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Fines tratados como medios

Chesterton [1] se refirió muchas veces a cómo la visión materialista de las cosas, el continuo hablar de aspectos económicos y de necesidades físicas, acaba distorsionando la percepción de la realidad.

Así, a propósito de la supuesta inflexibilidad de las leyes del mercado decía: «Una equivocación muy frecuente consiste en considerar como fin absoluto las condiciones de vida modernas y, en seguida, tratar de adaptar a ese fin las necesidades humanas, como si éstas sólo fueran un medio. Así, por ejemplo, se dice: “la vida familiar no se adapta bien a la vida de negocios de los tiempos actuales”. Lo cual es lo mismo que si se dijera: “Las cabezas no se adaptan a la clase de sombreros que están ahora de moda”». («En beneficio del golf», Charlas [2])

Razonar así, no preguntarse si el régimen de vida de hoy es apto para la vida familiar sino si la vida familiar es apta para las exigencias de la vida de hoy, es igual a preguntar, decía, si favorece al Imperio la democracia, si es el Arte benéfico para la pintura al fresco, si mejorarán los pies a las botas, si lesionan las manos a los bastones… En definitiva, no son preguntas acerca de si los medios se adaptan al fin, sino de «si el fin se adapta a los medios. No son preguntas sobre si el rabo conviene al perro. Todas ellas inquieren si un perro es —según los más excelsos cánones del arte— el apéndice más ornamental que se puede poner al extremo de un rabo. En suma: en lugar de preguntar si nuestras modernas combinaciones, nuestras calles, comercio, tratos, leyes e instituciones concretas se adaptan al primer y permanente ideal de la vida humana saludable, (…) lo único que se pregunta es si la vida humana saludable conviene a nuestras calles y comercio. La perfección puede, como fin, ser asequible o inasequible. Pero a todas luces pasa de lo tolerable hablar de la perfección como medio para la imperfección». («En el mundo al revés», Enormes minucias [3])

En otras hizo notar que la palabra propiedad está contaminada debido a que los grandes millonarios parecen grandes partidarios de la propiedad cuando, en realidad, «son sus enemigos, porque son enemigos de sus limitaciones. No desean su propia tierra, sino la ajena. (…) El hombre que sienta la verdadera poesía de la posesión desea ver la pared donde su jardín se encuentra con el de Smith (…). No podrá ver la forma de su propia tierra hasta que no vea los linderos de la de su vecino. Resulta la negación de la propiedad que el duque de Sutherland tenga todas las granjas de su condado, como sería la negación del matrimonio que tuviera todas nuestras esposas en un harén». (Lo que está mal en el mundo [4])

Por eso, siguiendo las ideas que primero formuló Hilaire Belloc [5] en The Servile State [6], se convirtió en un gran propagandista del distributismo, una doctrina social que desarrolló en El perfil de la cordura [7] y que se basa en «el principio esencial de que un hombre ni siquiera posee sus propios codos a menos que posea una habitación suficientemente grande para ellos; que no posee sus propias piernas a menos que tenga libertad para estirarlas; que no posee sus propios pies a menos que sea propietario del suelo sobre el que está de pie». («On the Closed Conspiracy», Come to Think of it [8])