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Clics contra la humanidad

Clics contra la humanidad: Libertad y resistencia en la era de la distracción tecnológica, de James Williams, me ha parecido un libro que vale la pena leer, por lo que cuenta de cómo estamos ante lo que denomina «un proyecto de manipulación de voluntades a gran escala», y porque hace pensar en la propia dependencia de la tecnología y de las redes sociales.

El autor, después de diez años de trabajo en Google, dejó la empresa cuando se dio cuenta de que «la causa en la que me había embarcado no era la de organizar la información, sino la de gestionar la atención»; cuando piensa en las implicaciones que tiene que la industria tecnológica no diseña productos sino usuarios, y por tanto que, «cuando el uso de un producto es socialmente mayoritario, su creador no se limita a diseñar usuarios: diseña también la propia sociedad». El autor explica que «muchos de los mejores ingenieros, diseñadores, analistas y matemáticos del mundo se pasan el día pensando en cuál es el mejor modo de orientar el pensamiento y la conducta del usuario hacia objetivos predeterminados, que pueden ser muy distintos de los de cada uno de nosotros. Como decía Jeff Hammerbacher, director de investigación de Facebook, “las mejores mentes de mi generación están pensando en cómo hacer para que la gente clique en sus anuncios; es muy triste”».

El título inglés original se refiere a la conocida historia de Alejandro Magno, cuando le ofreció a Diógenes cumplir cualquier deseo que le pidiera, y el filósofo griego le replicó «¡Aparta, que me haces sombra!»: la propuesta del autor es que, ante la presencia abrumadora de Internet en nuestras vidas, hay «que pedir a las fuerzas que apresan nuestra atención que se hagan a un lado y dejen de hacernos sombra. Y eso implica rechazar el actual régimen de servidumbre atencional». En el desarrollo de su argumentación Williams recurre al libro de Neil Postman de 1985 titulado Divertirse hasta morir [1], «una obra clarividente que ha ido ganando relevancia con el tiempo» en la que se recordaba que hemos estado más sensibilizados hacia las amenazas para la libertad que presagiaba Orwell [2] que hacia los vaticinios de Huxley [3] acerca de que en el futuro los más temibles adversarios de la libertad no surgirán de nuestros miedos sino de nuestros placeres, que pensaba que lo que debería quitarnos el sueño es una situación en la que «la gente llegue a amar la opresión a la que se somete y adorar las tecnologías que la incapacitan para pensar».

Una observación que hace Williams, y que me ha recordado unas famosas frases [4] de Chesterton [5], es la de que, frente a lo que tantas veces se dice y se propone, no «podemos centrarnos en corregir los efectos nocivos de la economía de la atención en la población infantil y olvidarnos de la población adulta. Es aquí donde suele encastillarse el moralismo más desmedido y contraproducente. Es cierto que, en el caso de los niños, entran en juego factores de desarrollo esenciales. Pero no basta con proteger a los miembros más vulnerables de la sociedad; también hay que proteger las partes más vulnerables de nosotros mismos». Así que Williams propone, me parece que con acierto, que debemos poner los medios para afirmar y defender la libertad de atención de todos: «si encontramos razonable regular el impacto de la publicidad dirigida a los niños, habría que preguntarse por qué no habríamos de regular también la publicidad dirigida “al niño que llevamos dentro”». Al final declarará que «la crisis que atravesamos hoy no se manifiesta únicamente en el aumento mundial de las temperaturas; también es palpable en nuestra maltrecha facultad de la atención. Así pues, no podremos limitarnos a reformar nuestro mundo material; habrá que reformar también nuestro mundo atencional, y prestar atención a aquello que la merece».

James Williams. Clics contra la humanidad (Stand out of our light, 2018). Barcelona: Gatopardo, 2021; 192 pp.; trad. de Álex Gibert; ISBN: 978-8412141436. [Vista del libro en amazon.es [6]]