron las cosas en Barchester».

Pero tal vez lo más destacable sea el retrato indirecto de la vida en la Inglaterra victoriana que la novela deja en la mente del lector. A veces a través de personajes que intervienen en el relato, como Tom Towers, periodista del Júpiter (en realidad The Times) —que «caminaba por la vida un día tras otro, esforzándose con empeño por parecer un hombre, pero sabedor en su interior de que era un dios»—, o el abogado expertísimo, Sir Abraham Haphazard —que «nunca discutía con su esposa, pero tampoco conversaba con ella: carecía de tiempo para hablar porque estaba demasiado ocupado discurseando»—. Y otras veces, mediante las alusiones a figuras que eran tan prominentes como instituciones, como la del doctor Pesimista Antihipocresía, caricatura de Thomas Carlyle —cuya «popularidad le ha impedido que vuelva a hacer nada realmente útil, como les ha sucedido a muchos otros»—, y, sobre todo, la del señor Sentimiento Popular, Dickens [3], cuyo gran atractivo, afirma el narrador, está en «sus personajes de segunda fila (…), tan sencillos y naturales como las personas que encontramos por la calle: andan y hablan como hombres y mujeres, y viven entre nuestros amigos una existencia llena de animación y colorido».

Anthony Trollope. El custodio (The Warden, 1855). Madrid: Alfaguara, 2004; 295 pp.; trad. y notas de José Luis López Muñoz; ISBN: 84-204-0206-0. [
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