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Máquinas mortales 3 y 4: Inventos infernales y Una llanura tenebrosa

De las dos primeras novelas de la serie Máquinas mortales, de Philip Reeve [1], hablé un poco en la nota Futuras películas vistosas [2]. Comentaré ahora la tercera y la cuarta: Inventos infernales y Una llanura tenebrosa. Diré poco, porque no he sido capaz de leerlas bien: la trama global está construida con destreza y los escenarios futuros imaginativos pueden dar mucho juego visual, pero como los personajes no son nada creíbles y como todo se complejiza en exceso —máxime cuando aparecen cyborgs demasiado «avanzados»—, la sensación de pérdida de tiempo al pasar las páginas es abrumadora (al menos para un lector como yo).

Inventos infernales comienza cuando los protagonistas anteriores, Tom y Hester, tienen ya una hija de 16 años, llamada Wren, y viven en Anchrorage. Wren está enfadada con su madre y huye con unos recién llegados que, además, la convencen de que robe para ellos un viejo libro. Sus padres salen en su búsqueda pero cada uno acaba siguiendo su propio camino. Además, pasan muchas otras cosas dentro del conflicto global, que culminan cuando Anna Fang y los antitraccionistas atacan Brighton, ciudad de recreo a la que ha ido a parar Wren y cuyo alcalde es nada menos que Pennyroyal.

En Una llanura tenebrosa, que comienza seis meses después de la novela previa, se ha conseguido una paz inestable entre las ciudades en movimiento y las ciudades estáticas. Tom y Wren, que ahora viajan juntos por el mundo en su aeronave, descubren que Londres, actualmente una ciudad radiactiva en ruinas, oculta un secreto que puede traer la paz. Gracias a uno de los niños perdidos, Anna Fang, derrotada al final de la novela previa, ha sido reconvertida en una peligrosa stalker —los stalkers son seres reconstruidos a partir de cadáveres empleando medios tecnológicos—. Por su lado, Hester ha de hacer frente a un enemigo que puede destruir la humanidad.

Como apunté arriba, ni resultan convincentes los personajes, cuyas decisiones son incomprensibles muchas veces y cuyos diálogos pretendidamente serios son muy forzados, ni resultan creíbles algunos giros argumentales, que parecen motivados porque la única forma de resolver los líos es hacer desaparecer a ciertos personajes cuanto antes. Que todo es muy artificial se nota también en que, al introducir distintas religiones, a cada cual más rara pero todas al mismo nivel, resulta inevitable pensar que el narrador no se cree nada de lo que dice (e incluso cabría plantearse si lo comprende). Supongo que la referencia que se hace al paso de una Walter Moers [3] Platz es un guiño al autor alemán en cuyo mundo de fantasía disparatada encajaría todo más.

Philip Reeve. Inventos infernales (Infernal Devices, 2005). Barcelona: Penguin Random House, 2018; 349 pp.; trad. de Sara Cano; ISBN: 978-84-204-8687-1. [Vista del libro en amazon.es [4]]
Philip Reeve. Una llanura tenebrosa (A Darkling Plain, 2006). Barcelona: Alfaguara, 2018; 541 pp.; trad. de Sara Cano; ISBN: 978-84-204-8718-2. [
Vista del libro en amazon.es [5]]