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Cómo llegué a conocer a los peces

Después de leer El precio del triunfo [1] y Carpas para la Wehrmacht [2], busqué Cómo llegué a conocer a los peces, el otro libro de Ota Pavel [3] publicado en castellano. Es una colección de historias autobiográficas acerca de su gran afición a la pesca y la de su familia: en ella se suceden episodios de distinto tipo, empezando cuando era muy pequeño y acompaña a su padre y a su tío, pasando por sus expediciones clandestinas mientras su padre y sus hermanos mayores Hugo y Jirka están en campos de concentración, hasta salidas a pescar con sus hermanos cuando ya son adultos. Todos los relatos respiran entusiasmo y buen humor y, en su género, son excepcionales. Además tienen el conmovedor desenlace, contado por el mismo autor, de que los escribió durante su internamiento en un sanatorio psiquiátrico.

Puede dar idea de la calidad de la prosa de Pavel (y de la traducción al castellano), este párrafo de «Mi primer pez», donde habla de la emoción de su primera pesca y donde se nota su maestría para la descripción colorista: «La caña se arqueó y yo sentí por primera vez en mi vida el delicioso tironeo del pez. Tras un tira y afloja por ambas partes, emergió una hirsuta bocaza: se trataba de una perca, grande como un gorro rojo a cuadros pero de color aceitunado y con franjas transversales oscuras. Alzaba sus aletas rojizas como estandartes en la batalla y, por su joroba, se parecía a un toro. En vez de ojos tenía monedas doradas y sobre su dorso se erguía una lanza erizada. Aquello no era un pez, era un dragón, un paladín armado hasta los dientes con plumaje rojo en el casco. La arrastré hasta la hierba y me tendí sobre ella para que no huyera. Ambos éramos dos chavales peleones. Luego, victorioso, lo llevé hasta la balsadera. Me había pinchado con su lanza, por lo que del dedo me manaba un reguerillo de sangre».

Puede dar idea de que la familia Pavel llevaba una vida dura, pero siempre alegre, y del tono pícaro que tienen bastantes relatos, este párrafo de «Pueden hasta matarse», una historia con un desenlace formidable: «Por aquel entonces necesitábamos la suculenta y apetitosa carne de las carpas, para consumo propio y para el estraperlo. A cambio de harina, de pan y de los cigarrillos de mamá. Vivía ya solo con mi madre; los demás habían sido internados en un campo de concentración. Seguía sin conocer lo suficiente a las carpas. Debía averiguar cuándo estaban de buen y de mal humor, cuándo tenían hambre y cuándo, por el contrario, la tripa llena, y cuándo tenían ganas de retozar. Debía saber dónde nadaban y dónde era inútil esperarlas. Ya me había agenciado una caña rígida y corta, sedal, veleta y anzuelo. No podía ponerme manos a la obra hasta conocer al dedillo al enemigo. Los enemigos no eran las carpas, sino, sobre todo, los seres humanos. A través de la ventana del castillo se oía la almibarada canción alemana Lili Marleen saliendo de un gramófono. En sus banquetes se servían, precisamente, carpas. En la ciudad había varios delatores que mantenían las ventanas abiertas de par en par para no pasar nada por alto ni perder comba»

En un episodio titulado «El ladrón de cañas» sucede un incidente y, cuenta el narrador, «de repente fui presa del pánico: recordé la predicción astrológica que, hacía años, había vaticinado que alguien de nuestra familia enloquecería, y se me metió en la cabeza que Hugo había perdido el juicio». Eso no es así, finalmente, pero el episodio termina con este párrafo: «No volví a ir así de pesca con mis hermanos durante una buena temporada. Se cumplió la predicción. El que perdió la chaveta fui yo, de modo que pasé cinco años en una institución para enfermos mentales. Allí no hay peces. Únicamente reyes, emperadores, napoleones, cristos, afroditas, princesas Libuse y doncellas de Orléans».

Y, en el «Epílogo», Pavel explica: «Enloquecí en la olimpiada de invierno de Innsbruck. Se me nubló el cerebro, como si hubiera descendido una bruma de los Alpes. (…) Cuando me encontré mejor, reflexioné sobre qué había sido lo más hermoso de mi vida. No pensé en el amor ni en mis andanzas por el mundo. No pensé en vuelos nocturnos a través del océano, ni en mi época como jugador de hockey sobre hielo en el Sparta de Praga. Regresé de pesca a los arroyos, a los ríos, a los embalses y a las presas. Caí en la cuenta de que aquello había sido lo más hermoso que hubiera vivido jamás. ¿Por qué? No soy capaz de explicarlo con precisión, pero he intentado contarlo en este libro».

Ota Pavel. Cómo llegué a conocer a los peces (Jak jsem potkal ryby, 1974). Barcelona: Sajalín, 2012; 208 pp.; trad. de Patricia Gonzalo de Jesús; ISBN: 978-8493907631. [Vista del libro en amazon.es [4]]