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La magia de los niños

En el mundo de la literatura infantil se suele discutir qué autores son los que conectan con los niños y cuáles no, qué historias comprenden mejor y cuáles no.

Chesterton [1] decía que los niños pueden disfrutar con todo, incluso con una guía telefónica: eso es el reino de los cielos, disfrutar las cosas sin comprenderlas. Para ejemplificarlo señalaba que, cuando era niño, recitaba de memoria versos de Shakespeare, sin enterarse de lo que decía pero fascinado por sus resonancias sonoras y épicas: por eso, concluye, se podría decir que Shakespeare es un autor para todas las edades. En cambio, señalaba, eso no se puede afirmar de otra clase de poetas, y ponía como ejemplo a Milton, cuyo estilo controlado no es tan fácil que lo aprecie un niño: no es que un niño no pueda disfrutar con Milton, precisaba, sino que no puede hacerlo con lo que cabría llamar el Miltonismo de Milton.

Decía también que los niños pueden divertirse, y se divierten, con una obra como Los viajes de Gulliver [2] sin necesidad de ver la sátira que la historia contiene, del mismo modo que no tienen que comprender el té para disfrutar de la fiesta del té del Sombrerero Loco en Alicia [3]. Hay autores —y Chesterton hablaba en este caso de Sir William Gilbert [4]— que pueden ver las cosas ligeramente torcidas pero que la magia del niño está en que ve las cosas casi rectas. Ambos dan así testimonio de la verdad pero el humorista lo hace por exageración y el niño sin exagerarla nada. Un ejemplo está en que si hiciéramos a un niño la pregunta que hizo Pilatos a Jesucristo sobre ¿qué es la verdad?, el niño nos miraría con sorpresa y diría algo así como «decir las cosas correctas», que es la única respuesta posible además del silencio de Cristo. La fortaleza del niño está no en el hecho de que resuelve una dificultad sino en que no ve ninguna dificultad.

G. K. Chesterton. «The Taste for Milton» y «The Genius of Gilbert», A Handful of Authors [5].