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Gobernantes que añaden confusión a la confusión

No es un descubrimiento decir que nuestros gobernantes se comportan estúpidamente muchas veces. Tampoco lo es que muchas veces hacen algo sólo para decir que hacen algo, un modo de actuar que, como ahora mismo vemos, resulta trágico en situaciones de crisis pues «los náufragos no se salvan por hacer algo sino por hacer lo correcto» («Thinking about Europe», The End of Armistice [1]).

En fin, decía Chesterton [2], lo cierto es que «las relaciones políticas y sociales están complicadas por encima de toda esperanza. Son mucho más complicadas que cualquier página de metafísica medieval; la única diferencia está en que los hombres de la Edad Media podían desenredar la maraña y seguir las complicaciones; y los hombres modernos no pueden. En nuestros días, las cosas más prácticas, tales como las finanzas y la política, son terriblemente complicadas. Nos resignamos a tolerarlas porque nos contentamos con comprenderlas mal, no con entenderlas. El mundo de los negocios necesita de la metafísica… para que lo simplifique.

Sé que estas palabras podrán recibirse con desprecio y con ásperas aseveraciones de que éste no es el momento para las tonterías y las paradojas, y que lo que realmente se necesita es un hombre práctico que se haga presente y aclare el barullo. Y, sin duda, aparecerá un hombre práctico; y, sin duda, irá y sacará unos cuantos millones para sí y dejará el lío más embarullado que antes; como ha hecho anteriormente cada uno de los otros hombres prácticos. La razón es perfectamente simple. Este tipo de persona, un tanto burda e inconsciente, siempre agrega [confusión] a la confusión; porque ella misma tiene dos o tres diferentes motivos al mismo tiempo y no distingue entre ellos». (…)

Por tanto, «no es esperable que un hombre práctico enmiende la confusión impracticable, pues no puede aclarar la confusión de su propia mente, y mucho menos la de su propia comunidad y civilización, extraordinariamente complejas. Por algún extraño motivo, se suele decir que este tipo de hombre práctico «conoce sus propias ideas». Obviamente, eso es lo que no conoce. En unos pocos y afortunados casos, probablemente sepa lo que quiere, como lo sabe un perro o un niño de dos años; pero ni aun entonces sabe para qué lo quiere. Y son el «cómo» y el «porqué» los que deben ser considerados cuando se investiga el modo en que cierta cultura o tradición se ha llegado a ver en un embrollo. Lo que necesitamos, como lo comprendieron los antiguos, no es un político que sea a la vez hombre de negocios, sino un rey que sea filósofo». («El restablecimiento de la filosofía: ¿por qué?», El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad [3])

Total, no es cierta la idea de que «cuando las cosas andan muy mal, necesitamos al hombre práctico» pues «un hombre práctico es alguien habituado a la mera práctica diaria de las cosas que generalmente funcionan bien», pero «cuando las cosas no funcionan, hay que llamar al pensador, al hombre que posee alguna doctrina de por qué, en definitiva, funcionan». (Lo que está mal en el mundo [4])

Se pueden considerar notas sobre lo mismo, no chestertonianas, las de El secreto [5] y La historia en manos de idiotas [6].